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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola del espíritu inmundo que vuelve


Mateo 12:43-45 (Cp. Lucas 12:43-45)

Por:
Carlos Ardila

     A raíz de la liberación de un endemoniado ciego y mudo sanado por Jesús, en tanto que la mayoría de la gente se admiraba preguntándose si sería Él el Hijo de David, es decir, el Mesías, los fariseos le acusaron de haber expulsado a aquel demonio por el poder de Beelzebú o el jefe del mundo demoniaco, uno más de los nombres dados a Satanás, imputación tal que desde luego suscitó la indignación del Maestro quien duramente les respondió ofreciéndoles luego esta parábola.      

     Si bien la posesión demoniaca fue un fenómeno espiritual real en los días del Señor e incluso se observó durante algunos años más dado que Él no tomó contacto con todos quienes estuvieron poseídos ni lo hicieron sus apóstoles ni el resto de sus discípulos facultados por Dios con el poder para liberarlos (Cp. Lucas 10:17-20; Hechos 16:16-18), había sido profetizado que a partir de aquel tiempo el espíritu de inmundicia sería cortado de la tierra (Cp. Zacarías 13:1,2) puesto que el poder de Satanás sería limitado por el Hijo de Dios quien le ató (Cp. Mateo 12:28,29; Apocalipsis 20:1,2) y despojando a las legiones del mal (Cp. Colosenses 2:15) concedió libertad mediante su Espíritu a  quienes le recibieron (Cp. II de Corintios 3:17).

     En este contexto, en particular, bien pueden ser notadas las airadas palabras del Maestro al referirse a los perversos corazones de algunas de las personas de aquella generación, en especial los de los líderes religiosos de su tiempo (Cp. Mateo 12:33-42), enfatizando sobre ellas de allí en más a través de esta ilustración, que solo en unas mentes así de malvadas podía entrar Satanás, haciendo a tales individuos semejantes a los endemoniados de su época en su manera de pensar, actuar y hablar.  

     Según lo creían los judíos, cuando un demonio poseía a alguien salía temporalmente de este, vagaba por lugares desérticos e iba luego en busca de otro cuerpo humano dentro del cual hacer su nueva morada, mas no siempre hallándola (Cp. Mateo 4:1; 12:43) decidía regresar al individuo del que había salido, al que de encontrar en un estado espiritual propicio, es decir, con un corazón todavía proclive al mal, entraría otra vez trayendo consigo a otros siete peores que él mismo haciendo de la condición final de tal persona más lamentable aún que la primera.

     De la anterior manera habría de acontecer con aquella generación, según lo expresara el Señor (Cp. Mateo 12:45) quien asemejó las vacías vidas espirituales de algunos de los líderes religiosos de su época y las de otras personas más a casas que, antes habitadas por un demonio que por algún tiempo les había dejado, se encontraban entonces en un sentido irónico desocupadas, bien barridas y ordenadas, implicando con ello que dada su maldad se hallaban predispuestas para ser poseídas otra vez por las huestes de Satán

     Se deduce de las palabras de Jesús en esta ilustración que solo un corazón cerrado a la aceptación de su Deidad y fuera de comunión con Él estará vacío y expuesto a la acción espiritual de Satanás, quien en esta era más que poseer los cuerpos de las personas intenta gobernar sus mentes (Cp. Santiago 1:12-15; Efesios 4:17-32; Colosenses 3:5-17; Mateo 15:19; Proverbios 4:23).

     Del mismo modo en el cual un demonio que había salido de alguien volvería acompañándose de siete peores que él para entrar de nuevo en este, la reiterada actitud blasfema de los acusadores de Jesús, quienes insistían en que Él expulsaba a los demonios por el poder de Beelzebú (Cp. Mateo 12:24) haría siete veces peor su situación espiritual.  Cabe señalar que el uso del número siete simbólico de la perfección de Dios así como de la de algunas cosas y acciones (Cp. Apocalipsis 1:4; Lucas 17:4), paradójicamente aquí refiere a lo contrario indicando el control total que Satanás tendría sobre las mentes de los acusadores de Jesús. 

     Siendo nuestras mentes similares a espacios por llenar, en lugar de darle cabida a la acción de Satanás, quien intenta tomar el control de ellas (Cp. I de Pedro 5:8; Gálatas 5:16-25; Efesios 4:26,27), llenémoslas del poder e influencia de Dios (Cp. Colosenses 3:16,17) haciendo de nuestro ser integral un templo santo para Él (Cp. Romanos 12:1,2; I de Corintios 6:19).