Copyright © Todos los derechos reservados por Carlos Ardila.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del buen samaritano


Lucas 10:30-37

Por:
Carlos Ardila

     A través de esta ilustración, el Señor intentó responder a la interrogante que le fuera antes planteada por uno de los intérpretes de la ley, quien en la intención de auto justificarse le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?” (Cp. Lucas 10: 25-29). De entre los varios personajes hallados en ella tres son los principales, estos son en su orden: El sacerdote, el levita y el samaritano.

     El camino que desciende de Jerusalén a Jericó, ciudades separadas entre sí por una distancia de alrededor de veintisiete kilómetros, desolado, rocoso y en extremo peligroso, dada la presencia continua de maleantes en su trayecto se describía además zigzagueantemente curvo y saturado de descensos en razón de hallarse Jerusalén situada sobre las colinas a setecientos metros de altura sobre el nivel del mar, en tanto que Jericó se encuentra a tan solo trescientos treinta y cinco metros de elevación. 

     Según lo refiriera Jesús, al trasladarse por tan azaroso recorrido un hombre presumiblemente hebreo es asaltado y golpeado para ser luego abandonado casi muerto y a su suerte, hechos tras los cuales sucesivamente tres individuos más transitan por el lugar pudiendo cada uno de ellos percatarse del estado en el que se hallaba quien hubiera sido atacado; respecto a la actitud asumida por estos, el Maestro señaló la indolencia de los dos primeros en pasar, un sacerdote y un levita, ambos líderes religiosos de Israel y conocedores de la ley quienes siguieron de largo sin siquiera detenerse a socorrerle, en tanto que describió y resaltó el proceder benevolente del tercero de los hombres en mención quien se detuvo para asistir al caído, un varón que dada su procedencia samaritana resultaba despreciable a los judíos.  

     Con relación al pueblo samaritano, registra la historia que este surgió fruto de la fusión racial entre asirios e israelitas durante la toma del Reino del Norte de Israel por Asiría en el año 722  a.C. (Cp. II de Reyes 17:1-41), razón en virtud de la cual sus gentes eran consideradas impuras por los judíos, cuyos ancestros pertenecientes al Reino del Sur o de Judá, que fuese luego cativo a Babilonia (586 a 537 a.C. Cp. II de Reyes 24:8-17) a diferencia de los norteños, no se mezclaron racialmente con los paganos, era así que los descendientes de los sureños al viajar evitaban cruzar por la ciudad de Samaria rodeando sus contornos a fin de no verse obligados a tener contacto con sus indignos residentes (Cp. Mateo 10:5; Juan 4:4-9).

     Dadas estas circunstancias, el Maestro valiéndose del recurso retórico de la ironía hizo uso de la figura de un samaritano, el cual vil a los ojos judíos, actúo como debieron haberlo hecho los dos líderes religiosos de su pueblo que le precedieron en pasar por el camino quienes teniendo la oportunidad así como el deber moral de ayudar a su prójimo se negaron a hacerlo.

     Por medio de esta corta historia ilustrativa, Jesús intentó hacer reflexionar al intérprete de la ley, líder y representante de la religión judía, quien en la intención hipócrita de auto justificarse antes le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?”; pretendía el Señor enseñarle el significado y el alcance del amor verdadero sintetizado en el mandamiento de amar cada uno tanto a Dios como a su prójimo, el cual él muy bien sabía, mas no cumplía (Cp. Lucas 10:25-29).

     En las actitudes asumidas por los dos líderes religiosos, el sacerdote y el levita, una vez más quedó en evidencia la inconsecuencia de los de su clase, puesto que lo que sabían que debían hacer, esto justamente no hacían (Cp. Santiago 4:17). El punto conclusivo en la respuesta del Señor a su interlocutor, el intérprete de la ley, nos ofrece todo el poder de la consecuente aplicación de esta ilustración al sugerirle Él: “Ve y haz tú lo mismo” que hizo aquel samaritano al que juzgas indigno (Cp. Lucas 10:37).