Mateo
13:47-50
En
esta ilustración situada en el marco contextual de la parábola del trigo y la
cizaña, el Maestro refiere exactamente al mismo evento a sucederse en el tiempo
del fin, el juicio final.
Una vez más, recurriendo a imágenes y a
situaciones cotidianas en la intención de ilustrar los aspectos del reino,
Jesús emplea a manera de recurso retórico la figura de la pesca, actividad de
hecho desempeñada antes por varios de
sus discípulos en el lago de Genesaret bien conocido además como el mar de
Galilea o de Tiberias (Cp. Marcos 1:16; Lucas 5:1; Juan 6:1).
Las
redes usadas para la pesca comercial llevan algo de plomo en su parte inferior
cuyo peso les impulsa hacia el fondo y poseen flotadores de corcho arriba que
conservan sus gruesos hilos en la superficie, las denominadas barredoras eran
las típicamente usadas por los pescadores palestinos, estas una vez arrojadas al
agua cercan y capturan peces de distintos tamaños que luego son separados en la
orilla recogiéndose en cestas el buen producto y devolviéndose al mar aquel no apto
para el consumo, análogamente dijo el Maestro ha de acontecer en el fin del
siglo, es decir al final de los tiempos cuando sus ángeles enviados por Él
separarán a los buenos de los malos quienes serán desechados y arrojados al
infierno (Cp. Mateo 13:42,50; 25:41,46; Apocalipsis 20:14).
Si
bien al seguir al Señor algunos de sus adeptos fueron hechos pescadores de
hombres (Cp. Marcos 1:17), función que refiere a la evangelización a través de
la cual como una red captura peces de variados tamaños son atraídos los hombres
de diversas condiciones espirituales a la iglesia para ser enseñados y
transformados por Dios (Cp. I de Pedro 1:1,2; I de Corintios 6:9-11), esta
parábola del reino en cuanto hace a la separación del buen producto del no apto
para el consumo que representan a su vez a los buenos y a los malos no
ejemplifica la necesaria disciplina correctiva interna en la iglesia (Cp.
Mateo 18: 15-22; Romanos 16:17; I de Corintios 5:5,6; I de
Tesalonicenses 5:14; II de Tesalonicenses 3:6; I de Timoteo 5:20) puesto que
los pecados de algunas personas no saldrán a la luz sino hasta el día del
juicio final ilustrado aquí por el Maestro (Cp. I de Timoteo 5:24,25; I de
Corintios 4:5).
Conscientes
del juicio venidero, esforcémonos por la conservación de nuestra salvación,
sabiendo que finalmente la potestad de juzgar solo le concierne a nuestro Dios,
quien a su tiempo separará eternamente a los buenos de los malos recompensando
a los fieles y castigando a los infieles (Cp. Mateo 25:46; Daniel 12:2; Juan
5:28,29).