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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola de los dos deudores


Lucas 7:40-43 (Cp. Mateo 18:23-35)

Por:
Carlos Ardila

     El contexto inmediato dentro del cual se sitúa esta ilustración del Señor nos lo presenta a Él sentado a la mesa como invitado de honor en casa de Simón el fariseo (Cp. Lucas 7:36); ahora, respecto a la postura física del Maestro en esta ocasión, no debe ser interpretado en el más estricto sentido literal que de hecho Jesús hubiese estado posado sobre una silla y enfrente de la mesa de acuerdo a la más común usanza occidental, sino que en lugar de ello Jesús se encontraba recostado junto a esta, puesto que entonces los judíos más adinerados habían adoptado el estilo grecorromano de acomodarse para comer que reclinando el cuerpo sobre el costado izquierdo sostenido por el codo del mismo lado dejaba libre la mano derecha para tomar los alimentos generalmente servidos sobre mesas muy bajas y en forma de U al fin práctico de facilitar a los sirvientes su desplazamiento para atender a los comensales, especialmente en la cabecera, lugar usualmente reservado para el invitado principal, en este caso entre los judíos siempre dispuesta para los rabíes; en este orden de ideas y dado que el Nuevo Testamento fue escrito en el idioma griego, debe ser considerado que el término kataklino empleado aquí para referir a tal posición y generalmente traducido sentado al español, significa reclinado o recostado en su sentido original.  

     Según la descripción de Lucas, en el escenario del gran patio de la formidable residencia que debió haber sido la de un hombre del nivel socioeconómico de Simón, sorpresivamente irrumpió una mujer considerada pecadora quien traía consigo un frasco de perfume muy valioso contenido en un recipiente de alabastro, el cual llorando rompió y derramó sobre los pies del Señor enjugándolos luego con sus propios cabellos, evento con ocasión del que Simón pensó para sus adentros diciéndose a sí mismo que si acaso Jesús realmente fuese profeta, bien sabría quién y qué clase de mujer era aquella indigna que le tocaba sin objeción ninguna de su parte; Jesús consciente de las dudas de su anfitrión le refirió esta parábola (Cp. Juan 16:30).

     Siendo los fariseos, o por lo menos un amplio sector de los integrantes de su secta, enemigos acérrimos del Señor, nos surge una inquietud: ¿Por qué razón le invitaría Simón a su casa? Entonces Jesús, si bien había sido minoritariamente cuestionado por algunos de los líderes religiosos de Israel, por aquellos días disfrutaba de una enorme popularidad.

     Ahora, siendo que no tenía Simón idea alguna respecto de lo que sucedería estando el Maestro en casa con él, no puede ser asumido que sus intenciones al invitarle hubiesen sido ilegítimas o en la intención deliberada de tentarle tramando algo en su contra, así como tampoco podría ser generalizado con relación a los fariseos que todos ellos fuesen perversos e hipócritas; las dudas de Simón acerca de la actitud del Señor al no reprender las acciones de aquella mujer quizás hayan surgido en él, fruto de los prejuicios propios de su formación religiosa, lo cual no necesariamente le hacía esencialmente malvado aunque sí evidentemente equivocado tocante al amor, la misericordia y el perdón, consciente de lo cual Jesús le quiso instruir a través de esta ilustración.

     Algunos intérpretes especulando han planteado que tal vez la mujer en mención presumiblemente prostituta pudo haber sido María Magdalena (Cp. Marcos 16:9); sin embargo, no existe evidencia que pueda permitir establecer su identidad ni precisar la causa por la que era ella considerada pecadora dado que los fariseos solían catalogar en estos términos a muchas personas por razones no siempre justas; así por ejemplo ciertos enfermos o individuos con limitaciones físicas (Cp. Juan 9:1-3), pobres o dedicados a actividades laborales humildes eran clasificadas dentro del grupo de los pecadores con otras gentes más que no disfrutaban de mayor prosperidad lo cual ellos prejuiciosamente pensaban era debido a sus pecados.   

     En virtud de lo anterior, en la corta visión espiritual de Simón, lo sucedido ante sus ojos resultaba ser una razón por la cual dudar del Maestro quien según la perspectiva farisea habría tenido que reprender a aquella pecadora apartándola de sí; no obstante, Jesús sin juzgar a su anfitrión y en la intención de ayudarle a dejar de lado sus prejuicios tanto respecto a esta mujer como hacía Él mismo, mediante esta breve historia y a través de la propia respuesta de su interlocutor intentó hacerle pensar de un modo diferente.

     En esta ilustración Dios es representado a través del acreedor al que cada uno de los hombres le debemos (Cp. I de Juan 1:6-10; Romanos 3:23), el deudor al que le fueron perdonados los quinientos denarios figuradamente nos señala a todos los transgresores a quienes mucho Él nos ha perdonado, razón en virtud de la cual tanto más le amamos; por otro lado, aquel al que se eximió de pagar los cincuenta denarios que adeudaba ejemplifica la condición farisea de los que a sí mismos se juzgan justos pensando deberle muy poco a Dios por lo que escasamente le aman y en cuya opinión son indignos todos aquellos que no son como ellos (Cp. Lucas 18:9-14).