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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del portero que vela


Marcos 13:34-37

Por:
Carlos Ardila

     Es esta una parábola más del Maestro en conexión con la ilustración de la higuera inmediatamente anterior y en referencia al mismo hecho de la venida temporal de Dios en juicio sobre la nación de Israel que implicaría la devastación de Jerusalén (Cp. Marcos 13:28,29).

     Aunque el Señor indicó a sus discípulos que no pasaría su generación sin que aquel desastre aconteciera (Cp. Marcos 13:30; Mateo 24:34; Lucas 21:32), no les había revelado exactamente ni el día ni la hora en que este ocurriría (Cp. Marcos 13:32; Mateo 24:36).

     Ahora, siendo omnisciente Jesús (Cp. Juan 16:30; Colosenses 2:3,9), ¿por qué razón manifestó que solo el Padre y sus ángeles sabían con exactitud el día y la hora de tal desolación?, ¿desconocía Él estos datos? Desde luego que no; sin embargo, no hacía parte del plan de Dios que Él le proporcionara esta información a sus discípulos, sino que les animara a estar expectantes y vigilantes respecto de lo que habría de acontecer, conviene, por lo tanto, decir que el término saber usado en Marcos 13:32 y en Mateo 24:36 y en varios contextos bíblicos más significa además: conocer, revelar, declarar, manifestar, descubrir o informar a alguien sobre una u otra cuestión en particular, lo cual nuevamente no era el propósito comunicativo del Maestro aquí (Cp. Óseas 8:4; I de Corintios 2:2).

     Correspondía al portero estar atento a la seguridad de la casa dejada a su cuidado, permaneciendo asimismo al pendiente del regreso de su dueño, quien en esta parábola representa al Señor, en tanto que su casa ejemplifica a su pueblo y sus siervos simbolizan a los miembros de este a los que se les asignó a cada cual una labor (Cp. Efesios 2:8-10) mas solo al vigía le fue confiado el resguardo de sus consiervos (Cp. Ezequiel 3:17-21; Hebreos 13:17) siendo él en esta ilustración figura de aquel quien vela por el bienestar espiritual de sí mismo y del de los demás (Cp. I de Timoteo 4:16).

     Tres eran las vigilas en las que los judíos dividían las noches, la primera de la puesta del sol a las diez, de allí la segunda hasta las dos de la madrugada y a partir de esta hora la tercera finalizada con la salida del sol, y en cuatro las distribuían los romanos, en esta ocasión Jesús hizo mención del criterio de distribución horario romano que consideraba el anochecer que empezando a las seis de la tarde concluía a las nueve, luego de aquí a las doce la medianoche, entre este punto y las tres, entrada el alba el canto del gallo y por último el amanecer que terminaba a las seis de la mañana. 

     Si bien el contexto inmediato dentro del cual se sitúan estas palabras del Maestro describe en detalle los eventos relacionados específicamente con la destrucción de Jerusalén y de su templo ocurrida en el año setenta de nuestra era como ya ha sido señalado en la figura de la higuera anterior a esta, hoy a todos los siervos de Dios nos corresponde velar cumpliendo fielmente con nuestros deberes y a la espera del regreso definitivo del Señor siendo mayor el grado de responsabilidad que sobre la seguridad espiritual del pueblo de Dios recae en quienes como atalayas le servimos a Él en el desempeño de labores relacionadas con la exhortación y la enseñanza mismas que dormitando no debemos descuidar (Cp. I Timoteo 4:16; Hebreos 13:17; II de Timoteo 4:1-5; Ezequiel 3:17-21).

     De entre los judíos residentes en Jerusalén cuando se sucedieron estos hechos, la gran mayoría de los ancianos murieron en tanto que a los adolescentes menores de diecisiete años se les vendió como esclavos mientras que otros más fueron enviados a trabajar forzadamente en las minas egipcias, hoy al igual que velaría entonces un vigía a fin de librar a la ciudad de tal ataque, a quienes predicamos la Palabra de Dios nos corresponde velar tratando de evitar la muerte espiritual de aquellos que pudieran ser esclavizados por el pecado (Cp. Juan 8:31-34; Romanos 6:17,18).