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Hace algunos años fui invitado a predicar
la Palabra de Dios en una de las congregaciones amigas de la Provincia de
Buenos Aires y después de haber viajado en tren durante varias horas finalmente mi esposa y yo estuvimos en el
hogar del ministro local quien amablemente nos instaló en una cómoda
habitación, luego, reunidos con su familia departimos amenamente recordando
otros tiempos y lugares en los que habíamos compartido el ministerio, cenamos y
nos retiramos a dormir.
Al día siguiente muy temprano desayunamos
e instantes antes de salir para la reunión matutina de la iglesia le dije a
nuestro anfitrión:
— Sabes hermano, ahora
sabré exactamente lo que se siente estar en tus zapatos —
— ¡Oh si! exclamó él, ¿es decir que podrás
entender mejor las difíciles circunstancias por las que atravieso? —
— No en realidad le
respondí —
— ¿Entonces de qué hablas?, me preguntó él un
poco desconcertado —
— Bien le dije, verás
sabré lo que se siente estar en tus zapatos puesto que he olvidado traer los
míos y necesitaré un par de los tuyos — Había viajado yo informalmente
ataviado y al vestirme formalmente con traje y corbata aquella mañana noté que
no había empacado mis zapatos.
¿Te has puesto tú en los zapatos del otro?,
es decir en el lugar de los demás para tratar de entender sus circunstancias o
sus razones?, medita tan sólo por un instante, ¿sueles ser tú muy duro al
juzgar a tu prójimo?, y en cuanto a ti mismo, ¿acostumbras ser muy suave y
considerado al juzgar tus propias actuaciones?, ¿tiendes siempre a justificarte
diciéndote que no son tan graves tus faltas como sí lo son éstas mismas en otras
personas más?
La Palabra de Dios dice: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna
falta, vosotros que sois
espirituales, restauradle con espíritu
de mansedumbre, considerándote a ti
mismo, no sea que tú también seas
tentado” (Cp. Gálatas 6:1).
Las circunstancias, las debilidades y las
tentaciones de los demás son generalmente muy parecidas a las nuestras e
inclusive eventualmente las mismas, siendo que en la vida hemos enfrentado y aún
encararemos circunstancias, debilidades y tentaciones similares a las de otras
personas más, ¿no deberíamos tratar de entenderlas mejor en lugar de
criticarlas, juzgarlas y condenarlas? Fue así como lo hizo el Señor, Él se puso
en nuestro lugar exponiéndose a las mismas tentaciones que nosotros enfrentamos
a diario pero sin relación con el pecado, sí, Él se calzó nuestros zapatos y
puede entendernos mejor que nadie más y está siempre dispuesto a ayudarnos (Cp.
Hebreos 2:14-16).
Seamos más comprensivos, más compasivos y
más solidarios con los demás conscientes de que Dios mucho nos ha perdonado
(Cp. Lucas 7:40-43) y conforme a su voluntad entendamos el sentido de sus
Palabras al decirnos: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no
hiciere misericordia; y la misericordia
triunfa sobre el juicio” (Cp. Santiago 2:13).