Por:
No
tan solo de la manera racional que me hace estar consciente de su evidente
existencia (Cp. Romanos 1:19-32; Santiago 2:19), aún más allá de ello, creo en
Dios como en el ser superior, interesado de manera personal en mi frágil
existencia por Él desde antes, destinada a la eterna permanencia (Cp. Juan 3:16;
Filipenses 3:20,21).
Creo en Dios, no tan solo como en el ser
omnipotente al control de todas las cosas, sino aún más allá de ello, he
depositado mi entera confianza en su acción disponiendo a la vez que encaminado
en mi bien todas aquellas cosas (Cp. Romanos 8:28).
Creo en Dios, no tan solo como en el ser
omnisciente, dueño absoluto del saber y de la ciencia, sino aún más allá de
ello, he decidido confiar en su anticipado conocimiento respecto de todo
aquello cuanto sabe Él me será de beneficio (Cp. Efesios 3:20,21).
Creo en Dios, no tan solo como en el ser
omnipresente, cuya sola presencia abarca todos los espacios, así como todas las
cosas, sino aún más allá de ello, puedo percibirle tanto en derredor mío como
dentro mí trabajando siempre en función de ayudarme en dichos espacios por, en
y a través de todas aquellas cosas (Cp. Salmos 34:7; 23:1-6; I de Corintios
3:16; 6:19).
Creo en Dios, no tan solo como en el ser
inspirador de su revelada Palabra, sino aún más allá de ello, confío en Él, como
en el siempre fiel cumplidor de todas sus promesas (Cp. II de Timoteo 3:16,17;
Hebreos 10:23; 11:11; II de Timoteo 1:12).
Aún más allá de creer en Dios solo como
quien está en la posesión de un saber racional, he optado por creerle al Dios
de cuya existencia estoy consciente; en consecuencia, al creer que Él
efectivamente existe y jamás me ha defraudado, siempre he de pensar y actuar con
base en la fe que me hace afirmar: creo en Dios con absoluta certeza (Cp. Hebreos
11:6; Santiago 1:19-27; 2:20-26).
¿Crees tú en Dios?