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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola de los que están de bodas


Marcos 2:18-20 (Cp. Lucas 5:34,35).

Por: 
Carlos Ardila

     Poco tiempo atrás, Herodes Antipas, el tetrarca de Perea y de Galilea, había ordenado la encarcelación de Juan el Bautista debido al hecho de haberle este exhortado a raíz de su unión conyugal ilícita con Herodías, esposa de su medio hermano Felipe después de lo que además el monarca presionado por su ilegítima mujer y por la hija de esta, Salomé, hizo decapitar al profeta (Cp. Mateo 14:1-11), razón por la cual sus discípulos afligidos solían ayunar. Pese a que en el Antiguo Testamento el ayuno fue requerido únicamente durante el día de la expiación (Cp. Levítico 16:29; Isaías 58:1-12), los fariseos, en procura de exhibir una justicia mayor, sin que la ley realmente lo estableciera, se abstenían de algunos alimentos durante el transcurso de los días lunes y jueves (Cp. Lucas 18:12), de manera tal que los seguidores del recién asesinado Juan y los partidarios de los líderes religiosos judíos no podían entender por qué los adeptos del Maestro no ayunaban y le habían preguntado acerca de ello. 

     En la intención de responderles y animándoles a pensar, Jesús les preguntó si acaso deberían ayunar quienes se hallaban celebrando una fiesta de bodas, en tanto aún se encontrara con ellos el esposo, estando todavía con estos el esposo, ¿por qué habrían de hacer ayuno sus amigos? He aquí en esta inquietud un recurso retórico más empleado por el Señor, el de la interrogación, figura mediante la cual se interroga a alguien no expresando duda respecto de lo que le ha sido preguntado ni esperando recibir respuesta de su parte, más allá de la única conclusión posible a la que se puede llegar por ser esta absolutamente evidente (Cp. I de Corintios 10:16; Job 38:3-7), luego entonces, mientras permanecía con estos el esposo quien aquí representa al Maestro, ¿por qué habrían de hacer ayuno sus discípulos?  No existía razón alguna para hacerlo; sin embargo, vendría un día en el futuro en el que el esposo les sería quitado para ser crucificado y entonces, con justificados motivos, sus seguidores ayunarían en la expresión del luto por su muerte (Cp. Marcos 2:19,20); no obstante, pocos serían los días de su ayuno puesto que pronto Jesús resucitó.

     Ahora, en un periodo en el cual los miembros de la iglesia, simbólicamente la esposa del cordero (Cp. II de Corintios 11:2; Apocalipsis 19:7-9; 21:2,9; 22:17), celebramos que nuestro glorioso Salvador vive y reina en los cielos, el ayuno generalmente asociado con el duelo, el arrepentimiento y la oración (Cp. I de Crónicas 10:12; Jonás 3:1-10; Daniel 9:3) cuya práctica no nos ha sido dada a guardar como un mandamiento directo de nuestro Dios y el que según lo manifestara el apóstol Pablo por sí mismo no surte efecto directo alguno sobre los deseos de la carne (Cp. Colosenses 2:20-23), si puede ayudarnos a observar un grado mayor de concentración en la oración en tanto que perseveramos fieles a la espera de la segunda venida del Señor (Cp. Mateo 25:1-13).