Copyright © Todos los derechos reservados por Carlos Ardila.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola de la gran cena


Lucas 14:15-24 (Cp. Mateo 22:1-14)

Por:
Carlos Ardila

     El marco contextual inmediatamente anterior a esta historia ilustrativa sitúa al Maestro como invitado en casa de uno de los principales dirigentes de Israel, quien era un fariseo y en cuya residencia con varios comensales más se hallaban algunos miembros de su mismo partido para cenar mientras tendían asechanzas en su contra (Cp. Lucas 14:1), uno de los cuales expresó: “Bienaventurado aquel que coma pan en el reino de Dios” (Cp. Lucas 14:15; Isaías 25:6-8), palabras en respuesta a las que Jesús, planteando esta ilustración, estableció un contraste entre Dios quien no hace acepción de personas y la actitud del fariseo que invitándole a Él y a varios de sus compañeros fariseos, amigos, hermanos, parientes y vecinos adinerados esperando recibir de ellos después alguna retribución no convidó a ninguno que no hiciera parte de su secta ni fuese integrante de su familia o de su propia clase social y que, por tanto, no le pudiera luego recompensar (Cp. Lucas 14:12-14).

     En ella el reino de Dios fue asemejado por Jesús al evento de una gran cena, probablemente de bodas (Cp. Mateo 22:1-14) a la que los invitados en primera instancia ofreciendo diversas excusas dejaron de asistir, desaire en razón del cual el padre de familia convidó además a quienes según el más bajo criterio humano se consideraría indignos de ser tomados en cuenta para participar de tal banquete, pobres, mancos, cojos y ciegos, personas que el fariseísmo prejuiciosamente catalogaba pecadoras y con las que jamás se juntaría (Cp. Juan 9:1-3).

     Representó el Maestro a Dios en esta historia a través de la figura del anfitrión, en tanto que al fariseísmo y a los judíos que se negaron a participar del evento de su plan de salvación para el mundo comparado a una gran cena de bodas (Cp. Apocalipsis 19:9) y rechazaron a su Hijo, los simbolizó por medio de los primeros invitados, seguidamente, a quienes los duros fariseos juzgaban, no siempre con razón pecadores, los ejemplificó por intermedio del segundo grupo de los convidados que sin pretextos concurrieron al evento.

     Adicionalmente, incluyó el Señor en esta ilustración a un tercer conjunto de invitados, aquellos que entrarían para llenar el lugar que aún estaba disponible en casa del aquel hombre, mediante los cuales refirió a los gentiles, es decir, a los extranjeros que el fariseísmo y muchos judíos consideraban excluidos del reino de Dios (Cp. I de Pedro 2:9, 10; Hechos 10:34,35; 13:16; Romanos 9:25,26; Colosenses 1:13; Efesios 2:11-22). Ahora, ¿qué quiso significar el Señor al decir que el padre de familia hizo que se forzara a estos invitados a entrar? Conviene aquí señalar que entonces en oriente una respuesta inmediata de aceptación a una invitación sería considerada poco digna, así es que era de esperarse que inicialmente al ser convidado a cenar alguien se negara a asistir y de un modo protocolar se hiciese un poco de rogar (Cp. Lucas 7:36; Hechos 16:15) aunque realmente tuviera toda la intención de aceptar, razón por la que, según lo reseña esta ilustración, se les urgió a venir al evento. 

     Las excusas del fariseísmo y de un gran sector del judaísmo para negarse a asistir a la cena evidencian aquí el interés prioritario de estos en sus propios intereses personales (Cp. Mateo 6:24; Lucas 14:26; Colosenses 1:18), en cuanto a ellos finalmente el padre de familia sentenció: “Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena” (Cp. Lucas 14:24) indicando así la imposibilidad de justificación para quienes se niegan a aceptar al Hijo de Dios y a participar de su plan de salvación para el hombre por medio de Cristo (Cp. Juan 3:16,17,36; Hechos 4:12; I de Timoteo 2:5).

     Siendo que hemos recibido al Señor expresando el deseo de servirle, en lugar de retraernos anteponiendo entre Él y nosotros las cosas de este mundo, para excusarnos de hacerlo (Cp. Lucas 9:57-62), sigamos adelante a la espera de la cena de las bodas del cordero (Cp.  Apocalipsis 19:6-8).