Por:
Carlos Ardila
Al ver a diario el horizonte a través del
cristal de mi ventana y siendo por gracia de Dios otro distinto al de Buenos
Aires el paisaje que ahora observo en tan lejano país en el cual ya no es para
mí el frío inverno argentino la estación predominante, sino el inestable verano
norte americano oscilante entre el tiempo soleado y el nublado, entre el calor
y la lluvia refrescante, reflexiono acerca del cómo deberíamos encarar cada uno
de nuestros días en todos y en cada uno de los lugares y en medio de las
diversas circunstancias en las cuales nos podemos hallar, sean estas cuáles sean.
Y es que, en efecto, el cómo permitimos que
el lugar, el tiempo y el entorno que nos rodea impacte en nuestro ánimo incide
en el modo en el cual abordamos la vida; desde luego, la forma en la que estos
factores nos afectan para bien o para mal depende de la orientación positiva o
negativa, pesimista u optimista de los pensamientos que alberguemos en nuestras
mentes (Cp. Filipenses 4:8,9).
En el anterior orden de ideas, tanto un
día claro y soleado como otro nublado o lluvioso aquí o allá debería ser visto
por nosotros como una bendición, excepto que el cristal a través del cual le
observemos sea opacado por el efecto neblina de la melancolía y del fatal
pesimismo que distorsiona y turba la visión haciendo sombrío el panorama de los
días grises.
Alguien acertadamente dijo que las cosas
son del color del cristal a través del que se las mira.
Veamos la vida por medio de la lente de la
fe, la esperanza y la confianza en Dios, quien desea bendecirnos en todo tiempo
y en todo lugar, y jamás le permitamos al enemigo hacer sombríos nuestros días
al nublar nuestra visión haciendo uso del efecto duda de la melancolía y el
pesimismo.
Llenemos nuestros ojos de la luz del Señor
y disfrutemos de cada uno de nuestros días haciendo siempre positiva nuestra
visión (Cp. Salmos 118:24; 145:1,2).
“La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de
luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas.
Mira, pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas.
Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando
una lámpara te alumbra con su resplandor” (Cp. Lucas 11:34-36).