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Observar el deshielo del glaciar Perito
Moreno y divisar las Cataratas del Iguazú, consideradas una de las siete
maravillas del mundo, son tan solo dos de las tantas bellezas naturales y
atractivos turísticos más que ofrece al público en general la República de la
Argentina, existiendo desde luego otros muchos hermosos paisajes que provistos
por la naturaleza en diversos países del mundo deleitan y maravillan la vista
de quienes los visitan.
Muy seguramente todos querríamos disponer
de los recursos necesarios para ir a contemplar cada uno de los tantos hermosos
lugares existentes en nuestro precioso planeta; ahora, de seguro al ir como
turistas a un determinado sitio, luego necesariamente nos debemos regresar al
término del tiempo fijado para nuestra estadía en él, aunque claro, desearíamos
quedarnos indefinidamente allí.
¿Qué es lo que nos anima a visitar
aquellos sitios tan atractivos a nuestros ojos?
El relajarnos al romper temporalmente con nuestra rutina cotidiana, o el
experimentar nuevas sensaciones y aventuras entre otras varias motivaciones más
que pudiéramos mencionar.
Metafóricamente, la Palabra de Dios nos provee
una hermosa descripción del cielo comparando su gloriosa apariencia con algunos
de los metales y de las piedras preciosas que nos son conocidas en la tierra
ofreciéndonos a través de ellas una semblanza de su extraordinaria belleza, así
por ejemplo asemeja sus calles al oro y al decorado de la ciudad celestial lo
asimila al brillo del jaspe, del cristal, el zafiro, la esmeralda y el ónice
(Cp. Apocalipsis 21:9-27).
A diferencia de cómo para ir a contemplar
y a disfrutar de los tantos hermosos lugares existentes en nuestro mundo
necesitamos de dinero suficiente para poder financiar nuestros viajes y después
regresar, el ir al cielo solo precisará
del recurso espiritual de nuestra fe y de las buenas obras que en virtud de
ella debemos hacer en obediencia a nuestro Dios (Cp. Apocalipsis 2:10; 21:7,8), ya que Él a través de su Hijo ha pagado nuestro pasaje de ida y sin regreso a un
mundo que un día ya no existirá más.
La Palabra de nuestro Dios dice:
“Pero el día del Señor vendrá como ladrón
en la noche; en el cual los cielos
pasarán con grande estruendo, y los
elementos ardiendo serán deshechos, y la
tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.
Puesto que todas estas cosas han de ser
deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar
en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida
del día de Dios, en el cual los
cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!
Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.
Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e
irreprensibles, en paz” (Cp. II de Pedro
3:10-14).
En vista de que esto será así, ¿estás tú motivado
para ir a conocer y a disfrutar por siempre de ese maravilloso lugar?, ¿en fe y
obediencia estás siéndole fiel a Dios?, ¿harás tú uso del pasaje que Jesús te
ha reservado para ir al cielo?
Nuestro Salvador dijo:
“En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros.
Y si me fuere, y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Cp. Juan 14:2,3).