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viernes, 27 de septiembre de 2019

PARÁSITOS


 Por:
Carlos Ardila

     Vienen desde afuera, se infiltran en nuestro interior produciéndonos graves problemas de salud e inclusive pueden provocarnos la muerte, ellos alteran nuestra normalidad física y emocional generándonos malestar e incomodidad, su fuente, generalmente alimentos elaborados y preservados en deficientes condiciones higiénicas, se trata de los parásitos.

     Se llama parásito a aquel ser vivo que vive y se nutre de otro perjudicándole sin aportarle beneficio alguno, como un huésped no invitado, este se aloja dentro de su desapercibido hospedador ocasionándole serios daños y lesiones e inclusive en algunos casos la muerte.

     Vienen también desde afuera provenientes de fuentes contaminadas que a su vez contaminan a todo aquel que se los permita, se trata de los parásitos espirituales que altearan la normalidad espiritual de la pureza para la cual fuimos creados por Dios, y al igual que los parásitos físicos entran en el cuerpo, los parásitos espirituales penetran de manera sutil en las mentes de las víctimas en las que se alojan ocasionándoles serias lesiones e inclusive la muerte espiritual.

     La Palabra de Dios nos informa acerca de una gran variedad de parásitos espirituales, entre los cuales son contados el odio, el desánimo, el temor y la incredulidad, la mentira y el engaño, la codicia y el materialismo entre otros muchos más que provenientes de la fuente contaminada de la maldad de nuestro enemigo Satanás, sutilmente se infiltran en algunos corazones humanos capaces de influir y de contaminar a otros muchos corazones más. 

     Si se trata de los parásitos físicos hacemos uso de antiparasitarios para desinfectar a los cuerpos que hayan sido contaminados por ellos, tratándose de los parásitos espirituales solo podemos recurrir al poder de la sangre de Cristo y al efecto de la Palabra de Dios que descontamina y purifica el alma del hombre (Cp. Hebreos 9:14; Juan 15:3; I de Pedro 1:2).

     Si bien de algún modo todos en el pasado nos hemos contaminado (Cp. Romanos 3:10,23,24; I de Juan 1:8-10; I de Corintios 6:9-11), continuemos purificándonos a través del poder de nuestro Dios y alimentémonos día a día de su Palabra e imitemos el ejemplo de la pureza de nuestro Salvador ayudando a los demás a descontaminarse también (Cp. II de Corintios 7:1; I de Juan 1:7; II de Juan 2:1,2).