Marcos 2:18-20 (Cp. Lucas 5:34,35).
Por:
Carlos Ardila
Poco tiempo atrás, Herodes Antipas, el
tetrarca de Perea y de Galilea, había ordenado la encarcelación de Juan el
Bautista debido al hecho de haberle este exhortado a raíz de su unión conyugal
ilícita con Herodías, esposa de su medio hermano Felipe después de lo que además
el monarca presionado por su ilegítima mujer y por la hija de esta, Salomé,
hizo decapitar al profeta (Cp. Mateo
14:1-11), razón por la
cual sus discípulos afligidos solían ayunar. Pese a que en el Antiguo Testamento el
ayuno fue requerido únicamente durante el día de la expiación (Cp. Levítico 16:29;
Isaías 58:1-12), los fariseos, en procura de exhibir una justicia mayor, sin que
la ley realmente lo estableciera, se abstenían de algunos alimentos durante el
transcurso de los días lunes y jueves (Cp. Lucas 18:12), de manera tal que los
seguidores del recién asesinado Juan y los partidarios de los líderes
religiosos judíos no podían entender por qué los adeptos del Maestro no ayunaban
y le habían preguntado acerca de ello.
En
la intención de responderles y animándoles a pensar, Jesús les preguntó si acaso
deberían ayunar quienes
se hallaban celebrando una fiesta de bodas, en tanto aún se encontrara con ellos
el esposo, estando todavía con estos el esposo, ¿por qué habrían de hacer ayuno
sus amigos? He aquí en esta inquietud un recurso retórico más empleado por el
Señor, el de la interrogación, figura mediante la cual se interroga a alguien
no expresando duda respecto de lo que le ha sido preguntado ni esperando recibir respuesta de su parte, más
allá de la única conclusión posible a la que se puede llegar por ser esta
absolutamente evidente (Cp. I de Corintios 10:16; Job 38:3-7), luego entonces, mientras
permanecía con estos el esposo
quien aquí representa al Maestro, ¿por qué habrían de hacer ayuno sus
discípulos? No existía razón alguna para
hacerlo; sin embargo, vendría un día en el futuro en el que el esposo les sería
quitado para ser crucificado y entonces, con justificados motivos, sus seguidores
ayunarían en la expresión del luto por su muerte (Cp. Marcos 2:19,20); no
obstante, pocos serían los días
de su ayuno puesto que pronto Jesús resucitó.
Ahora,
en un periodo en el cual los miembros de la iglesia, simbólicamente la esposa
del cordero (Cp. II de Corintios 11:2; Apocalipsis 19:7-9; 21:2,9; 22:17), celebramos
que nuestro glorioso Salvador vive y reina en los cielos, el ayuno generalmente
asociado con el duelo, el arrepentimiento y la oración (Cp. I de Crónicas
10:12; Jonás 3:1-10; Daniel 9:3) cuya práctica no nos ha sido dada a guardar
como un mandamiento directo de nuestro Dios y el que según lo manifestara el
apóstol Pablo por sí mismo no surte efecto directo alguno sobre los deseos de
la carne (Cp. Colosenses 2:20-23), si puede ayudarnos a observar un grado mayor
de concentración en la oración en tanto que perseveramos fieles a la espera de
la segunda venida del Señor (Cp. Mateo 25:1-13).