¿Es realmente razonable e inteligente la
Teoría de La Evolución Biológica de las especies mediante el proceso continuo
de las transformaciones casuales de los seres a través de sus generaciones
formulada por Lamarck en 1809 y luego por Darwin en 1859?
Ha sido observado que son por lo menos
sesenta y cuatro los elementos químicos armónicamente fusionados en nuestros
cuerpos para la estructuración y el desempeño de complejas y elaboradas
funciones esqueléticas, musculares, respiratorias, circulatorias, digestivas y
reproductivas a más de las tan sorprendentes elaboraciones que nuestras células
hacen de todas las diferentes proteínas halladas en ellos.
Adicionalmente, al ser estos
minuciosamente observados, han sido hallados en ellos por lo menos mil
seiscientos kilómetros de vasos sanguíneos, setecientos millones de células
pulmonares, un millón quinientas mil glándulas sudoríparas, tres millones de
glóbulos blancos, ciento ochenta billones de glóbulos rojos y tres billones de
células nerviosas, entre tan solo algunas otras consideraciones más hechas al
ser analizados nuestros cuerpos perfectamente diseñados para la coordinada
interacción de doscientos ochenta y cuatro huesos con alrededor de cuarenta
diferentes funciones a más de seiscientos músculos para el eficiente desempeño
de por lo menos seis mil diferentes funciones; todo ello sin hacer mención de los millones de células y tejidos en nuestra piel, de nuestros cinco complejos
sentidos y del aún desconocido diseño de nuestro tan perfectamente elaborado e
intrincado cerebro desde el cual son dinámica e inteligentemente direccionadas
todas nuestras funciones.
Ahora, ¿razonablemente podríamos pensar que
sea este el producto de la evolución accidental?, O más bien la resultante de
una creación racional (Cp. Génesis 1: 26,27).
¿Verdad que somos seres maravillosos?
Siendo que Dios nos ha formado con esmero, esforcémonos en amarle así como en
servirle mejor cada día de nuestras vidas transitorias en el mundo presente, no
es casual que estamos aquí, Él tiene un plan para nosotros en un cuerpo
glorioso aún muy superior al físico extraordinario del cual nos ha dotado (Cp. Jeremías
1:5; Salmos 22:10; 139: 16; Gálatas 1:15; Eclesiastés 12:7; Filipenses
3:20,21).