Por:
Navegar imaginariamente a través de la lectura
y contemplar la grandeza del poderoso gigante mar, recorrer las páginas de la
historia leyendo acerca de extraordinarias gestas navales y emocionarnos al
leer nostálgicos relatos de amor cuyos protagonistas sobrevivieron incluso al
desastre del naufragio y que debido a su trascendencia e impacto han sido
representados en el cine.
Seguramente la mayoría de nosotros estamos
familiarizados con la historia del hundimiento del Titanic, el enorme
trasatlántico británico, ocurrido en la madrugada del 15 de abril de 1912 sobre
las costas de Terranova, cuando este se dirigía hacia la ciudad de Nueva York y
cuyo saldo trágico, el mayor de la historia naval hasta hoy, cobró la vida de
1523 de sus pasajeros.
Según lo refiere la historia no eran
suficientes los botes de emergencia disponibles para evacuar en ellos a la
totalidad de los pasajeros de la embarcación y no hubo otro navío cercano a su
localización que pudiera asistir de manera oportuna a los náufragos.
Son tantas las personas que mueren a
diario, algunas de ellas muy cerca de nosotros, simbólicamente la Palabra de
Dios hace uso de la figura del mar, representando a través de este la corrupción
de las naciones en medio de las cuales como miembros del equipo de salvamento
del Señor vivimos tú y yo (Cp. Isaías 57:20; Daniel 7:2-7; Apocalipsis 17:15).
Del mismo modo en el cual nos sensibiliza
el dolor, la angustia y la desesperación de quienes se hundieron y se ahogaron en esta
trágica situación llevada a la pantalla, ¿nos sensibiliza el estado de quienes
a causa del pecado se hunden y corren el riesgo de morir espiritualmente? (Cp.
I de Timoteo 6:9).
Ciertamente, muchos fallecieron en el
naufragio del Titanic debido al hecho de que no hubo quien les pudiera asistir
oportunamente.
Siendo que son muchas las vidas que se
hunden sin Cristo y algunas de ellas están muy cerca de nosotros, ¿haremos algo por salvarlas por medio del
evangelio?
Según el registro del Nuevo Testamento, en
medio de una gran tempestad desatada en el mar, los discípulos del Señor
temiendo por sus vidas, ya que podría hundirse la embarcación en la que viajaban
con el Maestro clamaron a Él por su ayuda quien de inmediato hizo cesar la
tormenta (Cp. Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25).
Puede Dios salvar a quienes hoy muy cerca
de ti y de mí se hunden sin Cristo, para ello es preciso que tú y yo les
hablemos de Él.
“Porque todo aquel que invocare el nombre
del Señor, será salvo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual
no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel
de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin
haber quien les predique?
¿Y cómo predicarán si no fueren
enviados? Como está escrito: ¡Cuán
hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!
Mas no todos obedecieron al
evangelio; pues Isaías dice: Señor,
¿quién ha creído a nuestro anuncio?
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Cp. Romanos 10:13-17).