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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del hijo pródigo


Lucas 15:11-32

Por:
Carlos Ardila

     Mediante esta ilustración el Maestro nos ofrece su visión respecto al insondable amor paternal de nuestro Dios, en ella tres son los personajes principales empleados por Él en su representación del amor y el perdón.

     El primero de ellos en su escena figurada es un padre de familia a quien el menor de sus dos hijos le pidió el anticipo de su herencia, petición a la cual este generosamente accedió.

     Resaltan tanto de la actitud como de la inusual petición y el posterior proceder del hijo menor las notorias características de su obstinación, manifiestas en el presuroso deseo de su independencia financiera y del abandono de la disciplina del hogar para actuar de allí en más tan solo de acuerdo a su propia voluntad.

     Según lo establecía la ley judía al deceso del padre de familia, el primogénito de sus hijos heredaría dos terceras partes de sus bienes, en tanto que al menor le correspondería un tercio de ellos (Cp. Deuteronomio 21:15-17).

     Ahora, si bien la ley permitía a un varón adulto el legado anticipado de sus bienes heredables a sus hijos antes de morir, la solicitud formal de alguno de ellos, manifestando su deseo de recibirlos antes de su fallecimiento implícitamente podría llegar a significar que este deseaba su muerte a fin de hacerse a sus posesiones.

     De acuerdo a lo referido por Jesús, pocos días después de haber recibido su herencia el hijo menor se fue a una provincia apartada en donde viviendo disipadamente, desperdició todos sus bienes, luego viniendo una gran hambre en aquella región y al faltarle para su manutención, este se acercó a uno de los ciudadanos de aquel lugar quien le empleó en su hacienda poniéndole al cuidado de sus cerdos a los cuales alimentaban con algarrobas que él mismo deseaba comer sin que le fueran dadas.

     Dos hechos se desprenden de la descripción hecha por el Señor con relación a las circunstancias en las cuales vivió el hijo menor después de haber recibido y malgastado su herencia, su disipación moral y su apostasía religiosa, ya que presionado por sus muchas necesidades materiales, decidió estar al servicio de un extranjero y en el desempeño de un oficio no adecuado para él, el cuidado de los cerdos, animales considerados impuros en la tradición judía (Cp. Levítico 11:2-8; Deuteronomio 14:8).

     Ante tan difícil situación, reflexionando y volviendo en sí, el hijo menor pensó en cuántos jornaleros en la casa de su padre disfrutaban de la abundancia del pan que a él mismo entonces le faltaba, razón en virtud de la cual decidió regresar para poniéndose enfrente de este confesarle su pecado y reconociendo su indignidad pedirle que no le tuviese ya más por hijo, sino que le aceptase como tan solo uno más de sus siervos. Un extraordinario cambio de actitud se estaba operando en él, arrepentido deseaba enmendar su error (Cp. Mateo 3:8).

     Fue así que, levantándose, regresó a la casa de su padre, quien al verle de lejos misericordioso corrió hacía él, se echó sobre su cuello y le besó escuchando sus expresiones de arrepentimiento ante las cuales, lejos de oír reproche alguno el pródigo a orden de su progenitor fue vestido, recibió un anillo y fue calzado para disfrutar luego de un banquete y de una gran celebración organizada en su honor, puesto que él antes considerado muerto había revivido siendo hallado habiendo estado extraviado en el pasado.  

     Mediante el uso figurado de los objetos mencionados en esta ilustración se evidenció la plena restauración del pródigo a su anterior posición en la casa de su padre, ya que se le dio el mejor vestido en señal del perdón recibido y en lugar del áspero de cilicio y penitencia que debiera usar en razón de su transgresión, luego, el restablecimiento de su autoridad en el hogar paternal se representó por medio del anillo que volvería a usar y a través del calzado que nuevamente llevaría en sus pies por intermedio del cual simbólicamente se le confirmó su condición de hijo en vez de vasallo dado el hecho distintivo de permanecer siempre descalzos los siervos, algo que él nunca sería allí.  

     Sin embargo, no todo era gozo en el hogar, ni fue general el regocijo ante el regreso del pródigo a casa, pues indignado fuera de ella y negándose a participar de la fiesta, se hallaba su hermano mayor expresando su disconformidad ante el generoso recibimiento del que este era objeto pese al hecho de haber vivido antes disipadamente en tanto que él habiendo permanecido al lado de su padre no había recibido aparentemente reconocimiento alguno.  Tal actitud egoísta y resentida constituye en sí aquí una representación de la errónea pretendida auto justificación por obras del sistema legal fariseo carente de misericordia y vacío de perdón (Cp. Lucas 18:9-14).
     A través de esta ilustración, el Maestro nos ofrece una extraordinaria visión del amor de nuestro Dios simbolizado en el padre de familia a la vez que nos representa a cada quién de los que arrepentidos como el pródigo nos hemos vuelto a Él después de haber vivido disipadamente recibiendo sin reproche alguno su perdón (Cp. Hebreos 8:12; Miqueas 7:19).

     Ahora, si bien el fariseísmo no era al parecer culpable de la práctica escandalosa de pecados tan públicos como los del pródigo, sí lo fue de haberse mostrado indolente, crítico, murmurador, falto de amor y desprovisto de perdón para con el pecador arrepentido.

     Pese a la gravedad de sus faltas, el hijo menor no se detuvo ante aquello que quizás podrían opinar en casa de su padre, quienes le habían conocido antes de partir, decididamente regresó arrepentido, avergonzado y fracasado, siendo inmediatamente perdonado y al instante restaurado en un hecho quizás para él mismo inesperado, de similar manera, mas ante la certeza de la indulgencia de Dios debiera hacer todo aquel que consciente de sus faltas mas proponiéndose enmendarlas desee volverse a Dios para ser renovado negándose a continuar viviendo en la derrota espiritual que conlleva el pecado (Cp. Salmos 32: 1-11; 51:1-4, 16,17).