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Mucho de lo que hacemos
o dejamos de hacer nos supondría serios
conflictos o dilemas éticos y morales, de
no ser absolutamente claros los principios éticos y morales que nos han sido
enseñados por nuestro Dios a través de su Palabra.
Con reiterada frecuencia solemos escuchar
decir acerca de una u otra creencia, de una u otra práctica en cuanto a su
validez, que estas dependen de quién y con base en qué cultura o contexto
social o situacional las acepta y las realiza o las rechaza y deja de hacer, de
acuerdo a este razonamiento no pueden existir verdades absolutas acerca de algo, ya que todas las creencias y las prácticas con base en ellas son relativas o subjetivas, es decir que si
una creencia se acepta o se rechaza está bien, puesto que cada quien puede tener
para sí mismo su propia verdad, y que una práctica u otra si se realiza o no
está bien, pues cada quien de acuerdo a su propia verdad puede decidir qué
hacer o no hacer y sea que lo haga o no lo haga estará bien, ya que será
relativo o subjetivo si está bien o está mal lo que cada uno haga o deje de hacer dado que desde el punto de vista del
relativismo ético y moral nada es bueno o malo en sí mismo y no existen
verdades, valores ni principios éticos o morales absolutos o incuestionables.
De acuerdo al relativismo ético y moral y a
la relativización de la verdad, hoy en día y desde tiempo atrás muchas voces se
han levantado afirmando que la iglesia anticuada y obsoleta debe adaptarse a
las exigencias sociales del tiempo actual, aceptando creencias y prácticas que
no son parte de la moral de Dios revelada para nosotros en su Palabra y que de
hecho, clara y abiertamente la contradicen argumentado que pueden existir
varias interpretaciones acerca de una misma y única situación y que todas
pueden ser válidas dentro de un determinado contexto cultural o social.
En el anterior orden de ideas en muchos
lugares del mundo es aceptado y legal abortar, realizar uniones matrimoniales
entre individuos del mismo sexo y permitir su adopción de bebés, juntarse en
concubinato en lugar de casarse las parejas y consumir alucinógenos entre otras
varias situaciones más, ya que nada es bueno o malo en sí mismo y que las
creencias, principios y valores cristianos deben adaptarse a las exigencias de
la evolución cultural y social del mundo o al contexto en el que ella se
encuentra.
Claro está que siendo cristianos debemos
someternos a las autoridades y obedecer sus leyes, (Cp. Romanos 13:1.2),
siempre y cuando desde luego estás, no violen la voluntad de Dios en cuya
Palabra nos han sido enseñadas verdades éticas y morales absolutas que debemos
aceptar y obedecer por sobre las leyes humanas que le sean contrarias a Él (Cp.
Hechos 5:29-40).
Si la ética y la moral distorsionadas del
mundo aceptan y validan pareceres y conductas opuestas a la voluntad de Dios, ¿debe aceptar y naturalizar tales
situaciones la iglesia?, ¿debe la Palabra de Dios adaptarse al contexto
cultural o social del mundo?, ¿son relativas o subjetivas la ética y la moral
cristiana? Por supuesto que no, es el hombre quien debe adaptarse a Dios y no a
la inversa.
La Palabra de Dios sin relativismo o
subjetivismo alguno y sin aceptar términos medios en cuanto a la obediencia,
dice:
“¡Ay de los que a lo malo dicen
bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
¡Ay de los sabios en sus propios
ojos, y de los que son prudentes delante
de sí mismos!” (Cp. Isaías 5:20,21).
“Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte
de mi boca” (Cp. Apocalipsis 3:15,16).
“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Cp. Mateo 12:30).
“Porque:
Toda carne es como hierba,
Y toda la gloria del hombre como flor de
la hierba.
La hierba se seca, y la flor se cae;
Mas la palabra del Señor permanece para
siempre.
Y esta es la palabra que por el evangelio os
ha sido anunciada” (Cp. I de Pedro 1: 24,25).
Sin relativismos, sean nuestra ética y
nuestra moral basadas solo en Dios y en su revelada Palabra que, en lugar de
cambiar, permanece para siempre.