Lucas 18:9-14
Dos
son las actitudes en contraste entre los personajes centrales en mención en
esta ilustración, quienes según lo dijera el Maestro a cierta distancia el uno
del otro oraban a Dios en el templo, la arrogante autosuficiencia del fariseo
y la humildad del publicano.
Tal
cual lo registra Lucas, de manera exhortativa estas palabras fueron dirigidas
por el Señor a unos que confiaban demasiado en sus propios méritos personales y
menospreciaban a los demás, señalamiento tal mediante el que sin
generalizaciones hizo Él referencia al fariseísmo, grupo religioso de su época
caracterizado por su observancia minuciosa de la ley de Moisés enfocado más en
las manifestaciones rituales externas de sus preceptos que en el sentido o el espíritu mismo de dicha ley e
incluso tergiversándola o aun adulterándola agregándole algunas cosas absurdas
que llegaron a hacerse entre ellos tradiciones (Cp. Mateo 15:1-9) llevándoles a considerarse a sí mismos el verdadero Israel y a despreciar a las personas
comunes que según ellos permanecían ignorantes y se mostraban negligentes ante
el cumplimiento de sus imposiciones, hecho a raíz del cual las juzgaban
pecadoras (Cp. Juan 7:45-49; Mateo 23:1-3).
Constituían
además los fariseos, uno de los más poderosos partidos de Israel siendo algunos
de ellos miembros influyentes del Sanedrín, es decir del concilio o el consejo
nacional judío, cuerpo de ancianos religiosos con funciones tanto jurídicas
como legislativas y ejecutivas que en los días de Jesús poseían autoridad
administrativa sobre los asuntos judíos sin la interferencia del poder romano
en tanto tales cuestiones no afectaran las políticas ni la seguridad de la
jurisdicción del imperio sobre el territorio palestino o incluyesen la pena de
muerte sobre reo alguno.
Ahora,
pese al hecho de ser judíos también, los publicanos resultaban ser traidores despreciables
para el resto de sus hermanos en razón del desempeño de su profesión, dado que
estos hacían las veces de recaudadores de impuestos al servicio de Roma bajo
cuyo dominio se hallaba entonces su nación, y en algunos casos abusando ellos de
su posición exigían al pueblo más dinero del que en realidad le correspondía
pagar procurando así su propio ilícito beneficio (Cp. Lucas 3:12,13).
Según
lo refiriera el Señor, el fariseo al orar, enumeraba ante Dios sus muchos
méritos personales enalteciéndose a sí mismo, jactándose de su propia justicia y
menospreciando al publicano quien reconociendo humildemente su pobreza
espiritual no se juzgaba digno de Él (Cp. Mateo 5:3).
Mediante
el contraste entre estas dos actitudes al orar y al señalar que antes que el
fariseo, quien a sí mismo se exaltaba por sus obras (Cp. Efesios 2:8-10) fue
justificado por Dios el publicano, el Maestro nos anima a reflexionar acerca de
la justificación, es decir de la absolución o declaración de inocencia de aquel
que realmente es culpable, la cual nos concede por gracia nuestro Padre
haciéndonos justos siempre que humildemente nos humillemos ante Él (Cp. Romanos
4:2; 12:16; Mateo 11:29; Santiago 4:6,10; I de Pedro 5:5,6).