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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del fariseo y el publicano


Lucas 18:9-14

Por:
Carlos Ardila

     Dos son las actitudes en contraste entre los personajes centrales en mención en esta ilustración, quienes según lo dijera el Maestro a cierta distancia el uno del otro oraban a Dios en el templo, la arrogante autosuficiencia del fariseo y la humildad del publicano.  

     Tal cual lo registra Lucas, de manera exhortativa estas palabras fueron dirigidas por el Señor a unos que confiaban demasiado en sus propios méritos personales y menospreciaban a los demás, señalamiento tal mediante el que sin generalizaciones hizo Él referencia al fariseísmo, grupo religioso de su época caracterizado por su observancia minuciosa de la ley de Moisés enfocado más en las manifestaciones rituales externas de sus preceptos que en el sentido o el espíritu mismo de dicha ley e incluso tergiversándola o aun adulterándola agregándole algunas cosas absurdas que llegaron a hacerse entre ellos tradiciones (Cp. Mateo 15:1-9) llevándoles a considerarse a sí mismos el verdadero Israel y a despreciar a las personas comunes que según ellos permanecían ignorantes y se mostraban negligentes ante el cumplimiento de sus imposiciones, hecho a raíz del cual las juzgaban pecadoras (Cp. Juan 7:45-49; Mateo 23:1-3).

     Constituían además los fariseos, uno de los más poderosos partidos de Israel siendo algunos de ellos miembros influyentes del Sanedrín, es decir del concilio o el consejo nacional judío, cuerpo de ancianos religiosos con funciones tanto jurídicas como legislativas y ejecutivas que en los días de Jesús poseían autoridad administrativa sobre los asuntos judíos sin la interferencia del poder romano en tanto tales cuestiones no afectaran las políticas ni la seguridad de la jurisdicción del imperio sobre el territorio palestino o incluyesen la pena de muerte sobre reo alguno.

     Ahora, pese al hecho de ser judíos también, los publicanos resultaban ser traidores despreciables para el resto de sus hermanos en razón del desempeño de su profesión, dado que estos hacían las veces de recaudadores de impuestos al servicio de Roma bajo cuyo dominio se hallaba entonces su nación, y en algunos casos abusando ellos de su posición exigían al pueblo más dinero del que en realidad le correspondía pagar procurando así su propio ilícito beneficio (Cp. Lucas 3:12,13).   

     Según lo refiriera el Señor, el fariseo al orar, enumeraba ante Dios sus muchos méritos personales enalteciéndose a sí mismo, jactándose de su propia justicia y menospreciando al publicano quien reconociendo humildemente su pobreza espiritual no se juzgaba digno de Él (Cp. Mateo 5:3).

     Mediante el contraste entre estas dos actitudes al orar y al señalar que antes que el fariseo, quien a sí mismo se exaltaba por sus obras (Cp. Efesios 2:8-10) fue justificado por Dios el publicano, el Maestro nos anima a reflexionar acerca de la justificación, es decir de la absolución o declaración de inocencia de aquel que realmente es culpable, la cual nos concede por gracia nuestro Padre haciéndonos justos siempre que humildemente nos humillemos ante Él (Cp. Romanos 4:2; 12:16; Mateo 11:29; Santiago 4:6,10; I de Pedro 5:5,6).  


Parábola de la viuda y el juez injusto


Lucas 18: 1-8

Por:
Carlos Ardila

     En esta ilustración el Señor aborda la cuestión de la necesidad de la perseverancia en la oración refiriéndose a la situación de una viuda que insistentemente procuraba le fuese hecha justicia a fin de liberarse de los perjuicios que su adversario le había estado ocasionando, situación con ocasión de la cual esta reiteradamente concurría ante un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres, funcionario tal que dadas sus características personales no resultaba ser alguien idóneo para el desempeño de tan importante profesión, presumiblemente podría haberse tratado de un empleado judicial romano corrupto quien quizás estaba esperando obtener algún beneficio económico de su parte para ocuparse luego de atender su asunto (Cp. Hechos 24:26); sin embargo, pasado algún tiempo, ante la molestia que le significaba la presencia continua de aquella demandante en su despacho, este decidió actuar de acuerdo a la ley a fin de evitar tener que verla más.   

     Mediante estas palabras, el Maestro nos anima a ser fervientes y a perseverar en la oración para obtener de Él la bendición (Cp. Génesis 32: 9-13, 26-32).  

     Dado que la oración fue una constante en la vida de nuestro Salvador (Cp. Lucas 3:21; 6:12,13; 9:18,28; 22:40-46), desde luego Él espera que lo sea en la nuestra también (Cp. Efesios 6:18; Filipenses 4:6; Colosenses 4:2; I de Tesalonicenses 5:17; I de Timoteo 2:1; Santiago 5:13-16; I de Pedro 3:12; 4:7).

     He aquí ahora el contraste entre aquel juez y Dios planteado por Jesús al centrarse en la apatía e injusticia de este funcionario y en la diligencia y justicia de nuestro Padre, quien no tardará en bendecirnos, juzgando rectamente nuestras causas, en tanto se las encomendemos con fe y en la certeza de recibir de su parte siempre buenas cosas (Cp. I de Pedro 2:23; Mateo 7:7-11).


Parábola del deber del siervo


Lucas 17:7-10

Por:
Carlos Ardila

     Al realizar nuestras labores y en consciencia del deber cumplido, cualquiera sea el ámbito de nuestro desempeño, una cierta satisfacción interior nos hace sentir bien con nosotros mismos, a la vez que nos seduce la idea de recibir por ello un reconocimiento adicional que en realidad no deberíamos esperar, puesto que al realizarlas hemos apenas cumplido con aquello que nos era preciso en virtud de las responsabilidades con las cuales nos hallamos comprometidos. A través de estas palabras, el Maestro nos anima a reflexionar respecto de lo que debemos hacer al servirle a Él, no solo en el limitado cumplimiento de nuestro deber, sino llevando a cabo nuevas obras e imprimiendo un cada vez mayor esfuerzo a todo cuanto hagamos en función de su gloria (Cp. Colosenses 3:17, 23, 24).

     En razón de lo anterior, no desea el Señor que al trabajar para Él en su reino, el confort de la plena satisfacción relajadamente nos conduzca a pensar que han sido suficientes nuestras acciones como para merecer alguna recompensa que podamos demandar de su mano.

     Siendo que al hacer su voluntad, Jesús nos considera más que tan solo sus siervos, sus amigos (Cp. Juan 15:14-16), sirvámosle de corazón sabiendo que Él generosamente nos ha concedido por gracia nuestra inmerecida salvación (Cp. Efesios 2:8,9), una vez que fielmente le hayamos servido, habiendo procurado hacerlo cada vez mejor, nuestro Dios nos recompensará (Cp. Lucas 12:37,38).   


Parábola del rico y Lázaro


Lucas 16:19-31

Por:
Carlos Ardila

     Mucho se ha debatido en torno a este pasaje, cuestionando si es este realmente o no una parábola, dadas sus características, que en la opinión de algunos intérpretes, no permiten reconocerle como tal por no ofrecer él en su extensión los elementos comparativos propios de esta figura, en tanto que otros más sugieren que ella corresponde a un hecho real descrito por Jesús.

     Con todo, debe ser observado que antes de referir esta historia ilustrativa a sus oyentes, el Maestro había estado haciendo una serie de consideraciones acerca de la actitud correcta que debe el hombre asumir respecto a su relación con las riquezas temporales, audiencia entre la cual se encontraban algunos cuantos fariseos, hombres usualmente caracterizados por su avaricia y quienes según el evangelio de Lucas escuchaban sus palabras burlándose de Él (Cp. Lucas 16:10-14), razón con ocasión de la cual Jesús les ofreció esta ilustración inspirada en la avaricia de estos, que hizo similar a la mezquindad del rico egoísta e insensible frente a las necesidades materiales de su prójimo, ruindad tal que en el contexto inmediatamente anterior parece proveer el elemento comparativo requerido para constituir esta narración efectivamente una parábola del Señor.

     Dos son los personajes claramente contrastantes en esta ilustración, el rico, un hombre adinerado e indolente, y Lázaro, un mendigo adicionalmente enfermo quien ansiaba saciarse de las migajas de pan que caían de la mesa del insensible acaudalado.

     Según lo referido por el Señor, después de haber muerto ambos hombres fueron transportados al Hades, conviene señalar que el vocablo griego Hades aquí en mención no guarda relación alguna con el dios Hades, hijo del Titán Cronos y de la Titánide Rea, hermano de Zeus y de Poseidón que en la mitología griega fuera reconocido como el señor de los muertos, sino que traducido del término hebreo Seol ha sido empleado en referencia al lugar espiritual que en el idioma griego designa además a la morada o la región de los espíritus, sitio en el que estos permanecen a la espera del juicio final y en el que existen dos diferentes habitaciones, son estas, el seno de Abraham, un recinto de consolación al cual fue llevado Lázaro por los ángeles de Dios, y una estancia de tormentos, espacio al que fuera trasladado el rico indolente.

     Una vez allí, cada uno en su respectivo aposento, el rico pudo observar de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno, siendo consolado en tanto que él era atormentado, se desprende de lo anterior que ambos hombres se hallaban en estado consciente, pudiendo reconocerse a sí mismos y a los demás y en capacidad de recordar en qué condiciones habían vivido en el mundo físico (Cp. Lucas 16: 25).

     En medio del dolor de su tortura, el antes hombre adinerado deseaba que Abraham le enviase a Lázaro a fin de que este mojando la punta de su dedo en agua le refrescara su lengua, mitigando así en algo su suplicio.  
  
     Puesto que el Hades es un lugar de naturaleza espiritual, es decir, insustancial, por supuesto los elementos físicos aquí citados son claramente figurados, en este orden de ideas, la llama no literal en la que estaba siendo el rico atormentado simbólicamente refiere al dolor que espiritualmente este sufría allí, en tanto que el dedo de Lázaro que quien estando en vida siendo tan pudiente como insensible ante sus necesidades deseaba fuese mojado en agua para refrescarle su lengua nos ofrecen una idea del alivio temporal que él esperaba recibir.  Mediante el uso de tales símbolos, el Señor nos provee de una imagen aproximada de las cosas y de las situaciones espirituales que, desconocidas deben sernos representadas a través de aquellas materiales que nos son familiares y por medio de las cuales se nos facilita su comprensión.

     Según lo dijera el Maestro, Abraham, en respuesta a la solicitud del rico que anhelaba, le fuese enviado Lázaro a fin de aliviarle, describiendo aquel lugar espiritual, señaló que en medio de las dos diferentes habitaciones allí existentes, su seno, un reciento de consolación en el cual se hallaba aquel quien en vida pobre fuera, y la estancia de tormento en la que el antes opulento e indolente hombre se encontraba, una gran sima, es decir un enorme abismo ha sido puesto imposibilitando así el libre tránsito de un cuarto a otro.

     Del mismo modo negativo, esta vez al responder a la segunda petición del rico, quien deseaba se enviase a Lázaro a advertir a sus hermanos respecto de la existencia del Hades y sobre sus penosas circunstancias, a la finalidad de evitar que posteriormente estos fuesen también allí para ser atormentados, Abraham puntualizó: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (Cp. Lucas 16:29), indicando con ello que al testimonio de sus escritos y a sus palabras deberían los vivos remitirse, concluyendo finalmente además que de no hacerlo tampoco se persuadirían ni se arrepentirían, aunque les fuese enviado alguno de entre los muertos (Cp. Lucas 16:30).

     Por medio de esta ilustración, Jesús nos urge a pensar prioritariamente en las cosas espirituales, en vez de primero en las riquezas materiales temporales (Cp. Colosenses 3:1-4; I Timoteo 6:17; Santiago 5:1-3) animándonos a considerar los dos únicos seguros destinos eternos a los que hemos de ser enviados una vez después de fallecer y de acuerdo a la forma en la cual hayamos vivido (Cp. Juan 5:28,29; II de Corintios 5:10; Apocalipsis 22:12).

     Si bien el Hades no constituye en sí la morada final de los espíritus, claramente nos es presentado como la antesala tanto del gozo eterno en la presencia de Dios en el cielo como del castigo perpetuo en el infierno, que serán posteriores a la resurrección y al juicio de Dios (Cp. Juan 5:28, 29; Hebreos 9:27; Mateo 25: 41,46; Filipenses 3:20,21; Colosenses 1:5; I de Pedro 1:4).

     A partir de la actitud característicamente avara de algunos fariseos, quienes hacían parte de la audiencia de Jesús (Cp. Lucas 16:14), a través de esta ilustración Él nos confronta ante las dos posibles actitudes a asumir frente a las riquezas materiales temporales, esperando desde luego optemos cada quién de nosotros por elegir la correcta (Cp. Santiago 5:1-3; Lucas 16:25; Mateo 6:19-21,24; Gálatas 6:9,10; I de Juan 3:17). 

Parábola del mayordomo sagaz


Lucas 16:1-9

Por:
Carlos Ardila

     Es esta sin duda una de las parábolas del Señor que plantea mayor dificultad en cuanto a su interpretación; el personaje central de ella ha sido catalogado de diversas maneras en las varias traducciones del Nuevo Testamento, algunas de estas son entre otras más: Disipador, infiel, deshonesto, sagaz, audaz o astuto.

     El mayordomo referido por Jesús en esta ilustración había sido acusado de disipar los bienes de su amo, denuncia que parecía ser cierta, dado el hecho de no haber argumentado nada este en su defensa, frente a tales circunstancias él debería rendir cuenta de las acciones de su mayordomía la que seguramente le sería quitada al no poder responder satisfactoriamente sobre su gestión, posibilidad ante la que el audaz encargado decidió ganar el favor de sus consiervos.


     Puesto que como contador, función propia de su administración, el mayordomo se encargaba de los registros de las deudas que sus consiervos contraían por insumos con el mismo señor, él redujo sus montos dándoles a ganar algo de dinero y luego de común acuerdo con ellos adjuntó la respectiva cuenta adulterada a su amo quien recibiría de sus siervos aparentemente lo justo, ya que las cifras que estos le liquidarían habrían de coincidir con las anotaciones en el libro del encargado quien se aseguró de este modo el poder contar después con la ayuda de aquellos a los que había favorecido si acaso se destituyeran de su cargo.

     Tal audaz proceder hizo al mayordomo en cuestión objeto del elogio de su empleador, quien sorprendido ante su astucia, le alabó, sagacidad frente a la cual en las relaciones con los demás el Maestro igualmente reconoció observar mayor perspicacia en quienes se desenvuelven en los negocios de este mundo que en los hijos de Dios. 

     Ahora, ¿al sugerirnos el Señor hacer amigos a través de las riquezas injustas, acaso contradictoriamente nos alienta a ser deshonestos y falaces en el manejo de nuestras relaciones interpersonales? (Cp. Lucas 16: 9). Por supuesto que no.

     A través de esta ilustración, el Maestro enfoca el asunto de nuestra delegada función de administradores de los bienes tanto espirituales como materiales sobre los que hemos sido puestos por Dios (Cp. I de Corintios 4:1,2; 10:26; Salmos 24:1; Tito 1:7; I de Pedro 4:10;). No somos desde luego por nosotros mismos merecemos de todo cuanto Él en su gracia nos concede (Cp. Deuteronomio 8:16-18), son en tal sentido injustas, es decir, inmerecidas nuestras riquezas, mismas que siempre hemos de usar en función del beneficio espiritual propio y de los demás (Cp. Hechos 9:36; 10:2; III de Juan 1-8; I de Timoteo 6:17; Lucas 16:10-13).

Parábola del hijo pródigo


Lucas 15:11-32

Por:
Carlos Ardila

     Mediante esta ilustración el Maestro nos ofrece su visión respecto al insondable amor paternal de nuestro Dios, en ella tres son los personajes principales empleados por Él en su representación del amor y el perdón.

     El primero de ellos en su escena figurada es un padre de familia a quien el menor de sus dos hijos le pidió el anticipo de su herencia, petición a la cual este generosamente accedió.

     Resaltan tanto de la actitud como de la inusual petición y el posterior proceder del hijo menor las notorias características de su obstinación, manifiestas en el presuroso deseo de su independencia financiera y del abandono de la disciplina del hogar para actuar de allí en más tan solo de acuerdo a su propia voluntad.

     Según lo establecía la ley judía al deceso del padre de familia, el primogénito de sus hijos heredaría dos terceras partes de sus bienes, en tanto que al menor le correspondería un tercio de ellos (Cp. Deuteronomio 21:15-17).

     Ahora, si bien la ley permitía a un varón adulto el legado anticipado de sus bienes heredables a sus hijos antes de morir, la solicitud formal de alguno de ellos, manifestando su deseo de recibirlos antes de su fallecimiento implícitamente podría llegar a significar que este deseaba su muerte a fin de hacerse a sus posesiones.

     De acuerdo a lo referido por Jesús, pocos días después de haber recibido su herencia el hijo menor se fue a una provincia apartada en donde viviendo disipadamente, desperdició todos sus bienes, luego viniendo una gran hambre en aquella región y al faltarle para su manutención, este se acercó a uno de los ciudadanos de aquel lugar quien le empleó en su hacienda poniéndole al cuidado de sus cerdos a los cuales alimentaban con algarrobas que él mismo deseaba comer sin que le fueran dadas.

     Dos hechos se desprenden de la descripción hecha por el Señor con relación a las circunstancias en las cuales vivió el hijo menor después de haber recibido y malgastado su herencia, su disipación moral y su apostasía religiosa, ya que presionado por sus muchas necesidades materiales, decidió estar al servicio de un extranjero y en el desempeño de un oficio no adecuado para él, el cuidado de los cerdos, animales considerados impuros en la tradición judía (Cp. Levítico 11:2-8; Deuteronomio 14:8).

     Ante tan difícil situación, reflexionando y volviendo en sí, el hijo menor pensó en cuántos jornaleros en la casa de su padre disfrutaban de la abundancia del pan que a él mismo entonces le faltaba, razón en virtud de la cual decidió regresar para poniéndose enfrente de este confesarle su pecado y reconociendo su indignidad pedirle que no le tuviese ya más por hijo, sino que le aceptase como tan solo uno más de sus siervos. Un extraordinario cambio de actitud se estaba operando en él, arrepentido deseaba enmendar su error (Cp. Mateo 3:8).

     Fue así que, levantándose, regresó a la casa de su padre, quien al verle de lejos misericordioso corrió hacía él, se echó sobre su cuello y le besó escuchando sus expresiones de arrepentimiento ante las cuales, lejos de oír reproche alguno el pródigo a orden de su progenitor fue vestido, recibió un anillo y fue calzado para disfrutar luego de un banquete y de una gran celebración organizada en su honor, puesto que él antes considerado muerto había revivido siendo hallado habiendo estado extraviado en el pasado.  

     Mediante el uso figurado de los objetos mencionados en esta ilustración se evidenció la plena restauración del pródigo a su anterior posición en la casa de su padre, ya que se le dio el mejor vestido en señal del perdón recibido y en lugar del áspero de cilicio y penitencia que debiera usar en razón de su transgresión, luego, el restablecimiento de su autoridad en el hogar paternal se representó por medio del anillo que volvería a usar y a través del calzado que nuevamente llevaría en sus pies por intermedio del cual simbólicamente se le confirmó su condición de hijo en vez de vasallo dado el hecho distintivo de permanecer siempre descalzos los siervos, algo que él nunca sería allí.  

     Sin embargo, no todo era gozo en el hogar, ni fue general el regocijo ante el regreso del pródigo a casa, pues indignado fuera de ella y negándose a participar de la fiesta, se hallaba su hermano mayor expresando su disconformidad ante el generoso recibimiento del que este era objeto pese al hecho de haber vivido antes disipadamente en tanto que él habiendo permanecido al lado de su padre no había recibido aparentemente reconocimiento alguno.  Tal actitud egoísta y resentida constituye en sí aquí una representación de la errónea pretendida auto justificación por obras del sistema legal fariseo carente de misericordia y vacío de perdón (Cp. Lucas 18:9-14).
     A través de esta ilustración, el Maestro nos ofrece una extraordinaria visión del amor de nuestro Dios simbolizado en el padre de familia a la vez que nos representa a cada quién de los que arrepentidos como el pródigo nos hemos vuelto a Él después de haber vivido disipadamente recibiendo sin reproche alguno su perdón (Cp. Hebreos 8:12; Miqueas 7:19).

     Ahora, si bien el fariseísmo no era al parecer culpable de la práctica escandalosa de pecados tan públicos como los del pródigo, sí lo fue de haberse mostrado indolente, crítico, murmurador, falto de amor y desprovisto de perdón para con el pecador arrepentido.

     Pese a la gravedad de sus faltas, el hijo menor no se detuvo ante aquello que quizás podrían opinar en casa de su padre, quienes le habían conocido antes de partir, decididamente regresó arrepentido, avergonzado y fracasado, siendo inmediatamente perdonado y al instante restaurado en un hecho quizás para él mismo inesperado, de similar manera, mas ante la certeza de la indulgencia de Dios debiera hacer todo aquel que consciente de sus faltas mas proponiéndose enmendarlas desee volverse a Dios para ser renovado negándose a continuar viviendo en la derrota espiritual que conlleva el pecado (Cp. Salmos 32: 1-11; 51:1-4, 16,17).


Parábola de la moneda perdida


Lucas 15.8-10

Por:
Carlos Ardila
  
     De camino hacia la ciudad de Jerusalén, Jesús refirió a sus oyentes esta ilustración (Cp. Lucas 13:33), en ella una moneda extraviada de las diez que poseía una mujer y la cual nos representa a cada uno de nosotros constituye la figura a través de la cual el Maestro ejemplificó su visión respecto al valor del arrepentimiento.

     La moneda en cuestión, una dracma griega de plata equivalente a un denario romano cuyo valor al tiempo presente en occidente oscila entre los dieciséis y los veinte centavos de dólar, monto igual entonces al costo de una oveja, a la quinta parte del precio de un buey o correspondiente al salario de un día de trabajo de un obrero no representaba realmente una gran posesión; sin embargo, el esfuerzo e interés de su dueña en procura de hallarla luego de haberla perdido refleja la importancia de su estimación sentimental y la pena que para ella debió significar su extravío mucho más allá de su valoración material.

     Probablemente dicha moneda hacía parte de su dote, es decir, de los bienes materiales que las doncellas aportaban a la sociedad conyugal que les debían ser devueltos si acaso su vínculo matrimonial se disolviera, de acuerdo a las costumbres judías esta solía ser provista por los padres de las novias quienes recibían además otra especial de sus novios lo cual añadía un sentimiento mayor de aprecio de ellas por esta posesión que aquí, dada su escasa cuantía permite deducir que se trataba de una mujer de no muchos recursos económicos.

     Ahora, una posibilidad más en consonancia con las tradiciones judías de la época sugiere que la moneda extraviada pudo haber formado parte del collar ornamental de diez dracmas unidas a través de un cordel usado por las mujeres casadas, cuyo significado se asemeja al de las argollas matrimoniales de hoy.

     Cualquier haya sido el caso, luego de habérsele cuidadosamente buscado, la moneda extraviada fue hallada, hecho que resultó tanto en el gozo de su dueña como en el regocijo de sus amigas y vecinas. 

     Mediante esta ilustración, Jesús representado el amor de Dios en el aprecio de la mujer por el bien sentimental transitoriamente perdido y en su afán por encontrarlo, reflexionó con sus oyentes acerca del valor que Él nos atribuye y de su esfuerzo constante por recuperarnos cuando temporalmente nos pierde a causa del pecado; tal cual fue grande el gozo de la mujer, de sus amigas y vecinas al recuperar esta la posesión extraviada, grande es el gozo de Dios y de sus ángeles en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Cp. Lucas 15:7; Mateo 18:11).

Parábolas de la construcción de la torre y el rey que marcha a la guerra


Lucas 14:28-33

Por:
Carlos Ardila

     Gran cantidad de personas seguían al Señor, este observándolas decidió señalarles el precio de seguirle al decirles que para poder ser sus discípulos, ellas debían tenerle a Él en el primer lugar de sus prioridades, aborreciendo cada una a su familia e incluso a sí mismas, implicando con el hebraísmo o el modismo aborrecer no realmente un desprecio literal por sus parientes y por sus propias existencias, sino que deberían amarles menos a ellos y cada quien a su vida de lo que le habrían de amar a Él (Cp. Lucas 14:25-27; Mateo 12: 47-50) comprometiéndose a llevar su cruz, es decir, identificándose plenamente con su causa redentora y asumiendo las responsabilidades de su decisión de servirle (Gálatas 2:20), cuestión que luego les ilustró por medio de esta parábola.
  
     A través de estas palabras, Jesús planteó a sus oyentes y a nosotros hoy por extensión una muy obvia previsión, la de calcular cada quien el costo material antes de comenzar a levantar una construcción, anticipando si dispondrá o no de los recursos necesarios para terminarla sin exponerse a la burla de los demás si acaso nos los tuviera a su disposición.

     Del mismo modo, razonable y previsivo, ejemplificó, habría de hacer todo rey negociando previamente condiciones de paz con prudencia al saber que vendría en su contra otro respaldado por un ejército numéricamente superior y frente al cual no tendría posibilidad de triunfar.

     Una vez leídas estas dos ilustraciones del Maestro, todo aquel que desee ser su discípulo anticipadamente ha de considerar si posee o no en sus haberes el caudal del valor y la firmeza de carácter para sostener en el tiempo su decisión de seguirle, dándole siempre el sitial de honor (Cp. Colosenses 1:18) prosiguiendo hasta el fin sin detenerse ante las dificultades que le supondrá edificar su vida en Dios (Cp. Lucas 6:46-49).   

     Siendo que nuestra paz espiritual depende de rendirnos ante el Rey, en lugar de enfrentarnos a Él, reconociendo su soberanía aceptemos humildemente sus términos pactando con Él hacer su voluntad (Cp. Juan 15:14; 16:33; I de Timoteo 6:13-16; Apocalipsis 17:14).


Parábola de los convidados a las bodas


Lucas 14:7-11

Por:
Carlos Ardila

     El Señor había sido invitado a comer en casa de uno de los principales dirigentes de Israel, quien era además miembro de la secta de los fariseos (Cp. Lucas 14:1,2), al observar como algunos de los asistentes escogían los lugares de privilegio en la mesa, Él les refirió esta parábola.

      A la usanza grecorromana los judíos adinerados de la época de Jesús solían comer reclinados, casi acostados junto a largas mesas muy bajas y en forma de U que facilitaban a los sirvientes poner sobre ellas los alimentos; en ocasiones especiales como la aquí referida, ellos hacían uso de una escala de honor basada en la dignidad y en la posición social que ocupaban las personas dentro de su comunidad para asignar el lugar que cada comensal tendría en la disposición de la mesa, cuando alguien por error o pretensión elegía posicionarse en un espacio que no se correspondía con su nivel seguro se exponía a la vergüenza pública que le significaría el ser retirado de aquella ubicación para situar en ella a la personalidad para la cual esta había sido originalmente reservada. 

     Mediante esta ilustración, el Maestro nos ofrece la correcta visión que respecto al honor debemos procurar (Cp. Romanos 12:10; 13:7; Filipenses 2:3) considerando que la auto exaltación personal, así como el deseo de ocupar la posición que no nos corresponde dentro de una determinada colectividad, son las características propias de la imprudencia y la necedad (Cp. Proverbios 25:6,7).

     Al servir al Señor, en lugar de pretenciosamente esperar ser reconocidos, elogiados y posicionados en los primeros lugares de nuestra congregación, siguiendo el ejemplo y el consejo de nuestro Salvador, procuremos ser humildes servidores de los demás, para que luego sea Él quien nos exalte (Cp. Mateo 20:20-28; 23:11,12; Santiago 4:10; I de Pedro 5:6), no sea que intentando exaltarnos terminamos siendo humillados (Cp. Proverbios 16:18).


Parábola de la puerta estrecha


Lucas 13:24-30

Por:
Carlos Ardila

     Según el registro de Lucas, yendo hacia Jerusalén cruzaba Jesús por ciudades y aldeas enseñando la Palabra de Dios, mientras iba de camino, alguien le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Cp. Lucas 13:23).

     Entonces e incluso en ciertos casos aún hoy, los judíos pensaban que el ser salvos era solo posible para algunos de los de su propia nación, a través de esta ilustración y en respuesta a la pregunta que le fuera planteada el Maestro ofreció a su audiencia la visión correcta respecto al asunto de la salvación haciéndoles ver que esta no se da fruto del nacimiento incidental dentro de los límites territoriales de un determinado país, sino que a fin de alcanzarla, a todas las personas en general, independientemente de cuál sea su nacionalidad, les es preciso hacer un constante esfuerzo personal.  

     En referencia a la salvación posteriormente el apóstol Pablo explicó a los romanos que esta sin excepción está al alcance de todos los que en obediencia la procuren, puesto que existe un Israel espiritual al que pertenecemos tanto los nacidos en el territorio físico de esa nación como los que hemos sido dados a luz en otros diferentes lugares, quienes por adopción somos hijos de Dios al descender también espiritualmente de Abraham cuya descendencia en Isaac fue multiplicada (Cp. Romanos 9:6-9; I de Pedro 2:9,10).

     He aquí ahora las figuras empleadas en esta parábola y su significado, la puerta representa al Señor   a través del cual en obediencia deben los hombres entrar al reino de los cielos (Cp. Juan 10:9; 14:6), es justamente su estrechez la que ilustra el esfuerzo y la constante dedicación que demanda seguirle a Él, quien también es a su vez el padre de familia, ante el que los que no le aceptaron tratarán de justificarse en el tiempo del fin (Cp. Lucas 13:26), ellos son los hacedores de maldad que excluidos de la presencia de Dios irán al castigo eterno (Cp. Mateo 7:21-23) puesto que pese a ser judíos desecharon al Mesías (Cp. Hechos 4:12; I de Timoteo 2:5).  

     Finalmente, Abraham, Isaac, Jacob y los profetas, a los cuales aquellos que rehusaron recibir al Señor, verán a distancia en el reino de los cielos, estando ellos por su incredulidad, excluidos por siempre, ejemplifican al Israel espiritual compuesto por los judíos que si aceptaron a Jesús y por los gentiles o extranjeros que por adopción hemos sido hechos hijos de Dios (Cp. Romanos 9:6-9; Juan 1:12; Efesios 2: 11-22; I de Pedro 2:9,10) viniendo del oriente y del occidente, del norte y del sur, es decir, desde todos confines de la tierra para sentarnos a la mesa en el reino de Dios, o dicho de otro modo, a disfrutar de nuestra eterna salvación.  


Parábola de la higuera estéril


Lucas 13:6-9

Por:
Carlos Ardila

     Justo antes de estas palabras le había sido referido al Señor lo acontecido con algunos galileos asesinados por Pilato quien después de haberles dado muerte mezcló la sangre de estos con la de sus propios sacrificios (Cp. Lucas 13:1); puesto que los judíos pensaban que los hechos catastróficos sucedidos a los hombres eran consecuencia directa de sus pecados, Jesús consciente del error de su visión acerca de tales eventos y en la intención de instruirles preguntó a sus interlocutores:
 
     “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?” Interrogante a la que Él mismo enfáticamente respondió que no refiriéndose luego a otro hecho fortuito en el cual dieciocho personas murieron al caer sobre ellas la torre de Siloé e inquiriéndoles de nuevo: “¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?”, inquietud a la que así mismo una vez más el Maestro con un categórico no contestó sentenciando a continuación: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Cp. Lucas 13:2-5).

     Al esclarecer a quienes dialogaban con Él que lo acontecido a estos varones galileos a quienes Pilato asesinó y que la desgracia sucedida a los dieciocho individuos sobre los cuales cayó una de las torres de la muralla en Siloé fueron hechos lamentables e incidentales sin conexión con los pecados de ellos, el Señor intentó hacerles reflexionar respecto al arrepentimiento que nos urge a todos los hombres.  

     La higuera, un árbol comúnmente sembrado en la región de Palestina solía ser simbólicamente relacionado tanto con la paz como con la prosperidad material, en su ilustración el Señor hace alusión a una higuera aparentemente estéril; el dueño de la viña en la que esta se encontraba había estado viniendo durante tres años consecutivos para ver si obtenía fruto de ella sin hallarlo, razón por la cual deseaba cortarla, puesto que inutilizaba el terreno sobre el que estaba plantada, ante estas circunstancias, el viñador pidió a su señor que le permitiese cuidarla durante un año más a fin de poder obtener fruto de ella, de no suceder lo esperado, la higuera sería entonces cortada. 

     En la situación planteada por Jesús, el dueño de la viña representa a Dios en tanto que el viñador metafóricamente refiere a los profetas y demás siervos que antes y después de la venida del Señor sirvieron al pueblo de Israel ejemplificado sin fruto espiritual a través de higuera, los tres años esperados por el dueño de la viña para obtener beneficio de ella simbólicamente refieren al pasado infructuoso de la nación israelí y el año adicional, no literal sino figurado durante el que la higuera sería cuidada por el viñador con la esperanza de cosechar algo de esta indica el periodo improductivo que transcurriría aún antes de sucederse el corte o la devastación total de la ciudad de Jerusalén acontecida en el año setenta de nuestra era, tiempo en el cual fue destruida a manos romanas bajo el liderazgo militar del general Tito, hijo del emperador Vespasiano.

     Sí bien el juicio temporal de Dios sobre la Jerusalén espiritualmente estéril ha sido ya cumplido, continúa siempre en vigencia la exhortación del Señor respecto al arrepentimiento que nos urge, (Cp. Hechos 17:30; II de Pedro 3:9-12; Mateo 3:8).

     Siendo que por la gracia de nuestro paciente Dios transcurre aún un año más de nuestras vidas, bien haremos en pensar si quizás sea este el último del que dispongamos para enmendar nuestro camino.  


Parábola del siervo vigilante


Lucas 12:35-40

Por:
Carlos Ardila


     Antes de dar inicio a una determinada labor o de recorrer caminando largos trayectos, los judíos acostumbraban ceñir o fajar sus lomos, acción consistente en ajustar fuertemente sus ropas alrededor de la parte central e inferior de sus espaldas, justo en la cintura; como expresión, ceñirse   implicaba vestirse o alistarse para llevar a cabo alguna tarea material (Cp. Juan 21:7,18; Lucas 17:8; Efesios 6:14).

     A través del uso figurado de las lámparas que conforme a la costumbre debían estar siempre encendidas durante todo el transcurso de la noche (Cp. Mateo 25:1-13), Jesús exhortó a sus discípulos a permanecer alertas en un estado de vigilia constante a la espera de su futuro regreso, mismo respecto del cual nunca precisó el momento exacto, indicando que este suceso se dará de un modo repentino, tal cual la forma sorpresiva en la que se presenta el ladrón para despojar a alguien de sus bienes (Cp. Lucas 12:39,40).

     Debido al largo tiempo que solían tardar las celebraciones nupciales, los siervos de quien fuese a participar de este evento debían estar preparados para esperarle por un lapso prolongado e incluso hasta bien de madrugada.

    Ahora, ¿qué quiso significar el Maestro al decir a sus discípulos? “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles (Cp. Lucas 12: 37). Mediante estas palabras, Jesús se refirió a las futuras bendiciones espirituales que los fieles hemos de disfrutar en su reino eterno después de su regreso, ya que si bien durante el periodo restante para su venida, los miembros de su iglesia, la esposa del cordero (Cp. II de Corintios 11:2; Efesios 5:25-27; Apocalipsis 19:7-9) le servimos, figuradamente en esta ilustración implicó que al ser Él en la eternidad nuestro anfitrión, nos concederá un gozo mayor en su presencia (Cp. Juan 14:2,3).

     Puesto que el Señor ciertamente ha de volver, como siervos fieles y prudentes, ciñendo nuestros lomos, esforcémonos trabajando cada día a su servicio (Cp. Colosenses 3:17, 23,24) manteniendo nuestras lámparas encendidas, es decir, viviendo de acuerdo a la luz de su Palabra (Cp. Salmos 119:105; Mateo 5: 14-16) de un modo tal que su venida nos encuentre apercibidos y podamos, por tanto, disfrutar de sus bendiciones celestiales (Cp. Marcos 13:34-36).


Parábola del rico insensato


Lucas 12:16-21

Por:
Carlos Ardila

     Antes, alguien de entre la multitud de quienes escuchaban a Jesús le solicitó mediar entre él y su hermano en la repartición de una herencia (Cp. Lucas 12:13).

     Muy probablemente esta petición le haya sido cursada por el hermano menor, ya que la ley mosaica establecía que al hijo primogénito se le asignara una doble porción de la herencia, es decir, dos terceras partes de los bienes de su padre, en tanto que la cantidad restante debería ser distribuida entre los demás (Cp. Deuteronomio 21:15-17). De acuerdo a lo anterior y a juzgar por la actitud asumida por el Maestro, en términos legales todo parecía estar muy claro, de modo tal que aparentemente no había lugar a discusión, pese a lo cual el hermano menor, aunque consciente de la situación, codiciaba los bienes del mayor (Cp. Lucas 12:15). Sin tomar partido en un asunto que bien sabía el Señor no era de su competencia, preguntó a quién le hubiera solicitado intervenir: “¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” (Cp. Lucas 12:14), luego de lo cual explícitamente sugirió a sus oyentes guardarse de toda forma de avaricia, puesto que la vida del hombre no depende de los bienes materiales que pueda llegar a poseer (Cp. Lucas 12:15).

     Con ocasión de lo anterior, Jesús ofreció a sus oyentes esta ilustración en la cual aludió a un hombre tan adinerado como insensato, quien habiendo disfrutado de gran prosperidad material, codiciaba atesorar aún más depositando toda su confianza en las riquezas diciéndose a sí mismo: “Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.  Descansa, come, bebe y goza de la vida” (Cp. Lucas 12:19), ignorando que esa misma noche moriría y entonces, ¿para quién sería todo aquello que había acumulado? (Cp. Santiago 4:13-15).

     A través de esta parábola, el Señor nos anima a reflexionar respecto del ineludible suceso de la muerte, instándonos a considerar que existe un algo eterno más allá de los bienes materiales temporales en lo cual debemos pensar, hecho evidentemente no tomado en cuenta por quienes al igual que el personaje central en su ilustración se enfocan prioritariamente en lo efímero de las riquezas del mundo (Cp. Eclesiastés 1:3; 2:18-26; 5:13; I de Timoteo 6:17; Santiago 5:1-3; I de Juan 2:15-17).

     En vez de centrar todos nuestros esfuerzos en busca de lo material que en la justa medida Dios nos ha prometido, si en primer lugar le buscamos a Él, procuremos hacernos a bienes espirituales que a diferencia de los físicos temporales permanecen para siempre (Cp. Mateo 6: 19-21, 25-34; 13:44-46).


Parábola del amigo inoportuno


Lucas 11:5-8

Por:
Carlos Ardila

     Siendo que eventualmente los viajeros se desplazaban de una ciudad a otra durante la noche a fin de evitar padecer el calor del día, no era de extrañarse si acaso sorpresivamente alguien recibía una visita nocturna cuando ya se había retirado a descansar con los demás residentes en su casa, el cual es exactamente el caso referido en esta ilustración por el Señor en la que quien ha sido sorprendido por un visitante al no disponer en su residencia de lo necesario para atenderle se ha visto precisado a recurrir a su vecino.

     Evidentemente, y pese a cualquier consideración con relación a la tradicional solidaridad judía, tal situación suscitaba una cierta incomodidad dada su inoportunidad que sumada a la insistencia del que llamaba a la puerta de alguien solicitándole el préstamo de algunos panes para darle de comer a quien le visitaba constituía razón suficiente para que le atendiese a fin de evitar seguir siendo molestado.    

     Mediante esta parábola, el Maestro ilustró la necesaria persistencia que ha de ser observada en la oración, asunto que Él consideró con sus discípulos en el contexto inmediatamente anterior (Cp. Lucas 11:1-4, 11-13; 18:1-8). 


Parábola del buen samaritano


Lucas 10:30-37

Por:
Carlos Ardila

     A través de esta ilustración, el Señor intentó responder a la interrogante que le fuera antes planteada por uno de los intérpretes de la ley, quien en la intención de auto justificarse le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?” (Cp. Lucas 10: 25-29). De entre los varios personajes hallados en ella tres son los principales, estos son en su orden: El sacerdote, el levita y el samaritano.

     El camino que desciende de Jerusalén a Jericó, ciudades separadas entre sí por una distancia de alrededor de veintisiete kilómetros, desolado, rocoso y en extremo peligroso, dada la presencia continua de maleantes en su trayecto se describía además zigzagueantemente curvo y saturado de descensos en razón de hallarse Jerusalén situada sobre las colinas a setecientos metros de altura sobre el nivel del mar, en tanto que Jericó se encuentra a tan solo trescientos treinta y cinco metros de elevación. 

     Según lo refiriera Jesús, al trasladarse por tan azaroso recorrido un hombre presumiblemente hebreo es asaltado y golpeado para ser luego abandonado casi muerto y a su suerte, hechos tras los cuales sucesivamente tres individuos más transitan por el lugar pudiendo cada uno de ellos percatarse del estado en el que se hallaba quien hubiera sido atacado; respecto a la actitud asumida por estos, el Maestro señaló la indolencia de los dos primeros en pasar, un sacerdote y un levita, ambos líderes religiosos de Israel y conocedores de la ley quienes siguieron de largo sin siquiera detenerse a socorrerle, en tanto que describió y resaltó el proceder benevolente del tercero de los hombres en mención quien se detuvo para asistir al caído, un varón que dada su procedencia samaritana resultaba despreciable a los judíos.  

     Con relación al pueblo samaritano, registra la historia que este surgió fruto de la fusión racial entre asirios e israelitas durante la toma del Reino del Norte de Israel por Asiría en el año 722  a.C. (Cp. II de Reyes 17:1-41), razón en virtud de la cual sus gentes eran consideradas impuras por los judíos, cuyos ancestros pertenecientes al Reino del Sur o de Judá, que fuese luego cativo a Babilonia (586 a 537 a.C. Cp. II de Reyes 24:8-17) a diferencia de los norteños, no se mezclaron racialmente con los paganos, era así que los descendientes de los sureños al viajar evitaban cruzar por la ciudad de Samaria rodeando sus contornos a fin de no verse obligados a tener contacto con sus indignos residentes (Cp. Mateo 10:5; Juan 4:4-9).

     Dadas estas circunstancias, el Maestro valiéndose del recurso retórico de la ironía hizo uso de la figura de un samaritano, el cual vil a los ojos judíos, actúo como debieron haberlo hecho los dos líderes religiosos de su pueblo que le precedieron en pasar por el camino quienes teniendo la oportunidad así como el deber moral de ayudar a su prójimo se negaron a hacerlo.

     Por medio de esta corta historia ilustrativa, Jesús intentó hacer reflexionar al intérprete de la ley, líder y representante de la religión judía, quien en la intención hipócrita de auto justificarse antes le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?”; pretendía el Señor enseñarle el significado y el alcance del amor verdadero sintetizado en el mandamiento de amar cada uno tanto a Dios como a su prójimo, el cual él muy bien sabía, mas no cumplía (Cp. Lucas 10:25-29).

     En las actitudes asumidas por los dos líderes religiosos, el sacerdote y el levita, una vez más quedó en evidencia la inconsecuencia de los de su clase, puesto que lo que sabían que debían hacer, esto justamente no hacían (Cp. Santiago 4:17). El punto conclusivo en la respuesta del Señor a su interlocutor, el intérprete de la ley, nos ofrece todo el poder de la consecuente aplicación de esta ilustración al sugerirle Él: “Ve y haz tú lo mismo” que hizo aquel samaritano al que juzgas indigno (Cp. Lucas 10:37).