Mateo 13:51-52
Por:
Carlos Ardila
Dentro del mismo marco
contextual el Maestro enseñando a sus discípulos a través de las parábolas del
tesoro escondido y la perla de gran precio ilustró el valor supremo del reino
de los cielos en tanto que por medio de la del trigo y la cizaña y la de la red
marcó el contraste existente entre los buenos y los malos cuya separación solo
se llevará a efecto al final de los tiempos; después de haber hecho uso de esta
sucesión de figuras Él deseaba saber si acaso ellos habían logrado deducir el
significado de estas, inquietud a la cual ellos respondieron afirmativamente
(Cp. Mateo 13:51), contestación a partir de la que Jesús, subsecuentemente
representándose a sí mismo, se comparó con todo docto, es decir, sabio, letrado o
instruido en el conocimiento espiritual, quien semejante a un padre de familia saca cosas nuevas y viejas de entre el caudal
de sus saberes significando con lo nuevo su fresca doctrina y por intermedio de
lo viejo los antiguos preceptos del judaísmo (Cp. Mateo 13:52).
Si bien el Maestro no había
venido a anular la ley mosaica, sino más bien a cumplirla (Cp. Mateo 5:17), al
obedecerla cabalmente (Cp. Juan 19:30) mientras esta aún estuviera vigente
constituyendo una alianza entre el Rey e Israel (Cp. Éxodo 19:5,6), la quitaría
de en medio clavándola en su cruz (Cp. Colosenses 2:14-17) dando lugar al
establecimiento de un Nuevo Pacto en su sangre entre Dios y el resto de la
humanidad (Cp. Lucas 22:20; Hebreos 8:1-13; I de Pedro 2:9,10), de manera tal que
Él ensoñándole a sus discípulos de un
modo más preciso el significado de los preceptos antiguos que habían preparado
a su pueblo para su venida (Cp. Gálatas 3:23-26), a la vez les instruía acerca
de su nueva visión respecto a la salvación (Cp. Juan 1:17).
Siendo que el Antiguo Pacto
establecido exclusivamente entre Dios e Israel tuvo su lugar y que su antigua
ley cumplida ya por el Señor ha quedado atrás, esforcémonos por guardar los
términos del Nuevo Pacto instaurado en la sangre de nuestro Salvador (Cp.
Romanos 15:4; Hebreos 10:26-31).