Por:
“Vuestra gentileza sea conocida de todos
los hombres. El Señor está cerca” (Cp.
Filipenses 4:5).
La excelencia es hoy el lema en las
instituciones comerciales que buscan fidelizar a sus clientes y ante la
posibilidad de perderlos dada la gran cantidad de los muy buenos servicios
ofrecidos en los mismos rubros por sus competidores, ellas se esmeran en dar
cada día, no solo los mejores precios sino además una mucho mejor y más amable
atención a sus usuarios.
¿Qué tal si decidimos hacernos excelentes
en el tratamiento que le damos a quienes interactúan con nosotros? Las
relaciones comerciales, sociales, familiares, fraternales e interpersonales en
general que sostenemos con otras personas más tienden a desmejorar cada vez que
el tratamiento mutuo que nos damos decae o se hace ordinario o descuidado,
luego sin examinarnos a nosotros mismos pensamos y nos preguntamos ¿qué fue lo
que hizo cambiar tan negativamente a los demás?
Tengamos presente que al relacionarnos
socialmente con otras personas, generalmente todos respondemos de acuerdo al
tratamiento que se nos da; sin embargo, como hijos de Dios siempre debemos responder
amable, respetuosa y pacíficamente a los demás aunque la forma en la cual ellos
nos traten no sea la adecuada (Cp. Mateo 5:5,9).
Al actuar de un modo equivocado o al
hablarle a alguien descortés o agresivamente, algunas personas acostumbran
justificarse a sí mismas en sus variantes estados de ánimo, así suelen decir
cosas tales como: estaba en medio de una crisis familiar, me dolía la cabeza, me
sentía estresado entre otros justificativos más; sin embargo, antes de actuar o
de hablar desconsideradamente, ¿piensan estas en que los demás no son
responsables de lo que a ellas les sucede?
La excelencia definida por sobre lo burdo
u ordinario indica la superioridad que en calidad algo o alguien posee haciendo
de ese algo o de ese alguien digno gran de estima o valor.
Procuremos reproducir en nosotros la
excelencia del carácter cristiano, seamos excelentes en el tratamiento que le
damos a los demás y trátanosles como esperamos que nos traten ellos a nosotros,
la Palabra de Dios dice:
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Cp.
Mateo 7:12).