Mateo
24:45-51 (Cp. Lucas 12:41-48)
Por:
Carlos Ardila
Esta ilustración se sitúa dentro del mismo
contexto de la venida repentina del ladrón, ambas fueron ofrecidas por el
Maestro en conexión con la entonces cercana destrucción de la ciudad de
Jerusalén y de su templo; según el registro de Mateo, Jesús había hecho severas
críticas a los escribas y a los fariseos debido a la doblez de su actitud y al
carácter autoritario y abusivo de su conducta señalando además su falsedad,
deshonestidad y engreimiento, su desbordado fanatismo, su falta de visión y la
ceguera espiritual de sus seguidores (Cp. Mateo 23:1-33), cosas por las cuales
el juicio de Dios vendría pronto contra aquella generación (Cp. Mateo 23:36;
24:34), mas antes de tal devastación, Él
enviaría a algunos de sus profetas, sabios y escribas a los que ellos matarían,
azotarían y perseguirían (Cp. Mateo 23:34,35; Hechos 5:40; 7:1-60; 8:1-3; 13:50)
refiriéndose con estos a los futuros líderes de la iglesia que pronto sería
establecida, como en efecto sucedió en el año treinta y tres después de su
resurrección (Cp. Hechos 2:41-47). En
contraste con el autoritarismo abusivo de los dirigentes religiosos de
entonces, los que el Señor establecería habrían de mostrarse diferentes, fieles
y prudentes, dando al pueblo oportunamente su alimento, es decir, la correcta
enseñanza a través de la verdad y de su ejemplo (Cp. Efesios 4:11-16; I de
Pedro 2:2; Mateo 23:1-4; I de Timoteo 4:16).
De acuerdo al testimonio de Mateo, el
Maestro antes se había lamentado por Jerusalén anticipando su destrucción, así
como la del glorioso templo de Herodes I el Grande que constituía el orgullo de
Israel (Cp. Mateo 23: 37-39; 24:1,2), eventos efectivamente sucedidos en el año
setenta de nuestra era y ante cuya aparente tardanza en acontecer una vez ya
establecidos, sus discípulos en el liderazgo espiritual de su pueblo no deberían
desviarse tornándose autoritarios e inmorales como lo hicieran los escribas y los
fariseos de su tiempo.
A través de esta parábola, el Señor
consideró con sus discípulos las solo dos posibles actitudes que pueden llegar
a asumir quienes son puestos por Dios en una posición de autoridad alentándoles
desde luego a optar por la correcta diferenciándose así de aquellos líderes
religiosos a quienes Él tan severamente criticó.
Si bien el juicio que vendría pronto en
este contexto refiere a la destrucción de Jerusalén en aquella misma
generación, las consecuencias de morir un siervo de Dios en la infidelidad de
sus faltas serán siempre las mismas en todo tiempo, puesto que el pago del
pecado es la muerte (Cp. Mateo 23:33; Romanos 6:23), razón por la que quienes
hoy nos desempeñábamos como administradores de los bienes espirituales (Cp. I
de Corintios 4:1,2) jamás debemos desviarnos al servir abusando de la autoridad
que no nos pertenece, sino que tan solo nos ha sido delegada (Cp. Colosenses
1:18).
Al partir hacia la eternidad, sea antes o
después de la segunda venida del Señor, que este hecho nos encuentre en
fidelidad, no sea que seamos enviados con los hipócritas de la generación del
Maestro a las tinieblas de afuera en donde será el lloro y el crujir de dientes
(Cp. Mateo 24:51; Mateo 23:13-33); así, en vez de pensar que Él tarda demasiado
en regresar, con redoblado esfuerzo sirvámosle mejor tanto a Él como a su
pueblo, dándole a este a tiempo su alimento (Cp. I Timoteo 4:16; II de Pedro 3:8-14). “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando
su señor venga, le halle haciendo así” (Cp. Mateo 24:46).