Copyright © Todos los derechos reservados por Carlos Ardila.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola de los labradores malvados


Marcos 12:1-12 (Cp. Mateo 21:33-44; Lucas 20:9-18)

Por:
Carlos Ardila 

     Según el registro de Marcos se acercaba la hora de la entrega del Maestro, quien sería traicionado por Judas y vendido a las autoridades judías (Cp. Marcos 14:1,2, 10,11), de suerte tal que se aproximaba ya el final de su ministerio y pese a sus esfuerzos la errada visión espiritual de las gentes de su generación, en especial, la de los líderes religiosos de Israel continuaba siendo la misma.  

     Que el dueño de una viña arrendara sus terrenos dejándolos a la explotación de algunos labradores solía ser un convenio frecuentemente observado en Palestina, desde luego, tal negociación implicaba que los trabajadores obtendrían un beneficio económico por el desempeño de su labor a la par que ellos entregarían parte de los rendimientos de la producción del viñedo a su propietario, mismos que le serían entregados bien de manera personal o a través de quien este enviara para reclamarlos en su nombre.   

     En esta ilustración el Maestro alude a las acciones perversas de algunos labradores, quienes no solo se habían apoderado de la viña que acordaron administrar, sino que además se negaban a pagarle a su dueño lo que por su alquiler y su usufructo le correspondía recibir.

     Poco antes de referirle esta parábola a sus oyentes entre los que se hallaban algunos de los del liderazgo espiritual judío, Jesús había sido recibido de manera triunfal en la ciudad de Jerusalén, cuyos habitantes le honraron aclamándole además como el Mesías (Cp. Marcos 11:1-11) después de lo que Él entrando en el templo expulsó de allí a los mercaderes e indignado volcó las mesas de los cambistas debido al comercio fraudulento que ellos hacían en su interior en complicidad con los escribas y los principales sacerdotes, acción a partir de la cual ya enseñaba abiertamente en aquel lugar desafiando así la autoridad de sus opositores, los corruptos líderes religiosos de Israel en esta ilustración representados en la insólita actitud de los labradores malvados (Cp. Marcos 11:15-19, 27-33) y a quienes específicamente y de modo acusativo dirigió Él estas palabras.

     Durante siglos los judíos habían estado a la espera de la venida del Mesías, no obstante, estando ya Él en medio de su pueblo, muchos de sus miembros no le aceptaban ni le reconocían como tal, constituyéndose además la mayoría de sus líderes en adversarios suyos, puesto que no se identificaba este con ellos.       

     A través del dueño de la viña Jesús en esta ilustración representa a Dios y por medio de los labradores malvados ejemplifica a los líderes religiosos de Israel bajo cuyo cuidado dejó Él a su pueblo, es decir a su viña, en tanto que valiéndose de los siervos inicialmente enviados a los administradores para reclamar sus rendimientos simboliza a los profetas que vinieron antes del   emisario final, el hijo del propietario de la viña quien refiere al Señor mismo como al Hijo de Dios y el heredero del viñedo al que los labradores malvados harían ejecutar en breve habiendo ya anteriormente maltratado y asesinado a otros voceros del Padre.  

     Ante la inaudita actitud de los labradores malvados, quienes no le habían servido bien e intentaban adueñarse de su viña, finalmente Dios vendría en juicio sobre ellos como efectivamente hizo ya poniendo fin al sistema legal judío (Cp. Hebreos 8:1-13; Colosenses 2:14-17), y dejaría su viñedo al cuidado de otros líderes incluidos entre estos los gentiles, es decir, los extranjeros que hemos venido a ser también miembros del reino, desempeñándonos como reyes y sacerdotes en la administración de los bienes espirituales de nuestro Padre (Cp. I de Pedro 2:9,10; Efesios 2:11-22).  

     Las palabras del Señor en esta ilustración han de concienciarnos respecto a la forma en la cual hemos de llevar a cabo nuestra labor al servirle a Él en su viña, pensando siempre en hacerlo de acuerdo a su voluntad y en función de su gloria en vez de la nuestra (Cp. Colosenses 3:17,23,24; I de Pedro 4:10,11), puesto que es Él y nadie más que Él la piedra angular desechada por los líderes religiosos de su época, mas hecha por Dios el fundamento sobre el cual ha sido edificada su iglesia (Cp. I de Pedro 2:4-8; Mateo 13:16-20).