Por:
Carlos Ardila
Baal fue el dios cananeo de la lluvia y la
fertilidad, su nombre significa amo, dueño o señor, durante los días de los
jueces y de los profetas este ídolo era adorado por el paganismo como el
principal de entre las deidades cananeas en unión de Asera, Astarté o Astarot,
la diosa ídolo de la fertilidad cuya adoración fue mencionada y condenada en el
Antiguo Testamento a partir de la muerte de Josué en el año 1210 a.C., y hasta
el reinado de Josías en el año 640 a.C. (Cp. Jueces 2:11,13; 3:7; Jeremías 7:9;
II de Reyes 23:13).
La adoración de estos dioses ídolos
constituía una grave falta en contra del único Dios verdadero quien había
ordenado a su pueblo liberado de la esclavitud egipcia, expulsar a todos los
cananeos, eliminando a la vez sus prácticas culticas una vez que tomara posesión
de la tierra prometida (Cp. Números 33:51-53).
Como corrupción característica del culto a
estas dos divinidades paganas que atrajeron, sedujeron y desviaron a los judíos, se incluían las
actividades sexuales entre los adoradores y los sacerdotes o las sacerdotisas
de dichos dioses, lo cual generalmente se hacía a la par por dinero, razón por
la que la Palabra de Dios comparó la veneración a estas deidades con la
prostitución.
Al no expulsar a los cananeos, eliminando a
sus ídolos como debían haberlo hecho en obediencia a Dios, de la forma en la cual su culto
saturado de sensualidad, promiscuidad y prostitución, atrajo, sedujo y desvió al pueblo del Señor llevándole
incluso a la idolatría (Cp. Jueces 2:11-13), hoy, de no cortar nosotros toda
relación con la contaminación del mundo a nuestro alrededor, podríamos ser
también atraídos, seducidos y desviados.
Permanezcamos leales a nuestro Dios, rompamos
de manera radical con los baales actuales que debamos eliminar en obediencia a
su Palabra y en lugar de admirar e imitar a las personalidades destacadas o
famosas que promueven la inmoralidad, siendo elevadas por el mundo a la
categoría de ídolos o dioses, adoremos e imitemos solo el ejemplo del Señor y
de sus siervos y rompamos con todo aquello mundano que nos pueda atraer,
seducir y desviar (Cp. I de Juan 2:15-17).