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viernes, 27 de septiembre de 2019

Parábola de la moneda perdida


Lucas 15.8-10

Por:
Carlos Ardila
  
     De camino hacia la ciudad de Jerusalén, Jesús refirió a sus oyentes esta ilustración (Cp. Lucas 13:33), en ella una moneda extraviada de las diez que poseía una mujer y la cual nos representa a cada uno de nosotros constituye la figura a través de la cual el Maestro ejemplificó su visión respecto al valor del arrepentimiento.

     La moneda en cuestión, una dracma griega de plata equivalente a un denario romano cuyo valor al tiempo presente en occidente oscila entre los dieciséis y los veinte centavos de dólar, monto igual entonces al costo de una oveja, a la quinta parte del precio de un buey o correspondiente al salario de un día de trabajo de un obrero no representaba realmente una gran posesión; sin embargo, el esfuerzo e interés de su dueña en procura de hallarla luego de haberla perdido refleja la importancia de su estimación sentimental y la pena que para ella debió significar su extravío mucho más allá de su valoración material.

     Probablemente dicha moneda hacía parte de su dote, es decir, de los bienes materiales que las doncellas aportaban a la sociedad conyugal que les debían ser devueltos si acaso su vínculo matrimonial se disolviera, de acuerdo a las costumbres judías esta solía ser provista por los padres de las novias quienes recibían además otra especial de sus novios lo cual añadía un sentimiento mayor de aprecio de ellas por esta posesión que aquí, dada su escasa cuantía permite deducir que se trataba de una mujer de no muchos recursos económicos.

     Ahora, una posibilidad más en consonancia con las tradiciones judías de la época sugiere que la moneda extraviada pudo haber formado parte del collar ornamental de diez dracmas unidas a través de un cordel usado por las mujeres casadas, cuyo significado se asemeja al de las argollas matrimoniales de hoy.

     Cualquier haya sido el caso, luego de habérsele cuidadosamente buscado, la moneda extraviada fue hallada, hecho que resultó tanto en el gozo de su dueña como en el regocijo de sus amigas y vecinas. 

     Mediante esta ilustración, Jesús representado el amor de Dios en el aprecio de la mujer por el bien sentimental transitoriamente perdido y en su afán por encontrarlo, reflexionó con sus oyentes acerca del valor que Él nos atribuye y de su esfuerzo constante por recuperarnos cuando temporalmente nos pierde a causa del pecado; tal cual fue grande el gozo de la mujer, de sus amigas y vecinas al recuperar esta la posesión extraviada, grande es el gozo de Dios y de sus ángeles en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Cp. Lucas 15:7; Mateo 18:11).

Parábolas de la construcción de la torre y el rey que marcha a la guerra


Lucas 14:28-33

Por:
Carlos Ardila

     Gran cantidad de personas seguían al Señor, este observándolas decidió señalarles el precio de seguirle al decirles que para poder ser sus discípulos, ellas debían tenerle a Él en el primer lugar de sus prioridades, aborreciendo cada una a su familia e incluso a sí mismas, implicando con el hebraísmo o el modismo aborrecer no realmente un desprecio literal por sus parientes y por sus propias existencias, sino que deberían amarles menos a ellos y cada quien a su vida de lo que le habrían de amar a Él (Cp. Lucas 14:25-27; Mateo 12: 47-50) comprometiéndose a llevar su cruz, es decir, identificándose plenamente con su causa redentora y asumiendo las responsabilidades de su decisión de servirle (Gálatas 2:20), cuestión que luego les ilustró por medio de esta parábola.
  
     A través de estas palabras, Jesús planteó a sus oyentes y a nosotros hoy por extensión una muy obvia previsión, la de calcular cada quien el costo material antes de comenzar a levantar una construcción, anticipando si dispondrá o no de los recursos necesarios para terminarla sin exponerse a la burla de los demás si acaso nos los tuviera a su disposición.

     Del mismo modo, razonable y previsivo, ejemplificó, habría de hacer todo rey negociando previamente condiciones de paz con prudencia al saber que vendría en su contra otro respaldado por un ejército numéricamente superior y frente al cual no tendría posibilidad de triunfar.

     Una vez leídas estas dos ilustraciones del Maestro, todo aquel que desee ser su discípulo anticipadamente ha de considerar si posee o no en sus haberes el caudal del valor y la firmeza de carácter para sostener en el tiempo su decisión de seguirle, dándole siempre el sitial de honor (Cp. Colosenses 1:18) prosiguiendo hasta el fin sin detenerse ante las dificultades que le supondrá edificar su vida en Dios (Cp. Lucas 6:46-49).   

     Siendo que nuestra paz espiritual depende de rendirnos ante el Rey, en lugar de enfrentarnos a Él, reconociendo su soberanía aceptemos humildemente sus términos pactando con Él hacer su voluntad (Cp. Juan 15:14; 16:33; I de Timoteo 6:13-16; Apocalipsis 17:14).


Parábola de los convidados a las bodas


Lucas 14:7-11

Por:
Carlos Ardila

     El Señor había sido invitado a comer en casa de uno de los principales dirigentes de Israel, quien era además miembro de la secta de los fariseos (Cp. Lucas 14:1,2), al observar como algunos de los asistentes escogían los lugares de privilegio en la mesa, Él les refirió esta parábola.

      A la usanza grecorromana los judíos adinerados de la época de Jesús solían comer reclinados, casi acostados junto a largas mesas muy bajas y en forma de U que facilitaban a los sirvientes poner sobre ellas los alimentos; en ocasiones especiales como la aquí referida, ellos hacían uso de una escala de honor basada en la dignidad y en la posición social que ocupaban las personas dentro de su comunidad para asignar el lugar que cada comensal tendría en la disposición de la mesa, cuando alguien por error o pretensión elegía posicionarse en un espacio que no se correspondía con su nivel seguro se exponía a la vergüenza pública que le significaría el ser retirado de aquella ubicación para situar en ella a la personalidad para la cual esta había sido originalmente reservada. 

     Mediante esta ilustración, el Maestro nos ofrece la correcta visión que respecto al honor debemos procurar (Cp. Romanos 12:10; 13:7; Filipenses 2:3) considerando que la auto exaltación personal, así como el deseo de ocupar la posición que no nos corresponde dentro de una determinada colectividad, son las características propias de la imprudencia y la necedad (Cp. Proverbios 25:6,7).

     Al servir al Señor, en lugar de pretenciosamente esperar ser reconocidos, elogiados y posicionados en los primeros lugares de nuestra congregación, siguiendo el ejemplo y el consejo de nuestro Salvador, procuremos ser humildes servidores de los demás, para que luego sea Él quien nos exalte (Cp. Mateo 20:20-28; 23:11,12; Santiago 4:10; I de Pedro 5:6), no sea que intentando exaltarnos terminamos siendo humillados (Cp. Proverbios 16:18).


Parábola de la puerta estrecha


Lucas 13:24-30

Por:
Carlos Ardila

     Según el registro de Lucas, yendo hacia Jerusalén cruzaba Jesús por ciudades y aldeas enseñando la Palabra de Dios, mientras iba de camino, alguien le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Cp. Lucas 13:23).

     Entonces e incluso en ciertos casos aún hoy, los judíos pensaban que el ser salvos era solo posible para algunos de los de su propia nación, a través de esta ilustración y en respuesta a la pregunta que le fuera planteada el Maestro ofreció a su audiencia la visión correcta respecto al asunto de la salvación haciéndoles ver que esta no se da fruto del nacimiento incidental dentro de los límites territoriales de un determinado país, sino que a fin de alcanzarla, a todas las personas en general, independientemente de cuál sea su nacionalidad, les es preciso hacer un constante esfuerzo personal.  

     En referencia a la salvación posteriormente el apóstol Pablo explicó a los romanos que esta sin excepción está al alcance de todos los que en obediencia la procuren, puesto que existe un Israel espiritual al que pertenecemos tanto los nacidos en el territorio físico de esa nación como los que hemos sido dados a luz en otros diferentes lugares, quienes por adopción somos hijos de Dios al descender también espiritualmente de Abraham cuya descendencia en Isaac fue multiplicada (Cp. Romanos 9:6-9; I de Pedro 2:9,10).

     He aquí ahora las figuras empleadas en esta parábola y su significado, la puerta representa al Señor   a través del cual en obediencia deben los hombres entrar al reino de los cielos (Cp. Juan 10:9; 14:6), es justamente su estrechez la que ilustra el esfuerzo y la constante dedicación que demanda seguirle a Él, quien también es a su vez el padre de familia, ante el que los que no le aceptaron tratarán de justificarse en el tiempo del fin (Cp. Lucas 13:26), ellos son los hacedores de maldad que excluidos de la presencia de Dios irán al castigo eterno (Cp. Mateo 7:21-23) puesto que pese a ser judíos desecharon al Mesías (Cp. Hechos 4:12; I de Timoteo 2:5).  

     Finalmente, Abraham, Isaac, Jacob y los profetas, a los cuales aquellos que rehusaron recibir al Señor, verán a distancia en el reino de los cielos, estando ellos por su incredulidad, excluidos por siempre, ejemplifican al Israel espiritual compuesto por los judíos que si aceptaron a Jesús y por los gentiles o extranjeros que por adopción hemos sido hechos hijos de Dios (Cp. Romanos 9:6-9; Juan 1:12; Efesios 2: 11-22; I de Pedro 2:9,10) viniendo del oriente y del occidente, del norte y del sur, es decir, desde todos confines de la tierra para sentarnos a la mesa en el reino de Dios, o dicho de otro modo, a disfrutar de nuestra eterna salvación.  


Parábola de la higuera estéril


Lucas 13:6-9

Por:
Carlos Ardila

     Justo antes de estas palabras le había sido referido al Señor lo acontecido con algunos galileos asesinados por Pilato quien después de haberles dado muerte mezcló la sangre de estos con la de sus propios sacrificios (Cp. Lucas 13:1); puesto que los judíos pensaban que los hechos catastróficos sucedidos a los hombres eran consecuencia directa de sus pecados, Jesús consciente del error de su visión acerca de tales eventos y en la intención de instruirles preguntó a sus interlocutores:
 
     “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?” Interrogante a la que Él mismo enfáticamente respondió que no refiriéndose luego a otro hecho fortuito en el cual dieciocho personas murieron al caer sobre ellas la torre de Siloé e inquiriéndoles de nuevo: “¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?”, inquietud a la que así mismo una vez más el Maestro con un categórico no contestó sentenciando a continuación: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Cp. Lucas 13:2-5).

     Al esclarecer a quienes dialogaban con Él que lo acontecido a estos varones galileos a quienes Pilato asesinó y que la desgracia sucedida a los dieciocho individuos sobre los cuales cayó una de las torres de la muralla en Siloé fueron hechos lamentables e incidentales sin conexión con los pecados de ellos, el Señor intentó hacerles reflexionar respecto al arrepentimiento que nos urge a todos los hombres.  

     La higuera, un árbol comúnmente sembrado en la región de Palestina solía ser simbólicamente relacionado tanto con la paz como con la prosperidad material, en su ilustración el Señor hace alusión a una higuera aparentemente estéril; el dueño de la viña en la que esta se encontraba había estado viniendo durante tres años consecutivos para ver si obtenía fruto de ella sin hallarlo, razón por la cual deseaba cortarla, puesto que inutilizaba el terreno sobre el que estaba plantada, ante estas circunstancias, el viñador pidió a su señor que le permitiese cuidarla durante un año más a fin de poder obtener fruto de ella, de no suceder lo esperado, la higuera sería entonces cortada. 

     En la situación planteada por Jesús, el dueño de la viña representa a Dios en tanto que el viñador metafóricamente refiere a los profetas y demás siervos que antes y después de la venida del Señor sirvieron al pueblo de Israel ejemplificado sin fruto espiritual a través de higuera, los tres años esperados por el dueño de la viña para obtener beneficio de ella simbólicamente refieren al pasado infructuoso de la nación israelí y el año adicional, no literal sino figurado durante el que la higuera sería cuidada por el viñador con la esperanza de cosechar algo de esta indica el periodo improductivo que transcurriría aún antes de sucederse el corte o la devastación total de la ciudad de Jerusalén acontecida en el año setenta de nuestra era, tiempo en el cual fue destruida a manos romanas bajo el liderazgo militar del general Tito, hijo del emperador Vespasiano.

     Sí bien el juicio temporal de Dios sobre la Jerusalén espiritualmente estéril ha sido ya cumplido, continúa siempre en vigencia la exhortación del Señor respecto al arrepentimiento que nos urge, (Cp. Hechos 17:30; II de Pedro 3:9-12; Mateo 3:8).

     Siendo que por la gracia de nuestro paciente Dios transcurre aún un año más de nuestras vidas, bien haremos en pensar si quizás sea este el último del que dispongamos para enmendar nuestro camino.  


Parábola del siervo vigilante


Lucas 12:35-40

Por:
Carlos Ardila


     Antes de dar inicio a una determinada labor o de recorrer caminando largos trayectos, los judíos acostumbraban ceñir o fajar sus lomos, acción consistente en ajustar fuertemente sus ropas alrededor de la parte central e inferior de sus espaldas, justo en la cintura; como expresión, ceñirse   implicaba vestirse o alistarse para llevar a cabo alguna tarea material (Cp. Juan 21:7,18; Lucas 17:8; Efesios 6:14).

     A través del uso figurado de las lámparas que conforme a la costumbre debían estar siempre encendidas durante todo el transcurso de la noche (Cp. Mateo 25:1-13), Jesús exhortó a sus discípulos a permanecer alertas en un estado de vigilia constante a la espera de su futuro regreso, mismo respecto del cual nunca precisó el momento exacto, indicando que este suceso se dará de un modo repentino, tal cual la forma sorpresiva en la que se presenta el ladrón para despojar a alguien de sus bienes (Cp. Lucas 12:39,40).

     Debido al largo tiempo que solían tardar las celebraciones nupciales, los siervos de quien fuese a participar de este evento debían estar preparados para esperarle por un lapso prolongado e incluso hasta bien de madrugada.

    Ahora, ¿qué quiso significar el Maestro al decir a sus discípulos? “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles (Cp. Lucas 12: 37). Mediante estas palabras, Jesús se refirió a las futuras bendiciones espirituales que los fieles hemos de disfrutar en su reino eterno después de su regreso, ya que si bien durante el periodo restante para su venida, los miembros de su iglesia, la esposa del cordero (Cp. II de Corintios 11:2; Efesios 5:25-27; Apocalipsis 19:7-9) le servimos, figuradamente en esta ilustración implicó que al ser Él en la eternidad nuestro anfitrión, nos concederá un gozo mayor en su presencia (Cp. Juan 14:2,3).

     Puesto que el Señor ciertamente ha de volver, como siervos fieles y prudentes, ciñendo nuestros lomos, esforcémonos trabajando cada día a su servicio (Cp. Colosenses 3:17, 23,24) manteniendo nuestras lámparas encendidas, es decir, viviendo de acuerdo a la luz de su Palabra (Cp. Salmos 119:105; Mateo 5: 14-16) de un modo tal que su venida nos encuentre apercibidos y podamos, por tanto, disfrutar de sus bendiciones celestiales (Cp. Marcos 13:34-36).


Parábola del rico insensato


Lucas 12:16-21

Por:
Carlos Ardila

     Antes, alguien de entre la multitud de quienes escuchaban a Jesús le solicitó mediar entre él y su hermano en la repartición de una herencia (Cp. Lucas 12:13).

     Muy probablemente esta petición le haya sido cursada por el hermano menor, ya que la ley mosaica establecía que al hijo primogénito se le asignara una doble porción de la herencia, es decir, dos terceras partes de los bienes de su padre, en tanto que la cantidad restante debería ser distribuida entre los demás (Cp. Deuteronomio 21:15-17). De acuerdo a lo anterior y a juzgar por la actitud asumida por el Maestro, en términos legales todo parecía estar muy claro, de modo tal que aparentemente no había lugar a discusión, pese a lo cual el hermano menor, aunque consciente de la situación, codiciaba los bienes del mayor (Cp. Lucas 12:15). Sin tomar partido en un asunto que bien sabía el Señor no era de su competencia, preguntó a quién le hubiera solicitado intervenir: “¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” (Cp. Lucas 12:14), luego de lo cual explícitamente sugirió a sus oyentes guardarse de toda forma de avaricia, puesto que la vida del hombre no depende de los bienes materiales que pueda llegar a poseer (Cp. Lucas 12:15).

     Con ocasión de lo anterior, Jesús ofreció a sus oyentes esta ilustración en la cual aludió a un hombre tan adinerado como insensato, quien habiendo disfrutado de gran prosperidad material, codiciaba atesorar aún más depositando toda su confianza en las riquezas diciéndose a sí mismo: “Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años.  Descansa, come, bebe y goza de la vida” (Cp. Lucas 12:19), ignorando que esa misma noche moriría y entonces, ¿para quién sería todo aquello que había acumulado? (Cp. Santiago 4:13-15).

     A través de esta parábola, el Señor nos anima a reflexionar respecto del ineludible suceso de la muerte, instándonos a considerar que existe un algo eterno más allá de los bienes materiales temporales en lo cual debemos pensar, hecho evidentemente no tomado en cuenta por quienes al igual que el personaje central en su ilustración se enfocan prioritariamente en lo efímero de las riquezas del mundo (Cp. Eclesiastés 1:3; 2:18-26; 5:13; I de Timoteo 6:17; Santiago 5:1-3; I de Juan 2:15-17).

     En vez de centrar todos nuestros esfuerzos en busca de lo material que en la justa medida Dios nos ha prometido, si en primer lugar le buscamos a Él, procuremos hacernos a bienes espirituales que a diferencia de los físicos temporales permanecen para siempre (Cp. Mateo 6: 19-21, 25-34; 13:44-46).


Parábola del amigo inoportuno


Lucas 11:5-8

Por:
Carlos Ardila

     Siendo que eventualmente los viajeros se desplazaban de una ciudad a otra durante la noche a fin de evitar padecer el calor del día, no era de extrañarse si acaso sorpresivamente alguien recibía una visita nocturna cuando ya se había retirado a descansar con los demás residentes en su casa, el cual es exactamente el caso referido en esta ilustración por el Señor en la que quien ha sido sorprendido por un visitante al no disponer en su residencia de lo necesario para atenderle se ha visto precisado a recurrir a su vecino.

     Evidentemente, y pese a cualquier consideración con relación a la tradicional solidaridad judía, tal situación suscitaba una cierta incomodidad dada su inoportunidad que sumada a la insistencia del que llamaba a la puerta de alguien solicitándole el préstamo de algunos panes para darle de comer a quien le visitaba constituía razón suficiente para que le atendiese a fin de evitar seguir siendo molestado.    

     Mediante esta parábola, el Maestro ilustró la necesaria persistencia que ha de ser observada en la oración, asunto que Él consideró con sus discípulos en el contexto inmediatamente anterior (Cp. Lucas 11:1-4, 11-13; 18:1-8). 


Parábola del buen samaritano


Lucas 10:30-37

Por:
Carlos Ardila

     A través de esta ilustración, el Señor intentó responder a la interrogante que le fuera antes planteada por uno de los intérpretes de la ley, quien en la intención de auto justificarse le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?” (Cp. Lucas 10: 25-29). De entre los varios personajes hallados en ella tres son los principales, estos son en su orden: El sacerdote, el levita y el samaritano.

     El camino que desciende de Jerusalén a Jericó, ciudades separadas entre sí por una distancia de alrededor de veintisiete kilómetros, desolado, rocoso y en extremo peligroso, dada la presencia continua de maleantes en su trayecto se describía además zigzagueantemente curvo y saturado de descensos en razón de hallarse Jerusalén situada sobre las colinas a setecientos metros de altura sobre el nivel del mar, en tanto que Jericó se encuentra a tan solo trescientos treinta y cinco metros de elevación. 

     Según lo refiriera Jesús, al trasladarse por tan azaroso recorrido un hombre presumiblemente hebreo es asaltado y golpeado para ser luego abandonado casi muerto y a su suerte, hechos tras los cuales sucesivamente tres individuos más transitan por el lugar pudiendo cada uno de ellos percatarse del estado en el que se hallaba quien hubiera sido atacado; respecto a la actitud asumida por estos, el Maestro señaló la indolencia de los dos primeros en pasar, un sacerdote y un levita, ambos líderes religiosos de Israel y conocedores de la ley quienes siguieron de largo sin siquiera detenerse a socorrerle, en tanto que describió y resaltó el proceder benevolente del tercero de los hombres en mención quien se detuvo para asistir al caído, un varón que dada su procedencia samaritana resultaba despreciable a los judíos.  

     Con relación al pueblo samaritano, registra la historia que este surgió fruto de la fusión racial entre asirios e israelitas durante la toma del Reino del Norte de Israel por Asiría en el año 722  a.C. (Cp. II de Reyes 17:1-41), razón en virtud de la cual sus gentes eran consideradas impuras por los judíos, cuyos ancestros pertenecientes al Reino del Sur o de Judá, que fuese luego cativo a Babilonia (586 a 537 a.C. Cp. II de Reyes 24:8-17) a diferencia de los norteños, no se mezclaron racialmente con los paganos, era así que los descendientes de los sureños al viajar evitaban cruzar por la ciudad de Samaria rodeando sus contornos a fin de no verse obligados a tener contacto con sus indignos residentes (Cp. Mateo 10:5; Juan 4:4-9).

     Dadas estas circunstancias, el Maestro valiéndose del recurso retórico de la ironía hizo uso de la figura de un samaritano, el cual vil a los ojos judíos, actúo como debieron haberlo hecho los dos líderes religiosos de su pueblo que le precedieron en pasar por el camino quienes teniendo la oportunidad así como el deber moral de ayudar a su prójimo se negaron a hacerlo.

     Por medio de esta corta historia ilustrativa, Jesús intentó hacer reflexionar al intérprete de la ley, líder y representante de la religión judía, quien en la intención hipócrita de auto justificarse antes le había preguntado: “¿Y quién es mi prójimo?”; pretendía el Señor enseñarle el significado y el alcance del amor verdadero sintetizado en el mandamiento de amar cada uno tanto a Dios como a su prójimo, el cual él muy bien sabía, mas no cumplía (Cp. Lucas 10:25-29).

     En las actitudes asumidas por los dos líderes religiosos, el sacerdote y el levita, una vez más quedó en evidencia la inconsecuencia de los de su clase, puesto que lo que sabían que debían hacer, esto justamente no hacían (Cp. Santiago 4:17). El punto conclusivo en la respuesta del Señor a su interlocutor, el intérprete de la ley, nos ofrece todo el poder de la consecuente aplicación de esta ilustración al sugerirle Él: “Ve y haz tú lo mismo” que hizo aquel samaritano al que juzgas indigno (Cp. Lucas 10:37).  

Parábola de los dos deudores


Lucas 7:40-43 (Cp. Mateo 18:23-35)

Por:
Carlos Ardila

     El contexto inmediato dentro del cual se sitúa esta ilustración del Señor nos lo presenta a Él sentado a la mesa como invitado de honor en casa de Simón el fariseo (Cp. Lucas 7:36); ahora, respecto a la postura física del Maestro en esta ocasión, no debe ser interpretado en el más estricto sentido literal que de hecho Jesús hubiese estado posado sobre una silla y enfrente de la mesa de acuerdo a la más común usanza occidental, sino que en lugar de ello Jesús se encontraba recostado junto a esta, puesto que entonces los judíos más adinerados habían adoptado el estilo grecorromano de acomodarse para comer que reclinando el cuerpo sobre el costado izquierdo sostenido por el codo del mismo lado dejaba libre la mano derecha para tomar los alimentos generalmente servidos sobre mesas muy bajas y en forma de U al fin práctico de facilitar a los sirvientes su desplazamiento para atender a los comensales, especialmente en la cabecera, lugar usualmente reservado para el invitado principal, en este caso entre los judíos siempre dispuesta para los rabíes; en este orden de ideas y dado que el Nuevo Testamento fue escrito en el idioma griego, debe ser considerado que el término kataklino empleado aquí para referir a tal posición y generalmente traducido sentado al español, significa reclinado o recostado en su sentido original.  

     Según la descripción de Lucas, en el escenario del gran patio de la formidable residencia que debió haber sido la de un hombre del nivel socioeconómico de Simón, sorpresivamente irrumpió una mujer considerada pecadora quien traía consigo un frasco de perfume muy valioso contenido en un recipiente de alabastro, el cual llorando rompió y derramó sobre los pies del Señor enjugándolos luego con sus propios cabellos, evento con ocasión del que Simón pensó para sus adentros diciéndose a sí mismo que si acaso Jesús realmente fuese profeta, bien sabría quién y qué clase de mujer era aquella indigna que le tocaba sin objeción ninguna de su parte; Jesús consciente de las dudas de su anfitrión le refirió esta parábola (Cp. Juan 16:30).

     Siendo los fariseos, o por lo menos un amplio sector de los integrantes de su secta, enemigos acérrimos del Señor, nos surge una inquietud: ¿Por qué razón le invitaría Simón a su casa? Entonces Jesús, si bien había sido minoritariamente cuestionado por algunos de los líderes religiosos de Israel, por aquellos días disfrutaba de una enorme popularidad.

     Ahora, siendo que no tenía Simón idea alguna respecto de lo que sucedería estando el Maestro en casa con él, no puede ser asumido que sus intenciones al invitarle hubiesen sido ilegítimas o en la intención deliberada de tentarle tramando algo en su contra, así como tampoco podría ser generalizado con relación a los fariseos que todos ellos fuesen perversos e hipócritas; las dudas de Simón acerca de la actitud del Señor al no reprender las acciones de aquella mujer quizás hayan surgido en él, fruto de los prejuicios propios de su formación religiosa, lo cual no necesariamente le hacía esencialmente malvado aunque sí evidentemente equivocado tocante al amor, la misericordia y el perdón, consciente de lo cual Jesús le quiso instruir a través de esta ilustración.

     Algunos intérpretes especulando han planteado que tal vez la mujer en mención presumiblemente prostituta pudo haber sido María Magdalena (Cp. Marcos 16:9); sin embargo, no existe evidencia que pueda permitir establecer su identidad ni precisar la causa por la que era ella considerada pecadora dado que los fariseos solían catalogar en estos términos a muchas personas por razones no siempre justas; así por ejemplo ciertos enfermos o individuos con limitaciones físicas (Cp. Juan 9:1-3), pobres o dedicados a actividades laborales humildes eran clasificadas dentro del grupo de los pecadores con otras gentes más que no disfrutaban de mayor prosperidad lo cual ellos prejuiciosamente pensaban era debido a sus pecados.   

     En virtud de lo anterior, en la corta visión espiritual de Simón, lo sucedido ante sus ojos resultaba ser una razón por la cual dudar del Maestro quien según la perspectiva farisea habría tenido que reprender a aquella pecadora apartándola de sí; no obstante, Jesús sin juzgar a su anfitrión y en la intención de ayudarle a dejar de lado sus prejuicios tanto respecto a esta mujer como hacía Él mismo, mediante esta breve historia y a través de la propia respuesta de su interlocutor intentó hacerle pensar de un modo diferente.

     En esta ilustración Dios es representado a través del acreedor al que cada uno de los hombres le debemos (Cp. I de Juan 1:6-10; Romanos 3:23), el deudor al que le fueron perdonados los quinientos denarios figuradamente nos señala a todos los transgresores a quienes mucho Él nos ha perdonado, razón en virtud de la cual tanto más le amamos; por otro lado, aquel al que se eximió de pagar los cincuenta denarios que adeudaba ejemplifica la condición farisea de los que a sí mismos se juzgan justos pensando deberle muy poco a Dios por lo que escasamente le aman y en cuya opinión son indignos todos aquellos que no son como ellos (Cp. Lucas 18:9-14).


Parábola de las diez vírgenes


Mateo 25:1-13

Por:
Carlos Ardila

     Las costumbres judías con relación a las ceremonias nupciales y a los eventos que previa y posteriormente las rodeaban solían variar considerablemente de una región a otra según su trasfondo cultural, no puede afirmarse, por lo tanto, que existiera entonces un ritual oficial a ser empleado en todo ceremonial nupcial.

     La descripción hecha por Jesús en su ilustración refiere a uno de los más tradicionales rituales nupciales observados en la región de Judea, en este generalmente la celebración incluía el ofrecimiento de un prolongado banquete cuya duración solía extenderse incluso hasta cerca de la media noche y después del cual la desposada se dirigía hacia su nueva residencia regularmente establecida no muy lejos de las casas paternas de los cónyuges, durante el trayecto que debía recorrer la novia solía ser acompañada de un grupo de personas portadoras de antorchas encendidas, en tanto que su esposo igualmente a la luz de las lámparas caminaba en dirección a la casa de sus suegros a fin de ultimar todos los detalles pertinentes al arreglo familiar, puesto que ambas familias cooperaban tanto en la organización como en la financiación del evento social; dado el largo tiempo que ocupaba todo este ritual, el novio tardaba en ir luego al encuentro de su esposa en su nuevo domicilio, razón en virtud de la cual se preveía el envío de un mensajero delante de él anunciándole a ella su venida de modo tal que esta advertida saliera a recibirle bajo la luz de las antorchas que debían permanecer encendidas.  

     En esta ilustración, que hace referencia al tiempo del fin, la media noche indica de manera figurada el momento en el que ha de regresar el Señor (Cp. Lucas 12:35-40; I de Tesalonicenses 5:2) personificado a través de la figura del esposo y las cinco vírgenes prudentes que velaron activas, representan a su vez a todos aquellos quienes permanecen fieles y al pendiente de su venida en tanto que las cinco vírgenes insensatas, distraídas, durmientes e inactivas ejemplifican al pueblo judío incrédulo y a todos los que no recibieron al Hijo de Dios ni esperan su segunda aparición, así las diez en total simbólicamente ofrecen la idea de una multitud completa que encarna al conjunto total de la humanidad.  

     El aceite en las lámparas, generalmente extraído de las aceitunas del olivo, el cual a diferencia de las vírgenes sensatas, las insensatas no tomaron para sí en cantidad suficiente, hace relación a la provisión espiritual de fervor que cada quien debe acumular y hacer producir en su interior viviendo en rectitud y a la luz de la Palabra de Dios (Cp. Salmos 119:105) hasta el retorno del Señor.

     Puesto que nuestro Salvador representado aquí en el esposo ha de regresar para llevar consigo al cielo a su esposa, la cual a su vez ejemplifica también a su iglesia (Cp. II de Corintios 11:2), esta como una virgen sensata, previsiva y prudente, ha de esperarle fiel y activa a la luz de su amor (Cp. Apocalipsis 19:7).  

     El rechazo del cual fueron objeto las vírgenes insensatas es una clara referencia al castigo que en el justo juicio de Dios en el día final recibirán quienes en lugar de velar observen la misma actitud distraída y desinteresada asumida por ellas.

    En vista del seguro regreso del Señor, estén y permanezcan nuestras lámparas encendidas.

Parábola de los dos hijos


Mateo 21:28-32

Por:
Carlos Ardila

     Poco antes de ofrecer a sus oyentes esta ilustración, el Señor había expulsado a los mercaderes y volcado las mesas de los cambistas en el templo (Cp. Mateo 21:12-17), hecho a raíz del que Él era entonces aún más cuestionado por los líderes religiosos de Israel (Cp. Mateo 21:23-27) quienes le interrogaron acerca de su autoridad para actuar de ese modo e inquirieron sobre la fuente de tal potestad; ante esta inquietud, Jesús también les formuló a su vez a ellos una pregunta relacionada con el bautismo de Juan (Cp. Mateo 21:25) a la que estos decidieron no responder, razón en virtud de la cual el Maestro tampoco les contestó y en lugar de ello a continuación les refirió esta parábola.

     Mediante estas palabras el Señor hizo referencia a la infidelidad de algunos miembros del liderazgo espiritual de su nación representándoles por medio del segundo hijo de los dos aquí en mención, ya que ellos al igual que este habían inicialmente aceptado hacer la voluntad de Dios desistiendo luego de llevarla a cabo en tanto que en actitud contraria a la suya, los publicanos y las prostitutas, personas aquí simbólicamente aludidas por medio del primer hijo, antes renuentes a obedecer a su Padre celestial después arrepentidas optaron por servirle adelantando, por tanto, a unos tantos de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo en el camino hacia el reino de los cielos.

     Severo con aquellos dirigentes quienes habían rechazado la exhortación de Juan el Bautista (Cp. Mateo 3:8), el Maestro estableció un claro contraste entre ellos y los publicanos y las prostitutas penitentes, quienes sí aceptaron sus palabras y fueron consecuentes.

     Ahora, si bien puntualmente en esta ilustración Jesús se refirió a dos grupos específicos de individuos de sus días, en todo tiempo y lugar espera Dios que los hombres seamos diligentes en cuanto a hacer su voluntad, aceptando la exhortación de su Palabra (Cp. Romanos 12:5; Hebreos 6:12; 12:5, 6,25; Salmos 51:16,17).


Parábola de los obreros de la viña


Mateo 20.1-16

Por:
Carlos Ardila

     Antes y a modo de preámbulo a esta ilustración, el Maestro había sentenciado: “Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Cp. Mateo 19:30), refiriéndose con estas palabras a las futuras posiciones de algunos hombres en la vida eterna.

     Hacia el final de septiembre las uvas estaban ya maduras y al acercarse el invierno urgía su recolección, por lo cual a la vez con celeridad era requerida la contratación de los jornaleros que llevarían a cabo tal labor.

     En aquellos días los jornaleros desempleados solían concurrir a las plazas estando allí a la espera de ser contratados y de serlo, por regla general su salario era convenido con anticipación en el monto vigente de un denario por día que les sería pagado al fin de sus labores cotidianas.

     He aquí ahora las representaciones usadas en esta ocasión por Jesús, quien a través de la figura de un padre de familia refirió a Dios como el dueño de una viña por medio de la cual ilustró al reino de los cielos, el espacio espiritual que incluye a su iglesia próxima a establecerse en la ciudad de Jerusalén en el año treinta y tres después de su muerte, sepultura y resurrección (Cp. Colosenses 1:13; I de Pedro 2:9,10); mediante los obreros contratados a primera hora representó al pueblo judío, en tanto que por intermedio de los empleados a la tercera, sexta, novena y undécima aludió al mundo gentil, es decir a las personas no nacidas en Israel que llegaron a ser posteriormente partícipes de la elección divina y de su salvación (Cp. Efesios 2:11-22), finalmente, por la carga y el calor del día que soportaron los de la mañana, ejemplificó el trabajo que significó para los judíos el haber tenido que enfrentar las dificultades que rodearon la lucha por la preservación de su fe y el vivir bajo los rigores de la ley de Moisés.  

     Como lo dijera el Señor, una vez concluido el día de labores el padre de familia comenzó a remunerar a los obreros iniciando a partir de los postreros hasta llegar a los primeros, en este orden, los jornaleros que habían sido contratados para trabajar desde la primera hora de la mañana pensaban que recibirían una retribución mayor de la otorgada a los de las horas posteriores a los que se les pagó con un denario; no obstante, estos luego se sorprendieron ante el hecho de serles pagado exactamente el mismo valor, lo cual ellos juzgaron injusto murmurando de su empleador quien realmente les estaba pagando de acuerdo al monto convenido antes de su contratación.

     Se infiere en esta ilustración que la remuneración representa el don de la salvación que en igualdad de condiciones ha puesto Dios por medio de Cristo a disposición de todos los hombres con independencia del tiempo en el cual hemos sido incorporados a su servicio que de ser fiel hasta la instancia final nos permitirá recibir a la totalidad de sus siervos la misma retribución.

     Por medio de esta parábola el Maestro dejó en claro a sus oyentes que el acceder al reino no depende de los merecimientos personales individuales ni de la condición de pertenecer a una cierta nación sino que en todo tiempo y lugar Dios quien es soberano llama a todos los hombres agradándose de quienes cabalmente le sirven y a los cuales en el tiempo del fin recompensará con el cumplimiento de sus fieles promesas de salvación (Cp. Efesios 2:8-10; Hechos 10:34,35).


Parábola del siervo malvado


Mateo 18:23-35

Por:
Carlos Ardila
  
     Respecto al perdón antes, Pedro le había preguntado al Maestro: “¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”, haciendo referencia a tal cantidad dado que este número simbólico representa tanto la perfección de Dios como la de algunas acciones ordenadas por Él a los hombres, cifra que al responderle Jesús multiplicó por setenta indicándole a través del recurso enfático de la exageración no un límite de ocasiones en las que debería mostrarse indulgente con el ofensor, sino haciéndole ver que siempre habría de perdonarle de un modo perfecto, es decir, olvidando las afrentas de su prójimo tal cual como lo hace nuestro Padre al no recordar las faltas por las cuales el hombre le ruega se le absuelva (Cp. Mateo 18:21,22; Lucas 17:3,4; Hebreos 8:12; Miqueas 7:19), y a fin de ejemplificar el asunto en cuestión seguidamente refirió a sus discípulos esta ilustración. 

     Desde luego, tanto ayer como hoy y seguramente en casi todo lugar, considera la ley justificado embargar los bienes de aquel deudor que no dispone del dinero suficiente para honrar sus deudas, en esta representación y en un contexto aún de servidumbre el Señor figuradamente planteó tal caso refiriéndose a la enorme deuda que le fue perdonada a un hombre quien luego se mostró implacable con uno de sus consiervos quien muy poco le adeudaba.  

     Un talento equivalía a seis mil denarios, por cada día de labores un obrero recibía un denario, es así que con tan solo un talento se le pagarían a este seis mil días de trabajo, diez mil talentos, un valor descomunal, eran entonces sesenta millones de denarios en tanto que cien denarios constituían el sueldo de un jornalero por un poco más de tres meses de servicio, de manera tal que la diferencia entre los montos que debían los dos siervos, el primero al rey y el segundo a su consiervo era abismal y de un modo intencional usados por el Señor en esta ilustración seguramente para representar la cuantía de los pecados de ambos individuos.

     Representó el Maestro a Dios en esta ocasión a través de la figura del rey, quien generosamente perdonó la inmensa deuda del primero de los dos siervos en mención del mismo modo en el cual Él dispensa las faltas de sus hijos (Cp. Salmos 103:3, 8,10-17; Miqueas 7:19; Hebreos 8:12), mientras que en contraste ejemplificó a muchos hombres en la actitud de aquel que fuera eximido de pagar la gran suma que tenía la obligación de devolverle a su acreedor negándose este a su vez a olvidar la exigua cantidad que le era adeudada por su consiervo denotando con ello el similar proceder de aquellas personas que olvidando tanto la cantidad como la gravedad de las faltas que le son perdonadas por Dios, se muestran en extremo severos e inclementes con su prójimo rehusándose a disculparle infracciones mucho menores.

     Puesto que solo podremos recibir el perdón de Dios en la medida de nuestra propia predisposición a concedérselo también a los demás, consecuentemente bien debemos ser tan indulgentes con nuestro prójimo como Él está siempre presto a serlo con nosotros (Cp. Mateo 18:32-35; 6:12, 14,15; Miqueas 7:19: Hebreos 8:12).

Parábola de los tesoros nuevos y viejos


Mateo 13:51-52

Por:
Carlos Ardila

     Dentro del mismo marco contextual el Maestro enseñando a sus discípulos a través de las parábolas del tesoro escondido y la perla de gran precio ilustró el valor supremo del reino de los cielos en tanto que por medio de la del trigo y la cizaña y la de la red marcó el contraste existente entre los buenos y los malos cuya separación solo se llevará a efecto al final de los tiempos; después de haber hecho uso de esta sucesión de figuras Él deseaba saber si acaso ellos habían logrado deducir el significado de estas, inquietud a la cual ellos respondieron afirmativamente (Cp. Mateo 13:51), contestación a partir de la que Jesús, subsecuentemente representándose a sí mismo, se comparó con todo docto, es decir, sabio, letrado o instruido en el conocimiento espiritual, quien semejante a un padre de familia saca cosas nuevas y viejas de entre el caudal de sus saberes significando con lo nuevo su fresca doctrina y por intermedio de lo viejo los antiguos preceptos del judaísmo (Cp. Mateo 13:52).

     Si bien el Maestro no había venido a anular la ley mosaica, sino más bien a cumplirla (Cp. Mateo 5:17), al obedecerla cabalmente (Cp. Juan 19:30) mientras esta aún estuviera vigente constituyendo una alianza entre el Rey e Israel (Cp. Éxodo 19:5,6), la quitaría de en medio clavándola en su cruz (Cp. Colosenses 2:14-17) dando lugar al establecimiento de un Nuevo Pacto en su sangre entre Dios y el resto de la humanidad (Cp. Lucas 22:20; Hebreos 8:1-13; I de Pedro 2:9,10), de manera tal que Él ensoñándole a sus discípulos de un modo más preciso el significado de los preceptos antiguos que habían preparado a su pueblo para su venida (Cp. Gálatas 3:23-26), a la vez les instruía acerca de su nueva visión respecto a la salvación (Cp. Juan 1:17).  

     Siendo que el Antiguo Pacto establecido exclusivamente entre Dios e Israel tuvo su lugar y que su antigua ley cumplida ya por el Señor ha quedado atrás, esforcémonos por guardar los términos del Nuevo Pacto instaurado en la sangre de nuestro Salvador (Cp. Romanos 15:4; Hebreos 10:26-31). 


Parábola de la red


Mateo 13:47-50

Por:
Carlos Ardila

     En esta ilustración situada en el marco contextual de la parábola del trigo y la cizaña, el Maestro refiere exactamente al mismo evento a sucederse en el tiempo del fin, el juicio final.  

     Una vez más, recurriendo a imágenes y a situaciones cotidianas en la intención de ilustrar los aspectos del reino, Jesús emplea a manera de recurso retórico la figura de la pesca, actividad de hecho desempeñada antes por varios de sus discípulos en el lago de Genesaret bien conocido además como el mar de Galilea o de Tiberias (Cp. Marcos 1:16; Lucas 5:1; Juan 6:1).

     Las redes usadas para la pesca comercial llevan algo de plomo en su parte inferior cuyo peso les impulsa hacia el fondo y poseen flotadores de corcho arriba que conservan sus gruesos hilos en la superficie, las denominadas barredoras eran las típicamente usadas por los pescadores palestinos, estas una vez arrojadas al agua cercan y capturan peces de distintos tamaños que luego son separados en la orilla recogiéndose en cestas el buen producto y devolviéndose al mar aquel no apto para el consumo, análogamente dijo el Maestro ha de acontecer en el fin del siglo, es decir al final de los tiempos cuando sus ángeles enviados por Él separarán a los buenos de los malos quienes serán desechados y arrojados al infierno (Cp. Mateo 13:42,50; 25:41,46; Apocalipsis 20:14).

     Si bien al seguir al Señor algunos de sus adeptos fueron hechos pescadores de hombres (Cp. Marcos 1:17), función que refiere a la evangelización a través de la cual como una red captura peces de variados tamaños son atraídos los hombres de diversas condiciones espirituales a la iglesia para ser enseñados y transformados por Dios (Cp. I de Pedro 1:1,2; I de Corintios 6:9-11), esta parábola del reino en cuanto hace a la separación del buen producto del no apto para el consumo que representan a su vez a los buenos y a los malos no ejemplifica la necesaria disciplina correctiva interna en la iglesia (Cp. Mateo 18: 15-22; Romanos 16:17; I de Corintios 5:5,6; I de Tesalonicenses 5:14; II de Tesalonicenses 3:6; I de Timoteo 5:20) puesto que los pecados de algunas personas no saldrán a la luz sino hasta el día del juicio final ilustrado aquí por el Maestro (Cp. I de Timoteo 5:24,25; I de Corintios 4:5).

     Conscientes del juicio venidero, esforcémonos por la conservación de nuestra salvación, sabiendo que finalmente la potestad de juzgar solo le concierne a nuestro Dios, quien a su tiempo separará eternamente a los buenos de los malos recompensando a los fieles y castigando a los infieles (Cp. Mateo 25:46; Daniel 12:2; Juan 5:28,29).