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En la madrugada de ayer, como sucede cada
vez que vienen los fuertes vientos, se produjeron una serie de daños materiales
a lo largo y ancho de la ciudad, desde luego, los noticieros reseñan tales
hechos, mismos que en honor a la verdad, y no afirmo que esté bien, solemos pasar desapercibidos al no resultar
nosotros directamente afectados por el recio embate de los vientos; y es que
por supuesto, damos mayor atención a aquello que nos puede de alguna forma
perjudicar de manera personal.
No nos preocupa demasiado la caída de un
viejo árbol vencido por el ímpetu del viento, salvo, claro está que ello pueda
ocasionar lesiones a algún ciudadano, hacerle daño a sus bienes o ambas
situaciones.
Cuánto más ha de interesarnos el poder de
las ráfagas del viento cuando pueda este ocasionarnos un daño personal o afecte
nuestros bienes, pues bien, a causa de su fuerza, en la madrugada de ayer, un
gran tanque de reserva de agua vacío cayó sobre el techo del local de nuestra
congregación al desprenderse desde lo más alto del edificio de departamentos
contiguo ocasionándonos serios daños, por gracia de Dios solo materiales.
¿Cómo sucedió?, ¿por qué tal objeto,
pesado por demás, pudo ser arrastrado por el viento? No puede ser más obvia la
respuesta, no estaba tan bien fijado a su soporte como los demás tanques junto
a él.
Hemos decidido seguir al Señor, nuestras
vidas deben estar y permanecer afianzadas en su amor y en su verdad (Cp.
Efesios 3.17; Filipenses 4:1; II Tesalonicenses 2:15), de no estarlo, el
arrecio del más leve viento de las falsas doctrinas nos podría arrastrar en
perjuicio claro está de nuestra salvación, de aquí la reflexión que hoy te
invito a hacer considerando las palabras del apóstol Pablo a los efesios con relación a la madurez espiritual que ellos debían alcanzar por medio de la
Palabra de Dios:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a
los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la
fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida
de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de
todo viento de doctrina, por estratagema
de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino
que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el
cuerpo, bien concertado y unido entre sí
por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada
miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor” (Cp. Efesios 4:11-16; Cp. Lucas 6:46-49; II de Pedro
2:1-22; Hechos 20:28-30).
Qué
el viento de las falsas doctrinas, por fuerte que sea, no consiga apartarnos jamás
de la verdad.