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Salvos
por gracia y justificados gratuitamente por Dios a través de Jesucristo (Cp.
Romanos 5:1), son expresiones muy propias de nuestra fe y de las cuales más uso solemos hacer, y
si bien ellas claramente son ciertas, lamentablemente algunas veces estas son
tanto malinterpretadas como mal enseñadas por quienes intentan hacerle creer a
sus oyentes que solo con creer en el Señor, levantar su mano en alguna reunión
o el repetir la oración guiada por algún determinado predicador con sus manos
puestas sobre la radio o el televisor en definitiva podrán ser salvos.
Por supuesto, lejos de la intención de
juzgar la forma en la cual de buen corazón y con la mejor intención muchas
personas predican la Palabra de Dios sin hacer mención de las buenas obras que
Él desea que hagamos, quiero hoy llamar la atención hacia la relajada comodidad
espiritual que este modo de enseñar produce llevando a muchos cristianos a la
infidelidad y a la mediocridad.
Con relación a las obras que Él debía
llevar a cabo, Jesús expresó:
“Mas yo tengo mayor testimonio que el de
Juan; porque las obras que el Padre me
dio para que cumpliese, las mismas obras
que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado” (Cp. Juan 5:36), indicando
con ello que su vida y sus acciones concretas hacían evidente que en
efecto Él era el Hijo de Dios.
Además de lo anterior, el Señor manifestó:
“Mi comida es que haga la voluntad del que
me envió, y que acabe su obra” (Cp. Juan 4:34 b), ilustrando por medio de
tales palabras que para Él hacer la obra de su Padre representaba una necesidad
espiritual tan esencial como el alimentarse de manera material.
¿Estamos haciendo las obras de nuestro
Padre?, ¿caracterizan nuestras acciones la conducta propia de los auténticos
hijos de Dios? (Cp. I de Pedro 1:13-16; Romanos 6:1-6), ¿refleja nuestra vida
la imagen del Señor? (Cp. Mateo 5:14-16), ¿nos alimentamos más de la Palabra de
Dios que de la influencia del mundo? (Cp. I de Pedro 2:2; Romanos 12:1,2) ¿le
damos prioridad a lo espiritual por sobre lo material? (Cp. Colosenses 3:1-4).
No olvidemos jamás que Dios se ha
reservado para sí mismo a un pueblo celoso de las buenas obras que Él de
antemano ha preparado para que sus hijos andemos en ellas (Cp. Efesios 2:8-10)
y que desde luego nuestra fe debe ir siempre acompañada de estas (Cp. Santiago
2:26).
Una de aquellas obras, la cual es a su vez
un mandamiento directo del Señor es que no cesemos de predicar el evangelio
(Cp. Mateo 28:18-20; Hechos 5:42; I de Corintios 9:16).
Para ser salvos no basta solo con creer en
Dios, sino que aún más allá de ello, es absolutamente necesario obedecerle (Cp. Santiago 2:14-26; Apocalipsis 22:12; II
de Corintios 5:10).