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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del rico insensato


Lucas 12:16-21

Por:
Carlos Ardila

     Antes, alguien de entre la multitud de quienes escuchaban a Jesús le solicitó mediar entre él y su hermano en la repartición de una herencia (Cp. Lucas 12:13).

     Muy probablemente esta petición le haya sido cursada por el hermano menor, ya que la ley mosaica establecía que al hijo primogénito se le asignara una doble porción de la herencia, es decir, dos terceras partes de los bienes de su padre, en tanto que la cantidad restante debería ser distribuida entre los demás (Cp. Deuteronomio 21:15-17). De acuerdo a lo anterior y a juzgar por la actitud asumida por el Maestro, en términos legales todo parecía estar muy claro, de modo tal que aparentemente no había lugar a discusión, pese a lo cual el hermano menor, aunque consciente de la situación, codiciaba los bienes del mayor (Cp. Lucas 12:15). Sin tomar partido en un asunto que bien sabía el Señor no era de su competencia, preguntó a quién le hubiera solicitado intervenir: “¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” (Cp. Lucas 12:14), luego de lo cual explícitamente sugirió a sus oyentes guardarse de toda forma de avaricia, puesto que la vida del hombre no depende de los bienes materiales que pueda llegar a poseer (Cp. Lucas 12:15).

     Con ocasión de lo anterior, Jesús ofreció a sus oyentes esta ilustración en la cual aludió a un hombre tan adinerado como insensato, quien habiendo disfrutado de gran prosperidad material, codiciaba atesorar aún más depositando toda su confianza en las riquezas diciéndose a sí mismo: “Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.  Descansa, come, bebe y goza de la vida” (Cp. Lucas 12:19), ignorando que esa misma noche moriría y entonces, ¿para quién sería todo aquello que había acumulado? (Cp. Santiago 4:13-15).

     A través de esta parábola, el Señor nos anima a reflexionar respecto del ineludible suceso de la muerte, instándonos a considerar que existe un algo eterno más allá de los bienes materiales temporales en lo cual debemos pensar, hecho evidentemente no tomado en cuenta por quienes al igual que el personaje central en su ilustración se enfocan prioritariamente en lo efímero de las riquezas del mundo (Cp. Eclesiastés 1:3; 2:18-26; 5:13; I de Timoteo 6:17; Santiago 5:1-3; I de Juan 2:15-17).

     En vez de centrar todos nuestros esfuerzos en busca de lo material que en la justa medida Dios nos ha prometido, si en primer lugar le buscamos a Él, procuremos hacernos a bienes espirituales que a diferencia de los físicos temporales permanecen para siempre (Cp. Mateo 6: 19-21, 25-34; 13:44-46).