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viernes, 27 de septiembre de 2019

AUNQUE CASI TODO Y CASI TODOS CAMBIEN


 Por:
Carlos Ardila

     Después de haber vivido muchos años fuera de mi ciudad natal al regresar de visita a ella pude de inmediato observar su gran transformación y ver como en el lugar de las antiguas casas de tan solo una planta habían sido levantados altos edificios por doquier y como en vez de los viejos y pequeños autobuses había ya allí grandes, veloces y eficientes medios de transporte masivo.

     Estando allí pude reencontrarme con un gran número de personas y como era de esperar ellas habían cambiado bastante físicamente por la acción natural del paso de los años; además, social y económicamente, algunas de estas se encontraban entonces en una muy superior posición.

     Naturalmente, llegado el domingo asistí a la iglesia en la cual me solía reunir cuando vivía allí, y aunque esta se encontraba exactamente en el mismo lugar, su edificio no era ya el mismo de antaño sino otro aún más amplio y moderno; por gracia de Dios se congregaban en ella muchos nuevos miembros y pude reencontrarme aquel día con muy queridos hermanos y juntos   recordamos a algunos que ya habían fallecido incluidos en el número de los que durmieron en el Señor varios misioneros, predicadores y maestros que sirvieron en el pasado en aquella congregación y me encontré con la grata sorpresa de un casi totalmente nuevo liderazgo integrado por unos cuantos jóvenes siervos.

     A diferencia de casi todo lo demás en la ciudad y en cuanto al cambio físico natural de las personas y su progreso económico y social a través del tiempo, algo no había cambiado, en la congregación continuaba sintiéndose y practicándose la verdad del mismo modo que antes, los principios y valores éticos y morales basados en la Palabra de Dios por los cuales se regía seguían siendo los mismos, su fidelidad al Señor tanto en el aspecto moral como en el doctrinal no había variado.

     Hemos pasado del uso del caballo al de complejos y poderosos aviones computarizados como medios de transporte, del empleo de señales de humo y de palomas mensajeras a sofisticados e inmediatos sistemas de comunicación entre otros muchos progresos y ¿cuánto aún más en hemos de avanzar?, la Palabra de Dios dice:

     “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.  Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Cp. Daniel 12:4).

     Para bien y a veces para mal casi todas las cosas en la vida cambian, lo hacemos además en lo físico todas las personas, tristemente y para mal, la actitud de algunos en cuanto Dios y a la obediencia a su Palabra cambia también a lo largo de los años, afortunadamente y por gracia del Señor, otros más se convierten a Él en el tiempo y permanecen fieles (Cp. Apocalipsis 2:10; Hebreos 10:35-39).

     En la medida en la cual los hombres y las sociedades cambian y no siempre para bien, algunas voces mundanas e inclusive religiosas abogan y presionan por la adaptación de la iglesia a las que ellas consideran las exigencias de la evolución del mundo actual a fin de hacerla más atractiva a este, así, tal visión pretende el cambio e incluso el abandono de la doctrina y de la moral que debemos preservar (Cp. Mateo 5:13).

     Si bien en el mundo casi todo cambia, la Palabra de Dios permanece para siempre (Cp. I de Pedro 1:24,25), si para mal en la vida la actitud de muchos hacia Dios y su Palabra cambia, nuestro Salvador es el mismo ayer, hoy y siempre (Cp. Hebreos 13:8).

     Aunque casi todo y casi todos cambien, en cuanto a nosotros, algo jamás debería cambiar, nuestra actitud de sujeción y obediencia a Dios y a su Palabra, ella dice:

     “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
     “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas” (Cp. Hebreos  13:8,9). 

     “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Cp. Daniel 12:3).