Lucas 15:11-32
Mediante
esta ilustración el Maestro nos ofrece su visión respecto al insondable amor
paternal de nuestro Dios, en ella tres son los personajes principales empleados
por Él en su representación del amor y el perdón.
El
primero de ellos en su escena figurada es un padre de familia a quien el menor
de sus dos hijos le pidió el anticipo de su herencia, petición a la cual este
generosamente accedió.
Resaltan
tanto de la actitud como de la inusual petición y el posterior proceder del
hijo menor las notorias características de su obstinación, manifiestas en el presuroso
deseo de su independencia financiera y del abandono de la disciplina del hogar para
actuar de allí en más tan solo de acuerdo a su propia voluntad.
Según
lo establecía la ley judía al deceso del padre de familia, el primogénito de
sus hijos heredaría dos terceras partes de sus bienes, en tanto que al menor le
correspondería un tercio de ellos (Cp. Deuteronomio 21:15-17).
Ahora,
si bien la ley permitía a un varón adulto el legado anticipado de sus bienes heredables
a sus hijos antes de morir, la solicitud formal de alguno de ellos, manifestando
su deseo de recibirlos antes de su fallecimiento implícitamente podría llegar a
significar que este deseaba su muerte a fin de hacerse a sus posesiones.
De
acuerdo a lo referido por Jesús, pocos días después de haber recibido su
herencia el hijo menor se fue a una provincia apartada en donde viviendo
disipadamente, desperdició todos sus bienes, luego viniendo una gran hambre en
aquella región y al faltarle para su manutención, este se acercó a uno de los
ciudadanos de aquel lugar quien le empleó en su hacienda poniéndole al cuidado
de sus cerdos a los cuales alimentaban con algarrobas que él mismo deseaba
comer sin que le fueran dadas.
Dos
hechos se desprenden de la descripción hecha por el Señor con relación a las
circunstancias en las cuales vivió el hijo menor después de haber recibido y
malgastado su herencia, su disipación moral y su apostasía religiosa, ya que
presionado por sus muchas necesidades materiales, decidió estar al servicio de
un extranjero y en el desempeño de un oficio no adecuado para él, el cuidado de
los cerdos, animales considerados impuros en la tradición judía (Cp. Levítico
11:2-8; Deuteronomio 14:8).
Ante
tan difícil situación, reflexionando y volviendo en sí, el hijo menor pensó en
cuántos jornaleros en la casa de su padre disfrutaban de la abundancia del pan
que a él mismo entonces le faltaba, razón en virtud de la cual decidió regresar
para poniéndose enfrente de este confesarle su pecado y reconociendo su
indignidad pedirle que no le tuviese ya más por hijo, sino que le aceptase como
tan solo uno más de sus siervos. Un extraordinario cambio de actitud se estaba
operando en él, arrepentido deseaba enmendar su error (Cp. Mateo 3:8).
Fue así que, levantándose, regresó a la casa
de su padre, quien al verle de lejos misericordioso corrió hacía él, se echó
sobre su cuello y le besó escuchando sus expresiones de arrepentimiento ante
las cuales, lejos de oír reproche alguno el pródigo a orden de su progenitor
fue vestido, recibió un anillo y fue calzado para disfrutar luego de un
banquete y de una gran celebración organizada en su honor, puesto que él antes
considerado muerto había revivido siendo hallado habiendo estado extraviado en el
pasado.
Mediante
el uso figurado de los objetos mencionados en esta ilustración se evidenció la
plena restauración del pródigo a su anterior posición en la casa de su padre, ya que se le dio el mejor vestido en señal del perdón recibido y en lugar del
áspero de cilicio y penitencia que debiera usar en razón de su transgresión, luego,
el restablecimiento de su autoridad en el hogar paternal se representó por medio del anillo que volvería
a usar y a través del calzado que nuevamente llevaría en sus pies por
intermedio del cual simbólicamente se le confirmó su condición de hijo en vez de
vasallo dado el hecho distintivo de permanecer siempre descalzos los siervos,
algo que él nunca sería allí.
Sin embargo, no todo era
gozo en el hogar, ni fue general el regocijo ante el regreso del pródigo a casa, pues indignado fuera de ella y negándose a participar de la fiesta, se hallaba
su hermano mayor expresando su disconformidad ante el generoso recibimiento del
que este era objeto pese al hecho de haber vivido antes disipadamente en tanto
que él habiendo permanecido al lado de su padre no había recibido aparentemente
reconocimiento alguno. Tal actitud egoísta y resentida constituye en sí aquí una representación de la errónea
pretendida auto justificación por obras del sistema legal fariseo carente de
misericordia y vacío de perdón (Cp. Lucas 18:9-14).
A través de esta ilustración, el Maestro
nos ofrece una extraordinaria visión del amor de nuestro Dios simbolizado en el
padre de familia a la vez que nos representa a cada quién de los que
arrepentidos como el pródigo nos hemos vuelto a Él después de haber vivido
disipadamente recibiendo sin reproche alguno su perdón (Cp. Hebreos 8:12;
Miqueas 7:19).
Ahora, si bien el fariseísmo no era al
parecer culpable de la práctica escandalosa de pecados tan públicos como los
del pródigo, sí lo fue de haberse mostrado indolente, crítico, murmurador, falto
de amor y desprovisto de perdón para con el pecador arrepentido.
Pese a la gravedad de sus faltas, el hijo
menor no se detuvo ante aquello que quizás podrían opinar en casa de su padre,
quienes le habían conocido antes de partir, decididamente regresó arrepentido,
avergonzado y fracasado, siendo inmediatamente perdonado y al instante restaurado
en un hecho quizás para él mismo inesperado, de similar manera, mas ante la
certeza de la indulgencia de Dios debiera hacer todo aquel que consciente de
sus faltas mas proponiéndose enmendarlas desee volverse a Dios para ser
renovado negándose a continuar viviendo en la derrota espiritual que conlleva
el pecado (Cp. Salmos 32: 1-11; 51:1-4, 16,17).