Lucas
15.8-10
Por:
Carlos Ardila
De camino hacia la ciudad de Jerusalén,
Jesús refirió a sus oyentes esta ilustración (Cp. Lucas 13:33), en ella una
moneda extraviada de las diez que poseía una mujer y la cual nos representa a
cada uno de nosotros constituye la figura a través de la cual el Maestro
ejemplificó su visión respecto al valor del arrepentimiento.
La moneda en cuestión, una dracma griega
de plata equivalente a un denario romano cuyo valor al tiempo presente en
occidente oscila entre los dieciséis y los veinte centavos de dólar, monto igual
entonces al costo de una oveja, a la quinta parte del precio de un buey o correspondiente
al salario de un día de trabajo de un obrero no representaba realmente una gran
posesión; sin embargo, el esfuerzo e interés de su dueña en procura de hallarla
luego de haberla perdido refleja la importancia de su estimación sentimental y
la pena que para ella debió significar su extravío mucho más allá de su valoración
material.
Probablemente dicha moneda hacía parte de
su dote, es decir, de los bienes materiales que las doncellas aportaban a la
sociedad conyugal que les debían ser devueltos si acaso su vínculo matrimonial se disolviera, de acuerdo a las
costumbres judías esta solía ser provista por los padres de las novias quienes
recibían además otra especial de sus novios lo cual añadía un sentimiento mayor
de aprecio de ellas por esta posesión que aquí, dada su escasa cuantía permite
deducir que se trataba de una mujer de no muchos recursos económicos.
Ahora, una posibilidad más en consonancia
con las tradiciones judías de la época sugiere que la moneda extraviada pudo
haber formado parte del collar ornamental de diez dracmas unidas a través de un
cordel usado por las mujeres casadas, cuyo significado se asemeja al de las
argollas matrimoniales de hoy.
Cualquier haya sido el caso, luego de habérsele
cuidadosamente buscado, la moneda extraviada fue hallada, hecho que resultó
tanto en el gozo de su dueña como en el regocijo de sus amigas y vecinas.
Mediante esta ilustración, Jesús
representado el amor de Dios en el aprecio de la mujer por el bien sentimental
transitoriamente perdido y en su afán por encontrarlo, reflexionó con sus
oyentes acerca del valor que Él nos atribuye y de su esfuerzo constante por
recuperarnos cuando temporalmente nos pierde a causa del pecado; tal cual fue grande el gozo de la mujer, de
sus amigas y vecinas al recuperar esta la posesión extraviada, grande es el
gozo de Dios y de sus ángeles en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Cp.
Lucas 15:7; Mateo 18:11).