Lucas
10:30-37
A través de esta ilustración, el Señor intentó
responder a la interrogante que le fuera antes planteada por uno de los intérpretes de la ley, quien en la intención de
auto justificarse le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?” (Cp. Lucas 10:
25-29). De entre los varios personajes hallados en ella tres son los
principales, estos son en su orden: El sacerdote, el levita y el samaritano.
El camino que desciende de Jerusalén a
Jericó, ciudades separadas entre sí por una distancia de alrededor de veintisiete
kilómetros, desolado, rocoso y en extremo peligroso, dada la presencia continua
de maleantes en su trayecto se describía además zigzagueantemente curvo y
saturado de descensos en razón de hallarse Jerusalén situada sobre las colinas
a setecientos metros de altura sobre el nivel del mar, en tanto que Jericó se
encuentra a tan solo trescientos treinta y cinco metros de elevación.
Según lo refiriera Jesús, al trasladarse por
tan azaroso recorrido un hombre presumiblemente hebreo es asaltado y golpeado
para ser luego abandonado casi muerto y a su suerte, hechos tras los cuales
sucesivamente tres individuos más transitan por el lugar pudiendo cada uno de
ellos percatarse del estado en el que se hallaba quien hubiera sido atacado;
respecto a la actitud asumida por estos, el Maestro señaló la indolencia de los
dos primeros en pasar, un sacerdote y un levita, ambos líderes religiosos de
Israel y conocedores de la ley quienes siguieron de largo sin siquiera
detenerse a socorrerle, en tanto que describió y resaltó el proceder
benevolente del tercero de los hombres en mención quien se detuvo para asistir
al caído, un varón que dada su procedencia samaritana resultaba despreciable a
los judíos.
Con relación al pueblo samaritano, registra
la historia que este surgió fruto de la fusión
racial entre asirios e israelitas durante la toma del Reino del
Norte de Israel por Asiría en el año 722 a.C. (Cp. II de Reyes 17:1-41), razón en
virtud de la cual sus gentes eran consideradas impuras por los judíos, cuyos
ancestros pertenecientes al Reino del Sur o de Judá, que fuese luego cativo a
Babilonia (586 a 537 a.C. Cp. II de Reyes 24:8-17) a diferencia de los norteños,
no se mezclaron racialmente con los paganos, era así que los descendientes de
los sureños al viajar evitaban cruzar por la ciudad de Samaria rodeando sus
contornos a fin de no verse obligados a tener contacto con sus indignos
residentes (Cp. Mateo 10:5; Juan 4:4-9).
Dadas estas circunstancias, el Maestro
valiéndose del recurso retórico de la ironía hizo uso de la figura de un
samaritano, el cual vil a los ojos judíos, actúo como debieron haberlo hecho
los dos líderes religiosos de su pueblo que le precedieron en pasar por el
camino quienes teniendo la oportunidad así como el deber moral de ayudar a su
prójimo se negaron a hacerlo.
Por medio de esta corta historia
ilustrativa, Jesús intentó hacer reflexionar al intérprete de la ley, líder y
representante de la religión judía, quien en la intención hipócrita de auto
justificarse antes le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?”; pretendía el
Señor enseñarle el significado y el alcance del amor verdadero sintetizado en
el mandamiento de amar cada uno tanto a Dios como a su prójimo, el cual él muy
bien sabía, mas no cumplía (Cp. Lucas 10:25-29).
En las actitudes asumidas por los dos
líderes religiosos, el sacerdote y el levita, una vez más quedó en evidencia la
inconsecuencia de los de su clase, puesto que lo que sabían que debían hacer,
esto justamente no hacían (Cp. Santiago 4:17). El punto conclusivo en la
respuesta del Señor a su interlocutor, el intérprete de la ley, nos ofrece todo
el poder de la consecuente aplicación de esta ilustración al sugerirle Él: “Ve
y haz tú lo mismo” que hizo aquel samaritano al que juzgas indigno (Cp. Lucas
10:37).