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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábolas de la construcción de la torre y el rey que marcha a la guerra


Lucas 14:28-33

Por:
Carlos Ardila

     Gran cantidad de personas seguían al Señor, este observándolas decidió señalarles el precio de seguirle al decirles que para poder ser sus discípulos, ellas debían tenerle a Él en el primer lugar de sus prioridades, aborreciendo cada una a su familia e incluso a sí mismas, implicando con el hebraísmo o el modismo aborrecer no realmente un desprecio literal por sus parientes y por sus propias existencias, sino que deberían amarles menos a ellos y cada quien a su vida de lo que le habrían de amar a Él (Cp. Lucas 14:25-27; Mateo 12: 47-50) comprometiéndose a llevar su cruz, es decir, identificándose plenamente con su causa redentora y asumiendo las responsabilidades de su decisión de servirle (Gálatas 2:20), cuestión que luego les ilustró por medio de esta parábola.
  
     A través de estas palabras, Jesús planteó a sus oyentes y a nosotros hoy por extensión una muy obvia previsión, la de calcular cada quien el costo material antes de comenzar a levantar una construcción, anticipando si dispondrá o no de los recursos necesarios para terminarla sin exponerse a la burla de los demás si acaso nos los tuviera a su disposición.

     Del mismo modo, razonable y previsivo, ejemplificó, habría de hacer todo rey negociando previamente condiciones de paz con prudencia al saber que vendría en su contra otro respaldado por un ejército numéricamente superior y frente al cual no tendría posibilidad de triunfar.

     Una vez leídas estas dos ilustraciones del Maestro, todo aquel que desee ser su discípulo anticipadamente ha de considerar si posee o no en sus haberes el caudal del valor y la firmeza de carácter para sostener en el tiempo su decisión de seguirle, dándole siempre el sitial de honor (Cp. Colosenses 1:18) prosiguiendo hasta el fin sin detenerse ante las dificultades que le supondrá edificar su vida en Dios (Cp. Lucas 6:46-49).   

     Siendo que nuestra paz espiritual depende de rendirnos ante el Rey, en lugar de enfrentarnos a Él, reconociendo su soberanía aceptemos humildemente sus términos pactando con Él hacer su voluntad (Cp. Juan 15:14; 16:33; I de Timoteo 6:13-16; Apocalipsis 17:14).