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viernes, 27 de septiembre de 2019

SEÑALES Y ADVERTENCIAS


Por:
Carlos Ardila

     Atención, ¡cuidado con el perro!, ¡cerca electrificada, ¡curva peligrosa!, ¡precaución!, advierte el GPS: ¡está usted entrando en zona peligrosa!, entre otras varias señales y advertencias más que encontramos en nuestro camino, bien sea al transitar a pie o al conducir uno u otro medio de transporte, nos indican la existencia y la proximidad de ciertos peligros que desde luego, siendo avisados, prudentemente procuraremos evitar.

     Habiendo sido enseñados acerca del peligro y como evitarlo para la preservación de nuestra integridad física e incluso de nuestra vida, a diario y de manera automática por la práctica continua realizamos acciones evasivas que nos mantienen a salvo de los muchos peligros de accidente, bien sea en casa o fuera de ella; esto solemos hacer ante la presencia e inminencia de los riesgos físicos visibles que pudieran afectarnos en el aspecto material, pero ¿qué de aquellos riesgos espirituales que no son perceptibles a nuestros sentidos naturales que no podemos ver ni escuchar y que a modo de suaves y atractivas tentaciones pueden ocasionarnos un daño interior?, ¿cómo prevenirlos y evitarlos?

     Del mismo modo en el cual nos hemos educado para atender a las señales y advertencias que nos indican prudencia a fin de evitar un determinado peligro o daño material en nuestro camino, bien haríamos en estar siempre atentos a aquellas señales y advertencias que a través de la voz de nuestra consciencia guiada por Dios nos señalan la existencia y la proximidad de los riesgos espirituales que pueden afectarnos.

    Por supuesto, alguna que otra vez, sea por terquedad o desconcentración, alguien puede ignorar las señales o advertencias que le previenen de un determinado peligro, sufriendo las consecuencias de su desobediencia o distracción.

     Ahora, en cuanto a la voz de la consciencia por medio de la cual Dios nos habla, indicándonos un alto en el camino ante el peligro de la tentación, ¿solemos escuchar su voz o más bien oímos la voz de nuestros propios deseos carnales?, ¿por rebeldía, terquedad, debilidad o desconcentración caemos en el peligro del que somos advertidos por Él?

     La Palabra de nuestro Dios dice:

     “El avisado ve el mal y se esconde;
 Mas los simples pasan y reciben el daño” (Cp. Proverbios 22:3).

     “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
     Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.
     Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:12-15).

     Siendo conscientes de los riesgos espirituales que a diario nos acechan y ponen en riesgo nuestra vida eterna, estemos siempre atentos a las señales y advertencias que el Señor a través de su Palabra y de la voz de nuestra consciencia formada en Él, nos indican la existencia y proximidad de dichos peligros, y sensatamente apartémonos de ellos.

     Una vez más, la Palabra de nuestro Dios dice:

     “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.
     Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.  Pecadores, limpiad las manos; y vosotros, los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Cp. Santiago 4:7).