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viernes, 27 de septiembre de 2019

VIENTO


Por:
Carlos Ardila

     En la madrugada de ayer, como sucede cada vez que vienen los fuertes vientos, se produjeron una serie de daños materiales a lo largo y ancho de la ciudad, desde luego, los noticieros reseñan tales hechos, mismos que en honor a la verdad, y no afirmo que esté bien, solemos pasar desapercibidos al no resultar nosotros directamente afectados por el recio embate de los vientos; y es que por supuesto, damos mayor atención a aquello que nos puede de alguna forma perjudicar de manera personal.

     No nos preocupa demasiado la caída de un viejo árbol vencido por el ímpetu del viento, salvo, claro está que ello pueda ocasionar lesiones a algún ciudadano, hacerle daño a sus bienes o ambas situaciones.

     Cuánto más ha de interesarnos el poder de las ráfagas del viento cuando pueda este ocasionarnos un daño personal o afecte nuestros bienes, pues bien, a causa de su fuerza, en la madrugada de ayer, un gran tanque de reserva de agua vacío cayó sobre el techo del local de nuestra congregación al desprenderse desde lo más alto del edificio de departamentos contiguo ocasionándonos serios daños, por gracia de Dios solo materiales.

     ¿Cómo sucedió?, ¿por qué tal objeto, pesado por demás, pudo ser arrastrado por el viento? No puede ser más obvia la respuesta, no estaba tan bien fijado a su soporte como los demás tanques junto a él.

     Hemos decidido seguir al Señor, nuestras vidas deben estar y permanecer afianzadas en su amor y en su verdad (Cp. Efesios 3.17; Filipenses 4:1; II Tesalonicenses 2:15), de no estarlo, el arrecio del más leve viento de las falsas doctrinas nos podría arrastrar en perjuicio claro está de nuestra salvación, de aquí la reflexión que hoy te invito a hacer considerando las palabras del apóstol Pablo a los efesios con relación a la madurez espiritual que ellos debían alcanzar por medio de la Palabra de Dios:

     “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Cp. Efesios 4:11-16; Cp. Lucas 6:46-49; II de Pedro 2:1-22; Hechos 20:28-30).

      Qué el viento de las falsas doctrinas, por fuerte que sea, no consiga apartarnos jamás de la verdad.