Por:
Consciente o inconscientemente, todos
incurrimos en algunas faltas (Cp. I de Juan 1:8-10), considerando el deber de
reunirnos para adorar al Señor como parte esencial de su voluntad (Cp. Hebreos
10:23-27), el faltar alguien constante o frecuentemente y sin razón a este
mandamiento de manera intencional o premeditada implica que:
Peca voluntariamente (Cp. Hebreos
10:25,26).
No ama a Dios por sobre todas las cosas, ya que antepone a Él sus otros intereses (Cp. Marcos 12:30; Mateo 10: 37,38).
No está buscando primeramente el Reino de
Dios y su justicia (Cp. Mateo 6:33).
Al no participar de la Cena del Señor
como está establecido (Cp. I de Corintios 11: 23-26; Hechos 20:7), pisotea al
Hijo de Dios y tiene por inmunda su sangre (Cp. Hebreos 10:29).
Se hace un tropiezo para la iglesia del
Señor debido a su mal testimonio (Cp. I de Corintios 10:32; Mateo 18:6).
Al no ofrecerle a Dios su ofrenda como Él
lo ha establecido a través de su Palabra (Cp. II de Corintios 16:1,2),
ingratamente deja de honrarle con el dinero con el cual Él le ha prosperado, a
la vez que falta también a su deber de ayudar a los demás (Cp. Proverbios 3:9;
II de Corintios 9:6-15).
En vez de darle un buen testimonio a los demás
en cuanto a la fidelidad, resulta serle a ellos un ejemplo de lo contario (Cp.
Mateo 5:14-16; Filipenses 2:15).
No educa a sus hijos en la disciplina y en
la amonestación del Señor, puesto que así como él se ausenta injustificada y
premeditadamente de las reuniones, seguramente ellos lo harán también (Cp.
Efesios 6:1-4; Josué 24:15).
Deliberadamente, se está debilitando
espiritualmente, corriendo el riesgo, además de morir olvidando así su salvación
(Cp. I de Pedro 2:2; Hebreos 2:3).
Tengamos presente que por aquellas faltas
en las que incurrimos por debilidad podemos ser perdonados por nuestro Dios
siempre que nos mostremos sinceramente arrepentidos (Cp. I de Juan 1:6-10).
Ahora, existe una falta a la cual el
apóstol Juan se refiere como al pecado de muerte, se trata de aquel que se
practica de manera deliberada, premeditada, obstinada y sin arrepentimiento y por
el cual no puede el hombre obtener el perdón de Dios (Cp. I de Juan 5:16-18;
3:8,9).
Tomando en cuenta lo anterior, si
injustificadamente te has estado ausentando de la iglesia, amorosamente hoy te animo a recapacitar e integrarte a sus reuniones para honrar al Señor y
conservar tu salvación.