Lucas
16:1-9
Es esta sin duda una de las parábolas del
Señor que plantea mayor dificultad en cuanto a su interpretación; el personaje central de ella ha
sido catalogado de diversas maneras en las varias traducciones del Nuevo
Testamento, algunas de estas son entre otras más: Disipador, infiel, deshonesto, sagaz, audaz o astuto.
El
mayordomo referido por Jesús en esta ilustración había sido acusado de disipar
los bienes de su amo, denuncia que parecía ser cierta, dado el hecho de no haber
argumentado nada este en su defensa, frente a tales circunstancias él debería rendir
cuenta de las acciones de su mayordomía la que seguramente le sería quitada al
no poder responder satisfactoriamente sobre su gestión, posibilidad ante la que
el audaz encargado decidió ganar el favor de sus consiervos.
Puesto
que como contador, función propia de su administración, el mayordomo se
encargaba de los registros de las deudas que sus consiervos contraían por
insumos con el mismo señor, él redujo sus montos dándoles a ganar algo de
dinero y luego de común acuerdo con ellos adjuntó la respectiva cuenta
adulterada a su amo quien recibiría de sus siervos aparentemente lo justo, ya que las cifras que estos le liquidarían habrían de coincidir con las
anotaciones en el libro del encargado quien se aseguró de este modo el poder
contar después con la ayuda de aquellos a los que había favorecido si acaso se destituyeran de su cargo.
Tal
audaz proceder hizo al mayordomo en cuestión objeto del elogio de su empleador, quien
sorprendido ante su astucia, le alabó, sagacidad frente a la cual en las
relaciones con los demás el Maestro igualmente reconoció observar mayor perspicacia
en quienes se desenvuelven en los negocios de este mundo que en los hijos de Dios.
Ahora,
¿al sugerirnos el Señor hacer amigos a través de las riquezas injustas, acaso
contradictoriamente nos alienta a ser deshonestos y falaces en el manejo de
nuestras relaciones interpersonales? (Cp.
Lucas 16: 9). Por supuesto que no.
A
través de esta ilustración, el Maestro enfoca el asunto de nuestra delegada función
de administradores de los bienes tanto espirituales como materiales sobre los
que hemos sido puestos por Dios (Cp. I de Corintios 4:1,2; 10:26; Salmos 24:1;
Tito 1:7; I de Pedro 4:10;). No somos desde luego por nosotros mismos merecemos
de todo cuanto Él en su gracia nos concede (Cp. Deuteronomio 8:16-18), son en tal sentido
injustas, es decir, inmerecidas nuestras riquezas, mismas que siempre hemos de
usar en función del beneficio espiritual propio y de los demás (Cp. Hechos
9:36; 10:2; III de Juan 1-8; I de Timoteo 6:17; Lucas 16:10-13).