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Aprender a andar en bicicleta aunque te
cayeras y te golpearas quizás haya concentrado en algún tiempo tu atención al
punto tal de hacerte persistir caída tras caída intentándolo una y otra vez
hasta finalmente lograrlo; estudiar un nuevo idioma estando atento no solo a su
gramática y estructura sino además a su
escritura y a la pronunciación de miles de nuevas palabras que tras la
insistente repetición pudiste dominar, y conocer mejor a cada una de las personas
con las que interactúas en los círculos sociales más cercanos de tu vida a fin
de poder relacionarte armoniosamente con ellas, son solo algunos ejemplos de
las cosas que tal vez hayas hecho concentrando en ellas toda tu atención,
esfuerzo y dedicación.
Desde nuestra más temprana infancia
comenzamos a aprender las tantas cosas que nos son necesarias para nuestro
desarrollo intelectual y a diario adquirimos nuevos conocimientos que nos enriquecen
y nos capacitan para el desempeño de una u otra profesión; por supuesto, todo
proceso de aprendizaje exige de nosotros atención, esfuerzo y dedicación.
Por supuesto, aunque algunas cosas nos
parecen difíciles, no todo lo que aprendemos nos representa un grado mayor de
dificultad, pero ciertamente aquello que nos gusta y que consideramos de valor
concentra al máximo nuestra atención llevándonos a la dedicación de todo el
tiempo y el esfuerzo que aprenderlo nos suponga (Cp. Lucas 12:34).
Siendo que Dios se nos da a conocer por
medio de su Palabra, cómo en todo asunto de atención, esfuerzo y dedicación,
¿estás tú concentrándote en aprender más acerca de Él?, ¿o tus opiniones e
intereses, sean estos cuáles sean, te hacen ver demasiado difícil darle algo de
atención, esfuerzo y dedicación al
estudio de su Palabra?
Acerca del valor espiritual, del estudio y
de la enseñanza de las Sagradas Escrituras, cuyo conocimiento nos hace sabios
para nuestra salvación, el apóstol Pablo le escribió así al joven evangelista
Timoteo:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido
y te persuadiste, sabiendo de quién has
aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la
salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre
de Dios sea perfecto, enteramente,
preparado para toda buena obra” (Cp. II de Timoteo 3:14-17).