Mateo 24:43,44 (Cp. Lucas 12:39,40)
La figura del ladrón, empleada por el
Maestro en esta ilustración refiriéndose a la entonces cercana destrucción de
Jerusalén, fue usada por el apóstol Pablo con relación a la segunda y
definitiva venida del Señor (Cp. I de Tesalonicenses 5:2), dos eventos desde
luego diferentes, el primero ya acontecido en el año setenta de nuestra era,
cuando las fuerzas de ocupación romana al comando del general Tito, hijo del
emperador Vespasiano, arrasaron la ciudad de Jerusalén devastando además el
templo de Herodes I el Grande allí localizado (Cp. Marcos 13:1,2; Mateo 23:37-39; 24:1,2; Lucas
21:5), y el segundo por sucederse en el futuro al regreso del Hijo de Dios (Cp.
I de Tesalonicenses 4:13-5: 11; II de Pedro 3:10-12).
Naturalmente en esta ilustración, en cuanto
hace a la figura del ladrón, no se asemeja a sí mismo Jesús, el Hijo del Hombre,
al carácter malicioso de este sino que más bien a través de la forma repentina
de su aparición para despojar a alguien de sus haberes, Él representó el modo
sorpresivo de su venida en juicio en contra de la ciudad de Jerusalén antes del
término de su propia generación (Cp. Marcos 13:30; Mateo 24:34; Lucas 21:32) como ya
ha sido explicado en la parábola de la higuera.
Puesto que tal cual lo anticipara el
Señor, el juicio de Dios sobre Jerusalén ya ha sido cumplido y que con total
certeza Él ha de venir por segunda y definitiva vez por su iglesia de acuerdo a
sus promesas, mas sin que sepamos exactamente el día y la hora a la que ha de volver,
vivamos fieles a su voluntad de manera tal que su retorno nos hallé en santidad
(Cp. I de Juan 3:1-2).