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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del fariseo y el publicano


Lucas 18:9-14

Por:
Carlos Ardila

     Dos son las actitudes en contraste entre los personajes centrales en mención en esta ilustración, quienes según lo dijera el Maestro a cierta distancia el uno del otro oraban a Dios en el templo, la arrogante autosuficiencia del fariseo y la humildad del publicano.  

     Tal cual lo registra Lucas, de manera exhortativa estas palabras fueron dirigidas por el Señor a unos que confiaban demasiado en sus propios méritos personales y menospreciaban a los demás, señalamiento tal mediante el que sin generalizaciones hizo Él referencia al fariseísmo, grupo religioso de su época caracterizado por su observancia minuciosa de la ley de Moisés enfocado más en las manifestaciones rituales externas de sus preceptos que en el sentido o el espíritu mismo de dicha ley e incluso tergiversándola o aun adulterándola agregándole algunas cosas absurdas que llegaron a hacerse entre ellos tradiciones (Cp. Mateo 15:1-9) llevándoles a considerarse a sí mismos el verdadero Israel y a despreciar a las personas comunes que según ellos permanecían ignorantes y se mostraban negligentes ante el cumplimiento de sus imposiciones, hecho a raíz del cual las juzgaban pecadoras (Cp. Juan 7:45-49; Mateo 23:1-3).

     Constituían además los fariseos, uno de los más poderosos partidos de Israel siendo algunos de ellos miembros influyentes del Sanedrín, es decir del concilio o el consejo nacional judío, cuerpo de ancianos religiosos con funciones tanto jurídicas como legislativas y ejecutivas que en los días de Jesús poseían autoridad administrativa sobre los asuntos judíos sin la interferencia del poder romano en tanto tales cuestiones no afectaran las políticas ni la seguridad de la jurisdicción del imperio sobre el territorio palestino o incluyesen la pena de muerte sobre reo alguno.

     Ahora, pese al hecho de ser judíos también, los publicanos resultaban ser traidores despreciables para el resto de sus hermanos en razón del desempeño de su profesión, dado que estos hacían las veces de recaudadores de impuestos al servicio de Roma bajo cuyo dominio se hallaba entonces su nación, y en algunos casos abusando ellos de su posición exigían al pueblo más dinero del que en realidad le correspondía pagar procurando así su propio ilícito beneficio (Cp. Lucas 3:12,13).   

     Según lo refiriera el Señor, el fariseo al orar, enumeraba ante Dios sus muchos méritos personales enalteciéndose a sí mismo, jactándose de su propia justicia y menospreciando al publicano quien reconociendo humildemente su pobreza espiritual no se juzgaba digno de Él (Cp. Mateo 5:3).

     Mediante el contraste entre estas dos actitudes al orar y al señalar que antes que el fariseo, quien a sí mismo se exaltaba por sus obras (Cp. Efesios 2:8-10) fue justificado por Dios el publicano, el Maestro nos anima a reflexionar acerca de la justificación, es decir de la absolución o declaración de inocencia de aquel que realmente es culpable, la cual nos concede por gracia nuestro Padre haciéndonos justos siempre que humildemente nos humillemos ante Él (Cp. Romanos 4:2; 12:16; Mateo 11:29; Santiago 4:6,10; I de Pedro 5:5,6).