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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola de la higuera


Marcos 13:28,29 (Cp. Mateo 24:32, 33; Lucas 21:29-31)

Por:
Carlos Ardila 

     La higuera, un árbol moráceo de entre seis y nueve metros de altura, de madera blanca y de grandes hojas de alrededor de veinte centímetros de longitud, cuyo fruto es el higo comúnmente sembrado en la región de Palestina, símbolo de seguridad y prosperidad (Cp. I de Reyes 4:25; Miqueas 4:4; Zacarías 3:10) resultaba ser dadas sus características un buen indicador para el pronóstico del tiempo, puesto que el brote de su abundante follaje hacia el final de la primavera anunciaba la proximidad del verano.

     Valiéndose de la figura de la higuera, El Maestro refirió esta parábola a sus discípulos en la intención de informarles acerca de lo que habría de acontecer en el futuro cercano a su nación; así como ellos   podían predecir el término de una estación y el inicio de otra mediante la observación de los cambios en el aspecto de la higuera, podrían también advertir los hechos que se estaban sucediendo a su alrededor e indicaban el ocaso del periodo mosaico y el comienzo de la edad cristiana con su posterior avance (Cp. Jeremías 31:31-34; Hebreos 10:16,17) y entender la cercanía del juicio inminente de Dios sobre Israel, mismo que Él anticipadamente les estaba declarando y ante el cual no deberían sorprenderse.  

     El contexto dentro del cual se enmarca esta ilustración anticipa el juicio divino temporal sobre la rebelde Israel, hecho sucedido en el año setenta de nuestra era en el cual Jerusalén, la ciudad de Dios, el gozo de la tierra entera y la gloria de su pueblo (Cp. Salmos 137:4-6) fue destruida al paso del ejército romano cuyo comandante, el general Tito, hijo del emperador Vespasiano, la arrasó, habiéndola antes sitiado durante un tiempo prolongado que sería limitado o acortado por Dios en cuanto al número de los días de su duración a fin de reducir el sufrimiento de los fieles residentes allí (Cp. Mateo 24:22).

     En razón de lo anterior conviene mencionar que las señales del fin en este contexto en lugar de referir al final de los tiempos más bien indican el término del sistema legal judío después de la destrucción del templo de Herodes I el Grande localizado en la ciudad de Jerusalén del cual estaba tan orgulloso Israel mas en el que en pocos años no quedaría piedra sobre piedra según lo dijera el Señor (Cp. Marcos 13:1,2; Mateo 23:37-39; 24:1,2; Lucas 21:5).

     Ahora, si bien las señales en este contexto no indican el fin del mundo, puesto que la devastación de Jerusalén y de su templo se sucedería antes de concluir aquella generación (Cp. Marcos 13:30; Mateo 24:34; Lucas 21:32), y que obviamente no habría tenido sentido intentar huir de allí si efectivamente se tratase del día de la destrucción del globo terráqueo (Cp. Mateo 24:20; Marcos 13:14; Lucas 21:21,22), es claro que tanto el final de los tiempos como el regreso sorpresivo de nuestro Salvador son hechos que ciertamente han de acontecer y para los cuales hemos de estar preparados y recibir así de Dios el galardón (Cp. I de Tesalonicenses 5:2; II de Pedro 3:10-12; I de Juan 3:1-3).