Mateo
12:43-45 (Cp. Lucas 12:43-45)
A
raíz de la liberación de un endemoniado ciego y mudo sanado por Jesús, en tanto
que la mayoría de la gente se admiraba preguntándose si sería Él el Hijo de
David, es decir, el Mesías, los fariseos le acusaron de haber expulsado a aquel
demonio por el poder de Beelzebú o el jefe del mundo demoniaco, uno más de los
nombres dados a Satanás, imputación tal que desde luego suscitó la indignación
del Maestro quien duramente les respondió ofreciéndoles luego esta parábola.
Si bien la posesión demoniaca fue un
fenómeno espiritual real en los días del Señor e incluso se observó durante algunos
años más dado que Él no tomó contacto con todos quienes estuvieron poseídos ni
lo hicieron sus apóstoles ni el resto de sus discípulos facultados por Dios con
el poder para liberarlos (Cp. Lucas 10:17-20; Hechos 16:16-18), había sido
profetizado que a partir de aquel tiempo el espíritu de inmundicia sería cortado
de la tierra (Cp. Zacarías 13:1,2) puesto que el poder de Satanás sería limitado por el Hijo de Dios
quien le ató (Cp. Mateo 12:28,29; Apocalipsis 20:1,2) y despojando a las
legiones del mal (Cp. Colosenses 2:15) concedió libertad mediante su Espíritu a quienes le recibieron (Cp. II de Corintios
3:17).
En
este contexto, en particular, bien pueden ser notadas las airadas palabras del
Maestro al referirse a los perversos corazones de algunas de las personas de
aquella generación, en especial los de los líderes religiosos de su tiempo (Cp.
Mateo 12:33-42), enfatizando sobre ellas de allí en más a través de esta
ilustración, que solo en unas mentes así de malvadas podía entrar Satanás, haciendo
a tales individuos semejantes a los
endemoniados de su época en su manera de pensar, actuar y hablar.
Según lo creían los judíos, cuando un demonio
poseía a alguien salía temporalmente de este, vagaba por lugares desérticos e
iba luego en busca de otro cuerpo humano dentro del cual hacer su nueva morada, mas no siempre hallándola (Cp. Mateo
4:1; 12:43) decidía regresar al individuo del que había salido, al que de
encontrar en un estado espiritual propicio, es decir, con un corazón todavía proclive al mal, entraría otra vez trayendo
consigo a otros siete peores que él mismo haciendo de la condición final de tal
persona más lamentable aún que la primera.
De la anterior manera habría de acontecer
con aquella generación, según lo expresara el Señor (Cp. Mateo 12:45) quien
asemejó las vacías vidas espirituales de algunos de los líderes religiosos de
su época y las de otras personas más a casas que, antes habitadas por un demonio
que por algún tiempo les había dejado, se encontraban entonces en un sentido
irónico desocupadas, bien barridas y ordenadas, implicando con ello que dada su
maldad se hallaban predispuestas para ser poseídas otra vez por las huestes de
Satán
Se
deduce de las palabras de Jesús en esta ilustración que solo un corazón cerrado
a la aceptación de su Deidad y fuera de comunión con Él estará vacío y expuesto
a la acción espiritual de Satanás, quien en esta era más que poseer los cuerpos
de las personas intenta gobernar sus mentes (Cp. Santiago 1:12-15; Efesios
4:17-32; Colosenses 3:5-17; Mateo 15:19; Proverbios 4:23).
Del mismo modo en el cual un demonio que
había salido de alguien volvería acompañándose de siete peores que él para entrar de nuevo en este, la reiterada actitud blasfema de los
acusadores de Jesús, quienes insistían en que Él expulsaba a los demonios por el
poder de Beelzebú (Cp. Mateo 12:24) haría siete veces peor su situación espiritual.
Cabe señalar que el uso del número siete
simbólico de la perfección de Dios así como de la de algunas cosas y acciones (Cp.
Apocalipsis 1:4; Lucas 17:4), paradójicamente aquí refiere a lo contrario
indicando el control total que Satanás tendría sobre las mentes de los
acusadores de Jesús.
Siendo nuestras mentes similares a
espacios por llenar, en lugar de darle cabida a la acción de Satanás, quien
intenta tomar el control de ellas (Cp. I de Pedro 5:8; Gálatas 5:16-25; Efesios
4:26,27), llenémoslas del poder e influencia de Dios (Cp. Colosenses 3:16,17) haciendo de nuestro ser
integral un templo santo para Él (Cp. Romanos 12:1,2; I de Corintios 6:19).