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Vienen desde afuera, se infiltran en
nuestro interior produciéndonos graves problemas de salud e inclusive pueden
provocarnos la muerte, ellos alteran nuestra normalidad física y emocional
generándonos malestar e incomodidad, su fuente, generalmente alimentos
elaborados y preservados en deficientes condiciones higiénicas, se trata de los
parásitos.
Se llama parásito a aquel ser vivo que
vive y se nutre de otro perjudicándole sin aportarle beneficio alguno, como un huésped
no invitado, este se aloja dentro de su desapercibido hospedador ocasionándole
serios daños y lesiones e inclusive en algunos casos la muerte.
Vienen también desde afuera provenientes
de fuentes contaminadas que a su vez contaminan a todo aquel que se los
permita, se trata de los parásitos espirituales que altearan la normalidad
espiritual de la pureza para la cual fuimos creados por Dios, y al igual que
los parásitos físicos entran en el cuerpo, los parásitos espirituales penetran
de manera sutil en las mentes de las víctimas en las que se alojan
ocasionándoles serias lesiones e inclusive la muerte espiritual.
La Palabra de Dios nos informa acerca de
una gran variedad de parásitos espirituales, entre los cuales son contados el
odio, el desánimo, el temor y la incredulidad, la mentira y el engaño, la
codicia y el materialismo entre otros muchos más que provenientes de la fuente
contaminada de la maldad de nuestro enemigo Satanás, sutilmente se infiltran en
algunos corazones humanos capaces de influir y de contaminar a otros muchos
corazones más.
Si se trata de los parásitos físicos
hacemos uso de antiparasitarios para desinfectar a los cuerpos que hayan sido contaminados
por ellos, tratándose de los parásitos espirituales solo podemos recurrir al poder
de la sangre de Cristo y al efecto de la Palabra de Dios que descontamina y
purifica el alma del hombre (Cp. Hebreos 9:14; Juan 15:3; I de Pedro 1:2).
Si bien de algún modo todos en el pasado nos
hemos contaminado (Cp. Romanos 3:10,23,24; I de Juan 1:8-10; I de Corintios
6:9-11), continuemos purificándonos a través del poder de nuestro Dios y
alimentémonos día a día de su Palabra e imitemos el ejemplo de la pureza de nuestro Salvador ayudando a los
demás a descontaminarse también (Cp. II de Corintios 7:1; I de Juan 1:7; II de
Juan 2:1,2).