Lucas 7:40-43 (Cp. Mateo 18:23-35)
El contexto inmediato dentro del cual se sitúa
esta ilustración del Señor nos lo presenta a Él sentado a la mesa como invitado
de honor en casa de Simón el fariseo (Cp. Lucas 7:36); ahora, respecto a la
postura física del Maestro en esta ocasión, no debe ser interpretado en el más
estricto sentido literal que de hecho Jesús hubiese estado posado sobre una
silla y enfrente de la mesa de acuerdo a la más común usanza occidental, sino
que en lugar de ello Jesús se encontraba recostado junto a esta, puesto que
entonces los judíos más adinerados habían adoptado el estilo grecorromano de
acomodarse para comer que reclinando el cuerpo sobre el costado izquierdo sostenido
por el codo del mismo lado dejaba libre la mano derecha para tomar los
alimentos generalmente servidos sobre mesas muy bajas y en forma de U al fin práctico
de facilitar a los sirvientes su desplazamiento para atender a los comensales,
especialmente en la cabecera, lugar usualmente reservado para el invitado principal,
en este caso entre los judíos siempre dispuesta para los rabíes; en este orden
de ideas y dado que el Nuevo Testamento fue escrito en el idioma griego, debe
ser considerado que el término kataklino empleado aquí para referir a tal
posición y generalmente traducido sentado al español, significa reclinado o
recostado en su sentido original.
Según la descripción de Lucas, en el
escenario del gran patio de la formidable residencia que debió haber sido la de
un hombre del nivel socioeconómico de Simón, sorpresivamente irrumpió una
mujer considerada pecadora quien traía consigo un frasco de perfume muy valioso
contenido en un recipiente de alabastro, el cual llorando rompió y derramó sobre los pies del
Señor enjugándolos luego con sus propios cabellos, evento con ocasión del que Simón
pensó para sus adentros diciéndose a sí mismo que si acaso Jesús realmente
fuese profeta, bien sabría quién
y qué clase de mujer era aquella indigna que le tocaba sin objeción ninguna de
su parte; Jesús consciente de las dudas
de su anfitrión le refirió esta parábola (Cp. Juan 16:30).
Siendo los fariseos, o por lo menos un
amplio sector de los integrantes de su secta, enemigos acérrimos del
Señor, nos surge una inquietud: ¿Por qué
razón le invitaría Simón a su casa? Entonces Jesús, si bien había sido minoritariamente
cuestionado por algunos de los líderes religiosos de Israel, por aquellos días disfrutaba
de una enorme popularidad.
Ahora, siendo que no tenía Simón idea
alguna respecto de lo que sucedería estando el Maestro en casa con él, no puede
ser asumido que sus intenciones al invitarle hubiesen sido ilegítimas o en la
intención deliberada de tentarle tramando algo en su contra, así como tampoco
podría ser generalizado con relación a los fariseos que todos ellos fuesen
perversos e hipócritas; las dudas de Simón acerca de la actitud del Señor al no
reprender las acciones de aquella mujer quizás hayan surgido en él, fruto de los
prejuicios propios de su formación religiosa, lo cual no necesariamente le
hacía esencialmente malvado aunque sí evidentemente equivocado tocante al amor,
la misericordia y el perdón, consciente de lo cual Jesús le quiso instruir a
través de esta ilustración.
Algunos intérpretes especulando han
planteado que tal vez la mujer en mención presumiblemente prostituta pudo haber
sido María Magdalena (Cp. Marcos 16:9); sin embargo, no existe evidencia que
pueda permitir establecer su identidad ni precisar la causa por la que era ella
considerada pecadora dado que los fariseos solían catalogar en estos términos a
muchas personas por razones no siempre justas; así por ejemplo ciertos enfermos
o individuos con limitaciones físicas (Cp. Juan 9:1-3), pobres o dedicados a
actividades laborales humildes eran clasificadas dentro del grupo de los
pecadores con otras gentes más que no disfrutaban de mayor prosperidad lo cual
ellos prejuiciosamente pensaban era debido a sus pecados.
En virtud de lo anterior, en la corta
visión espiritual de Simón, lo sucedido ante sus ojos resultaba ser una razón
por la cual dudar del Maestro quien según la perspectiva farisea habría tenido
que reprender a aquella pecadora apartándola de sí; no obstante, Jesús sin
juzgar a su anfitrión y en la intención de ayudarle a dejar de lado sus
prejuicios tanto respecto a esta mujer como hacía Él mismo, mediante esta breve
historia y a través de la propia respuesta de su interlocutor intentó hacerle
pensar de un modo diferente.
En esta ilustración Dios es representado a
través del acreedor al que cada uno de los hombres le debemos (Cp. I de Juan
1:6-10; Romanos 3:23), el deudor al que le fueron perdonados los quinientos
denarios figuradamente nos señala a todos los transgresores a quienes mucho Él nos
ha perdonado, razón en virtud de la cual tanto más le amamos; por otro lado, aquel
al que se eximió de pagar los cincuenta denarios que adeudaba ejemplifica la
condición farisea de los que a sí mismos se juzgan justos pensando deberle muy
poco a Dios por lo que escasamente le aman y en cuya opinión son indignos todos
aquellos que no son como ellos (Cp. Lucas 18:9-14).