Lucas 16:19-31
Mucho se ha debatido en torno a este pasaje, cuestionando si es este realmente o no
una parábola, dadas sus características, que en la opinión de algunos intérpretes, no permiten reconocerle como tal por no ofrecer él en su extensión los elementos
comparativos propios de esta figura, en tanto que otros más sugieren que ella
corresponde a un hecho real descrito por Jesús.
Con
todo, debe ser observado que antes de referir esta historia ilustrativa a sus
oyentes, el Maestro había estado haciendo una serie de consideraciones acerca
de la actitud correcta que debe el hombre asumir respecto a su relación con las
riquezas temporales, audiencia entre la cual se encontraban algunos cuantos
fariseos, hombres usualmente caracterizados por su avaricia y quienes según el
evangelio de Lucas escuchaban sus palabras burlándose de Él (Cp. Lucas 16:10-14),
razón con ocasión de la cual Jesús les ofreció esta ilustración inspirada en la
avaricia de estos, que hizo similar a la mezquindad del rico egoísta e insensible
frente a las necesidades materiales de su prójimo, ruindad tal que en el
contexto inmediatamente anterior parece proveer el elemento comparativo
requerido para constituir esta narración efectivamente una parábola del Señor.
Dos
son los personajes claramente contrastantes en esta ilustración, el rico, un
hombre adinerado e indolente, y Lázaro, un mendigo adicionalmente enfermo quien
ansiaba saciarse de las migajas de pan que caían de la mesa del insensible
acaudalado.
Según
lo referido por el Señor, después de haber muerto ambos hombres fueron
transportados al Hades, conviene señalar que el vocablo griego Hades aquí en
mención no guarda relación alguna con el dios Hades, hijo del Titán Cronos
y de la Titánide Rea, hermano de Zeus y
de Poseidón que en la mitología griega
fuera reconocido como el señor de los muertos, sino que traducido del
término hebreo Seol ha sido empleado en
referencia al lugar espiritual que en el idioma griego designa además a la
morada o la región de los espíritus, sitio en el que estos permanecen a la
espera del juicio final y en el que existen dos diferentes habitaciones, son estas, el seno de Abraham, un recinto de
consolación al cual fue llevado Lázaro por los ángeles de Dios, y una estancia
de tormentos, espacio al que fuera trasladado el rico indolente.
Una vez allí, cada uno en
su respectivo aposento, el rico pudo observar de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno,
siendo consolado en tanto que él era atormentado, se desprende de lo anterior
que ambos hombres se hallaban en estado consciente, pudiendo reconocerse a sí
mismos y a los demás y en capacidad de recordar en qué condiciones habían
vivido en el mundo físico (Cp. Lucas 16: 25).
En
medio del dolor de su tortura, el antes hombre adinerado deseaba que Abraham le
enviase a Lázaro a fin de que este mojando la punta de su dedo en agua le
refrescara su lengua, mitigando así en
algo su suplicio.
Puesto
que el Hades es un lugar de naturaleza espiritual, es decir, insustancial, por
supuesto los elementos físicos aquí citados son claramente figurados, en este
orden de ideas, la llama no literal en la que estaba siendo el rico atormentado
simbólicamente refiere al dolor que espiritualmente este sufría allí, en tanto
que el dedo de Lázaro que quien estando en vida siendo tan pudiente como
insensible ante sus necesidades deseaba fuese mojado en agua para refrescarle
su lengua nos ofrecen una idea del alivio temporal que él esperaba recibir. Mediante el uso de tales símbolos, el Señor nos
provee de una imagen aproximada de las cosas y de las situaciones espirituales que, desconocidas deben sernos representadas
a través de aquellas materiales que nos son familiares y por medio de las cuales
se nos facilita su comprensión.
Según
lo dijera el Maestro, Abraham, en respuesta a la solicitud del rico que anhelaba,
le fuese enviado Lázaro a fin de aliviarle, describiendo aquel lugar espiritual,
señaló que en medio de las dos diferentes habitaciones allí existentes, su
seno, un reciento de consolación en el cual se hallaba aquel quien en vida
pobre fuera, y la estancia de tormento en la que el antes opulento e indolente
hombre se encontraba, una gran sima, es decir un enorme abismo ha sido puesto
imposibilitando así el libre tránsito de un cuarto a otro.
Del
mismo modo negativo, esta vez al responder a la segunda petición del rico, quien
deseaba se enviase a Lázaro a advertir a sus hermanos respecto de la existencia
del Hades y sobre sus penosas circunstancias, a la finalidad de evitar que
posteriormente estos fuesen también allí para ser atormentados, Abraham
puntualizó: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (Cp. Lucas 16:29),
indicando con ello que al testimonio de sus escritos y a sus palabras deberían los
vivos remitirse, concluyendo finalmente además que de no hacerlo tampoco se
persuadirían ni se arrepentirían, aunque les fuese enviado alguno de entre los
muertos (Cp. Lucas 16:30).
Por
medio de esta ilustración, Jesús nos urge a pensar prioritariamente en las cosas
espirituales, en vez de primero en las riquezas materiales temporales (Cp. Colosenses 3:1-4; I Timoteo 6:17;
Santiago 5:1-3) animándonos a considerar los dos únicos seguros destinos
eternos a los que hemos de ser enviados una vez después de fallecer y de
acuerdo a la forma en la cual hayamos vivido (Cp. Juan 5:28,29; II de Corintios 5:10; Apocalipsis 22:12).
Si
bien el Hades no constituye en sí la morada final de los espíritus, claramente nos
es presentado como la antesala tanto del gozo eterno en la presencia de Dios en
el cielo como del castigo perpetuo en el infierno, que serán posteriores a la
resurrección y al juicio de Dios (Cp. Juan 5:28, 29; Hebreos 9:27; Mateo 25:
41,46; Filipenses 3:20,21; Colosenses 1:5; I de Pedro 1:4).
A
partir de la actitud característicamente avara de algunos fariseos, quienes
hacían parte de la audiencia de Jesús (Cp. Lucas 16:14), a través de esta
ilustración Él nos confronta ante las dos posibles actitudes a asumir frente a
las riquezas materiales temporales, esperando desde luego optemos cada quién de
nosotros por elegir la correcta (Cp. Santiago 5:1-3; Lucas 16:25; Mateo
6:19-21,24; Gálatas 6:9,10; I de Juan 3:17).