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Después de haber vivido muchos años fuera
de mi ciudad natal al regresar de visita a ella pude de inmediato observar su
gran transformación y ver como en el lugar de las antiguas casas de tan solo
una planta habían sido levantados altos edificios por doquier y como en vez de
los viejos y pequeños autobuses había ya allí grandes, veloces y eficientes
medios de transporte masivo.
Estando allí pude reencontrarme con un
gran número de personas y como era de esperar ellas habían cambiado bastante físicamente
por la acción natural del paso de los años; además, social y económicamente,
algunas de estas se encontraban entonces en una muy superior posición.
Naturalmente, llegado el domingo asistí a
la iglesia en la cual me solía reunir cuando vivía allí, y aunque esta se
encontraba exactamente en el mismo lugar, su edificio no era ya el mismo de
antaño sino otro aún más amplio y moderno; por gracia de Dios se congregaban en
ella muchos nuevos miembros y pude reencontrarme aquel día con muy queridos
hermanos y juntos recordamos a algunos que ya habían fallecido
incluidos en el número de los que durmieron en el Señor varios misioneros,
predicadores y maestros que sirvieron en el pasado en aquella congregación y me
encontré con la grata sorpresa de un casi totalmente nuevo liderazgo integrado
por unos cuantos jóvenes siervos.
A diferencia de casi todo lo demás en la
ciudad y en cuanto al cambio físico natural de las personas y su progreso
económico y social a través del tiempo, algo no había cambiado, en la
congregación continuaba sintiéndose y practicándose la verdad del mismo modo
que antes, los principios y valores éticos y morales basados en la Palabra de
Dios por los cuales se regía seguían siendo los mismos, su fidelidad al Señor
tanto en el aspecto moral como en el doctrinal no había variado.
Hemos pasado del uso del caballo al de
complejos y poderosos aviones computarizados como medios de transporte, del
empleo de señales de humo y de palomas mensajeras a sofisticados e inmediatos
sistemas de comunicación entre otros muchos progresos y ¿cuánto aún más en hemos de avanzar?, la
Palabra de Dios dice:
“Pero tú, Daniel, cierra las palabras y
sella el libro hasta el tiempo del fin.
Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Cp. Daniel 12:4).
Para bien y a veces para mal casi todas las
cosas en la vida cambian, lo hacemos además en lo físico todas las personas,
tristemente y para mal, la actitud de algunos en cuanto Dios y a la obediencia
a su Palabra cambia también a lo largo de los años, afortunadamente y por gracia
del Señor, otros más se convierten a Él en el tiempo y permanecen fieles (Cp. Apocalipsis 2:10; Hebreos 10:35-39).
En la medida en la cual los hombres y las
sociedades cambian y no siempre para bien, algunas voces mundanas e inclusive religiosas
abogan y presionan por la adaptación de la iglesia a las que ellas consideran las
exigencias de la evolución del mundo actual a fin de hacerla más atractiva a
este, así, tal visión pretende el cambio e incluso el abandono de la doctrina y
de la moral que debemos preservar (Cp. Mateo 5:13).
Si bien en el mundo casi todo cambia, la
Palabra de Dios permanece para siempre (Cp. I de Pedro 1:24,25), si para mal en
la vida la actitud de muchos hacia Dios y su Palabra cambia, nuestro Salvador
es el mismo ayer, hoy y siempre (Cp. Hebreos 13:8).
Aunque casi todo y casi todos cambien, en
cuanto a nosotros, algo jamás debería cambiar, nuestra actitud de sujeción y
obediencia a Dios y a su Palabra, ella dice:
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
“No os dejéis llevar de doctrinas diversas
y extrañas; porque buena cosa es afirmar
el corazón con la gracia, no con
viandas, que nunca aprovecharon a los
que se han ocupado de ellas” (Cp.
Hebreos 13:8,9).
“Los entendidos resplandecerán como el
resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Cp.
Daniel 12:3).