Por
Sucedió así de repente, él se veía muy bien,
radiante de alegría, recién habíamos estado celebrando su cumpleaños, en breve
reiniciaría sus estudios, pronto terminaría su carrera, tenía planes de casarse
pronto, daría nietos a sus padres quienes estaban tan contentos y orgullosos de
su hijo excepto por su indiferencia con relación a Dios de quien se había
distanciado pese a haber sido educado por ellos en valores cristianos, era tan
joven, tan buen chico, ya tendría tiempo después para Dios, puesto que él, consciente de que solo se vive una vez y de que la vida es solo una ¡y hay qué
disfrutarla!, de buena intención había dado lugar a otras prioridades primero: construir su futuro, obtener la mejor
educación, formar su propia familia y divertirse un poco… ¿Por qué?, ¿por qué?, en fin, fue a eso de
las nueve de la mañana, no hubo nada que hacer, había llegado su hora.
Sí, había llegado su hora… el tiempo de
partir, no hubo nada que hacer y así mismo nos ha de suceder en un día y en una
hora determinada de nuestras vidas y no habrá nada que podamos hacer, ya que así
de repente invariablemente nos hemos de ir de este mundo también (Cp. Eclesiastés
3:2; Hechos 17:26,27; Hebreos 9:27).
Recuerdo los varios viajes que a lo largo
de mi vida he podido realizar, la emoción previa a la aventura, la expectativa
de lo por venir al ir a vivir en países diferentes al mío y las preguntas
previas que antes de viajar para radicarnos en el extranjero seguro todos nos solemos hacer: ¿qué ha de sucederme allí?, ¿podré adaptarme a
mis nuevas circunstancias y a la cultura del lugar?, y desde luego la
preparación del viaje y la realización del trámite migratorio alistando todos mis documentos para poder ser admitido
en mi nuevo lugar de residencia.
Seguramente tú mismo has hecho algunos
viajes a lo largo de tu vida eligiendo previamente el lugar al que querías ir,
más seguro aún es que tanto tú como yo haremos un último viaje con solo dos
posibles destinos, uno en la presencia eterna del Señor y otro más en ausencia
de Él, ¿a qué destino has elegido ir?, ¿estarás tú por siempre con Dios o
eternamente separado de Él?
Sucederá así de repente, en un día y en una
hora determinada de tu vida habrá llegado el tiempo establecido para tu
partida, ¿has estado preparando anticipadamente tu viaje?, ¿acredita la documentación de tu vida que le has sido
obediente a Dios como para que te admita en el cielo?
Démosle siempre el primer lugar al Señor en
nuestras vidas y sin distracciones vivamos de una forma tal que llegada la hora
de nuestro viaje final, uno sea el único destino al que podamos llegar, la
presencia eterna de nuestro Dios (Cp. Apocalipsis 21:7,8, 27).