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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del siervo fiel y prudente


Mateo 24:45-51 (Cp.  Lucas 12:41-48)

Por:
Carlos Ardila

     Esta ilustración se sitúa dentro del mismo contexto de la venida repentina del ladrón, ambas fueron ofrecidas por el Maestro en conexión con la entonces cercana destrucción de la ciudad de Jerusalén y de su templo; según el registro de Mateo, Jesús había hecho severas críticas a los escribas y a los fariseos debido a la doblez de su actitud y al carácter autoritario y abusivo de su conducta señalando además su falsedad, deshonestidad y engreimiento, su desbordado fanatismo, su falta de visión y la ceguera espiritual de sus seguidores (Cp. Mateo 23:1-33), cosas por las cuales el juicio de Dios vendría pronto contra aquella generación (Cp. Mateo 23:36; 24:34), mas antes de tal devastación, Él enviaría a algunos de sus profetas, sabios y escribas a los que ellos matarían, azotarían y perseguirían (Cp. Mateo 23:34,35; Hechos 5:40; 7:1-60; 8:1-3; 13:50) refiriéndose con estos a los futuros líderes de la iglesia que pronto sería establecida, como en efecto sucedió en el año treinta y tres después de su resurrección (Cp. Hechos 2:41-47).  En contraste con el autoritarismo abusivo de los dirigentes religiosos de entonces, los que el Señor establecería habrían de mostrarse diferentes, fieles y prudentes, dando al pueblo oportunamente su alimento, es decir, la correcta enseñanza a través de la verdad y de su ejemplo (Cp. Efesios 4:11-16; I de Pedro 2:2; Mateo 23:1-4; I de Timoteo 4:16).

     De acuerdo al testimonio de Mateo, el Maestro antes se había lamentado por Jerusalén anticipando su destrucción, así como la del glorioso templo de Herodes I el Grande que constituía el orgullo de Israel (Cp. Mateo 23: 37-39; 24:1,2), eventos efectivamente sucedidos en el año setenta de nuestra era y ante cuya aparente tardanza en acontecer una vez ya establecidos, sus discípulos en el liderazgo espiritual de su pueblo no deberían desviarse tornándose autoritarios e inmorales como lo hicieran los escribas y los fariseos de su tiempo.   

     A través de esta parábola, el Señor consideró con sus discípulos las solo dos posibles actitudes que pueden llegar a asumir quienes son puestos por Dios en una posición de autoridad alentándoles desde luego a optar por la correcta diferenciándose así de aquellos líderes religiosos a quienes Él tan severamente criticó.

     Si bien el juicio que vendría pronto en este contexto refiere a la destrucción de Jerusalén en aquella misma generación, las consecuencias de morir un siervo de Dios en la infidelidad de sus faltas serán siempre las mismas en todo tiempo, puesto que el pago del pecado es la muerte (Cp. Mateo 23:33; Romanos 6:23), razón por la que quienes hoy nos desempeñábamos como administradores de los bienes espirituales (Cp. I de Corintios 4:1,2) jamás debemos desviarnos al servir abusando de la autoridad que no nos pertenece, sino que tan solo nos ha sido delegada (Cp. Colosenses 1:18).

     Al partir hacia la eternidad, sea antes o después de la segunda venida del Señor, que este hecho nos encuentre en fidelidad, no sea que seamos enviados con los hipócritas de la generación del Maestro a las tinieblas de afuera en donde será el lloro y el crujir de dientes (Cp. Mateo 24:51; Mateo 23:13-33); así, en vez de pensar que Él tarda demasiado en regresar, con redoblado esfuerzo sirvámosle mejor tanto a Él como a su pueblo, dándole a este a tiempo su alimento (Cp. I Timoteo 4:16; II de Pedro 3:8-14). “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Cp. Mateo 24:46).