Mateo 5:13-16
Por:
Carlos Ardila
Dentro del marco del Sermón del Monte,
estas dos breves ilustraciones del Maestro nos dan cuenta del valor práctico
del testimonio y de la acción cristiana.
La sal, tanto entonces como hoy útil al
propósito de sazonar y preservar algunos alimentos, era usada como elemento
desinfectante en el ejercicio médico antiguo y adicionalmente hacía parte de
las ofrendas del pueblo de Israel, en
conexión simbólica con la preservación de los pactos y los compromisos
personales hechos con Dios, esta fue denominada la sal del pacto (Cp. Job 6:6; Levítico 2:13; Números 18:19;
II de Crónicas 13:5).
Al comparar las vidas de sus discípulos
con la función práctica de la sal, el Maestro ilustró el valor funcional de su
acción implicando que del mismo modo en el cual una poca cantidad de esta sazona
los alimentos, unos tantos de sus discípulos interactuando con otros individuos
más en su entorno pueden trasmitir a ellos la influencia de los principios
éticos y morales enseñados por Él siendo así no solo un medio de difusión de tales
valores sino además agentes permanentes de su preservación en el mundo.
Ahora, de hacerse insípida la sal, desde
luego era desechada del modo en el que de perder sus discípulos, su sabor al
dejar de ser fieles a su Palabra e ignorando u olvidando su pacto, serían descartados, puesto que ya no serían más útiles a sus fines prácticos como instrumentos transmisores y preservadores de la fe
cristiana.
Luego, al hacer a sus discípulos
semejantes a la luz que alumbra al mundo, Jesús hizo referencia a su función de
guías espirituales. Había sido dicho de
Israel que este era luz de las naciones, indicando ello que por medio de este
pueblo guiaría Dios a los demás hacia Él (Cp. Isaías 49:6). Así como no se pone
una luz debajo de un cajón, sino que se pone sobre un candelero para que ilumine
toda la casa, el testimonio de ellos debería ser público y fuerte en vez de
anónimo y débil, de forma tal que visto por todos fuera luz y guía a su camino
(Cp. Salmos 119:105; Filipenses 2:15).
Como discípulos del Señor, ¿somos sal y
luz del mundo?, ¿está sazonada con sal nuestra palabra?, (Cp. Colosenses 4:6), ¿ve el mundo nuestras buenas obras y
glorifica a Dios por ello? (Cp. Mateo 5:16; I de Pedro 2:12).