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viernes, 27 de septiembre de 2019

A TRAVÉS DEL CRISTAL DE MI VENTANA


Por:
Carlos Ardila

     Al ver a diario el horizonte a través del cristal de mi ventana y siendo por gracia de Dios otro distinto al de Buenos Aires el paisaje que ahora observo en tan lejano país en el cual ya no es para mí el frío inverno argentino la estación predominante, sino el inestable verano norte americano oscilante entre el tiempo soleado y el nublado, entre el calor y la lluvia refrescante, reflexiono acerca del cómo deberíamos encarar cada uno de nuestros días en todos y en cada uno de los lugares y en medio de las diversas circunstancias en las cuales nos podemos hallar, sean estas cuáles sean.

     Y es que, en efecto, el cómo permitimos que el lugar, el tiempo y el entorno que nos rodea impacte en nuestro ánimo incide en el modo en el cual abordamos la vida; desde luego, la forma en la que estos factores nos afectan para bien o para mal depende de la orientación positiva o negativa, pesimista u optimista de los pensamientos que alberguemos en nuestras mentes (Cp. Filipenses 4:8,9).

     En el anterior orden de ideas, tanto un día claro y soleado como otro nublado o lluvioso aquí o allá debería ser visto por nosotros como una bendición, excepto que el cristal a través del cual le observemos sea opacado por el efecto neblina de la melancolía y del fatal pesimismo que distorsiona y turba la visión haciendo sombrío el panorama de los días grises.

     Alguien acertadamente dijo que las cosas son del color del cristal a través del que se las mira.

     Veamos la vida por medio de la lente de la fe, la esperanza y la confianza en Dios, quien desea bendecirnos en todo tiempo y en todo lugar, y jamás le permitamos al enemigo hacer sombríos nuestros días al nublar nuestra visión haciendo uso del efecto duda de la melancolía y el pesimismo.

    Llenemos nuestros ojos de la luz del Señor y disfrutemos de cada uno de nuestros días haciendo siempre positiva nuestra visión (Cp. Salmos 118:24; 145:1,2).

     “La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas.
     Mira, pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas.
     Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor” (Cp. Lucas 11:34-36).