Según el registro del evangelio de Marcos,
en una cierta ocasión Jesús indignado ante la actitud de quienes hacían del
templo una plaza de mercado comenzó a
echar de allí a los mercaderes, volcó las mesas de los cambistas y las sillas
de los que vendían palomas (Cp. Marcos 11: 15-17).
En desarrollo del comercio
ilícito que era llevado a cabo en el templo y que suscitó el enfado del Señor,
algunos inspectores falsos en complicidad con los comerciantes de animales y
los líderes religiosos de la época declaraban no aptos para el sacrificio a los
animales que los fieles traían desde sus casas obligándoles así a comprar los
que se vendían en el templo; de otro lado, perversamente los cambistas les
pagaban a los judíos que venían de afuera de Jerusalén para adorar mucho menos
por el dinero extranjero que cambiaban allí razón en virtud de la cual Jesús
expulsando a los responsables de tal corrupción que hacía de la casa de Dios
una cueva de ladrones purificó el templo.
La importancia del templo que
reemplazara al antiguo tabernáculo de reunión de Israel radicaba en el hecho de
ser él la representación de la morada de Dios; ahora, siendo que espiritualmente
nuestro cuerpo es el templo en el cual mora el Espíritu Santo (Cp. I de
Corintios 6:19), ¿qué hay dentro de ti que debas echar fuera para que este sea
realmente un lugar santo para Dios?
Identifica aquello que a
manera de hábito o debilidad manchando tu corazón te impide vivir en comunión con el Señor y ¡échalo fuera!
“Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios” (Cp. Mateo 5:8).