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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del rico y Lázaro


Lucas 16:19-31

Por:
Carlos Ardila

     Mucho se ha debatido en torno a este pasaje, cuestionando si es este realmente o no una parábola, dadas sus características, que en la opinión de algunos intérpretes, no permiten reconocerle como tal por no ofrecer él en su extensión los elementos comparativos propios de esta figura, en tanto que otros más sugieren que ella corresponde a un hecho real descrito por Jesús.

     Con todo, debe ser observado que antes de referir esta historia ilustrativa a sus oyentes, el Maestro había estado haciendo una serie de consideraciones acerca de la actitud correcta que debe el hombre asumir respecto a su relación con las riquezas temporales, audiencia entre la cual se encontraban algunos cuantos fariseos, hombres usualmente caracterizados por su avaricia y quienes según el evangelio de Lucas escuchaban sus palabras burlándose de Él (Cp. Lucas 16:10-14), razón con ocasión de la cual Jesús les ofreció esta ilustración inspirada en la avaricia de estos, que hizo similar a la mezquindad del rico egoísta e insensible frente a las necesidades materiales de su prójimo, ruindad tal que en el contexto inmediatamente anterior parece proveer el elemento comparativo requerido para constituir esta narración efectivamente una parábola del Señor.

     Dos son los personajes claramente contrastantes en esta ilustración, el rico, un hombre adinerado e indolente, y Lázaro, un mendigo adicionalmente enfermo quien ansiaba saciarse de las migajas de pan que caían de la mesa del insensible acaudalado.

     Según lo referido por el Señor, después de haber muerto ambos hombres fueron transportados al Hades, conviene señalar que el vocablo griego Hades aquí en mención no guarda relación alguna con el dios Hades, hijo del Titán Cronos y de la Titánide Rea, hermano de Zeus y de Poseidón que en la mitología griega fuera reconocido como el señor de los muertos, sino que traducido del término hebreo Seol ha sido empleado en referencia al lugar espiritual que en el idioma griego designa además a la morada o la región de los espíritus, sitio en el que estos permanecen a la espera del juicio final y en el que existen dos diferentes habitaciones, son estas, el seno de Abraham, un recinto de consolación al cual fue llevado Lázaro por los ángeles de Dios, y una estancia de tormentos, espacio al que fuera trasladado el rico indolente.

     Una vez allí, cada uno en su respectivo aposento, el rico pudo observar de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno, siendo consolado en tanto que él era atormentado, se desprende de lo anterior que ambos hombres se hallaban en estado consciente, pudiendo reconocerse a sí mismos y a los demás y en capacidad de recordar en qué condiciones habían vivido en el mundo físico (Cp. Lucas 16: 25).

     En medio del dolor de su tortura, el antes hombre adinerado deseaba que Abraham le enviase a Lázaro a fin de que este mojando la punta de su dedo en agua le refrescara su lengua, mitigando así en algo su suplicio.  
  
     Puesto que el Hades es un lugar de naturaleza espiritual, es decir, insustancial, por supuesto los elementos físicos aquí citados son claramente figurados, en este orden de ideas, la llama no literal en la que estaba siendo el rico atormentado simbólicamente refiere al dolor que espiritualmente este sufría allí, en tanto que el dedo de Lázaro que quien estando en vida siendo tan pudiente como insensible ante sus necesidades deseaba fuese mojado en agua para refrescarle su lengua nos ofrecen una idea del alivio temporal que él esperaba recibir.  Mediante el uso de tales símbolos, el Señor nos provee de una imagen aproximada de las cosas y de las situaciones espirituales que, desconocidas deben sernos representadas a través de aquellas materiales que nos son familiares y por medio de las cuales se nos facilita su comprensión.

     Según lo dijera el Maestro, Abraham, en respuesta a la solicitud del rico que anhelaba, le fuese enviado Lázaro a fin de aliviarle, describiendo aquel lugar espiritual, señaló que en medio de las dos diferentes habitaciones allí existentes, su seno, un reciento de consolación en el cual se hallaba aquel quien en vida pobre fuera, y la estancia de tormento en la que el antes opulento e indolente hombre se encontraba, una gran sima, es decir un enorme abismo ha sido puesto imposibilitando así el libre tránsito de un cuarto a otro.

     Del mismo modo negativo, esta vez al responder a la segunda petición del rico, quien deseaba se enviase a Lázaro a advertir a sus hermanos respecto de la existencia del Hades y sobre sus penosas circunstancias, a la finalidad de evitar que posteriormente estos fuesen también allí para ser atormentados, Abraham puntualizó: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (Cp. Lucas 16:29), indicando con ello que al testimonio de sus escritos y a sus palabras deberían los vivos remitirse, concluyendo finalmente además que de no hacerlo tampoco se persuadirían ni se arrepentirían, aunque les fuese enviado alguno de entre los muertos (Cp. Lucas 16:30).

     Por medio de esta ilustración, Jesús nos urge a pensar prioritariamente en las cosas espirituales, en vez de primero en las riquezas materiales temporales (Cp. Colosenses 3:1-4; I Timoteo 6:17; Santiago 5:1-3) animándonos a considerar los dos únicos seguros destinos eternos a los que hemos de ser enviados una vez después de fallecer y de acuerdo a la forma en la cual hayamos vivido (Cp. Juan 5:28,29; II de Corintios 5:10; Apocalipsis 22:12).

     Si bien el Hades no constituye en sí la morada final de los espíritus, claramente nos es presentado como la antesala tanto del gozo eterno en la presencia de Dios en el cielo como del castigo perpetuo en el infierno, que serán posteriores a la resurrección y al juicio de Dios (Cp. Juan 5:28, 29; Hebreos 9:27; Mateo 25: 41,46; Filipenses 3:20,21; Colosenses 1:5; I de Pedro 1:4).

     A partir de la actitud característicamente avara de algunos fariseos, quienes hacían parte de la audiencia de Jesús (Cp. Lucas 16:14), a través de esta ilustración Él nos confronta ante las dos posibles actitudes a asumir frente a las riquezas materiales temporales, esperando desde luego optemos cada quién de nosotros por elegir la correcta (Cp. Santiago 5:1-3; Lucas 16:25; Mateo 6:19-21,24; Gálatas 6:9,10; I de Juan 3:17).