LAS ACCIONES DESINTERESADAS
Por: Carlos Ardila.
En la década del sesenta, en una gran ciudad, un joven vendedor de libros, de aquellos que iban de puerta en puerta, tratando de vender sus enciclopedias, en el tiempo previo a la generalización del uso de las computadoras y del acceso masivo a la Internet que democratizó la información y el conocimiento, sediento, hambriento y acalorado, deseaba tan solo poder entrar a un cuarto de baño, sin tener ninguno cercano y su disposición, con ganas de darse ya por vencido, puesto que no había vendido ni uno solo de sus libros, y su experiencia en aquel primer empleo, era todo un gran fracaso, decidió golpear una sola puerta más, orando: Señor, por favor ayúdame, estoy agotado y muy necesitado, debo pagar la renta de mi cuarto, comprar mis alimentos, abonar la mensualidad del colegio, y enviar algo de dinero al pueblo, para ayudar a mi madre.
Así fue que, llamando en otra puerta más, hizo de sus tripas corazón, preguntándose si quizás sería de nuevo rechazado o inclusive humillado por alguien más, pensamiento al cual se respondió a sí mismo, diciéndose, que puede importarme un fracaso o un maltrato más, pero, esta vez, en respuesta a su llamado, fue atendido por una amorosa anciana, quien amablemente le invito a pasar a su sala y le atendió en compañía de su simpática nieta preadolescente.
Después de la presentación de una de sus enciclopedias, la anciana le dijo a aquel vendedor, muy interesante jovencito, antes de seguir adelante, dígame, desea tomarse un cafecito, oh sí, señora, ¿no será una molestia? Ninguna, permítanos un momento, por favor, mi nieta y yo iremos a prepararlo y le ofreceremos un trozo de torta también, gracias, señora, respondió el joven, preguntado si acaso podría además pasar al cuarto de baño para lavarse las manos, siendo autorizado por ellas para hacerlo.
Ya en la cocina, la anciana le dijo a su nieta, otra Biblia no me sobrará, y le compraré al joven una enciclopedia para ti, no la necesito abuela, ya tengo una similar, respondió la chica, otra más no te vendrá mal, replicó la anciana, explicándole que percibía que el joven, realmente necesitaba realizar esa venta, a lo cual, obediente la joven, accedió, y regresaron ambas a la sala.
María Fernanda va a disfrutar mucho de la enciclopedia que nos ha ofrecido, dígame jovencito, ¿tendrá quizás entre sus libros una Biblia que le pueda vender a esta anciana? Oh sí, señora, como no, y tratando de disimular su inmensa alegría, el joven llenó con aquellas mujeres, los datos de las facturas por sus compras.
Jovencito, antes de irse, podría acompañarnos en una oración, sí, por supuesto señora, y la anciana oró: Buen Padre Dios, te damos gracias por la visita de Daniel, por la bendición de la enciclopedia que nos ha vendido, y en especial, por la Biblia nueva que pronto recibiré, ayuda por favor a Daniel en su trabajo, y prospera sus esfuerzos, en el nombre de Jesús, amén.
Lleno de emoción por su primera venta, y agradecido a Dios y a aquellas amables personas, Daniel atesoró, como recuerdo, las copias de las facturas de su primer éxito.
En la década de los noventa, María Fernanda, madre de tres hijas, ahora viuda, y quien había dedicado sus últimos veinte años a las labores del hogar, seguía en busca de una oportunidad de trabajo, y pese a ser profesional, debido a su falta de influencias, a su edad y a su larga pausa laboral, era rechazada por sus posibles empleadores; sin embargo, ella no podía, ni quería darse por vencida, y le rogó al portero de una gran empresa, que por favor, anónimamente, pasara su hoja de vida por debajo de la puerta de la presidencia de dicha entidad, ¿qué te cuesta a ti hacerlo, y qué podría perder yo?
Al entrar a su oficina, el presidente de una gran compañía, quien, justamente había entrevistado y descartado a muchas aspirantes al cargo de su asistente personal, tropezó con un sobre, el cual, tan solo por curiosidad levantó y revisó, se trataba del curriculum de la Licenciada María Fernanda Zapata Gonzales, nombre que él recordó al instante, y a quien inmediatamente mando a convocar.
Ya en la entrevista, el Dr. Daniel David Giraldo Sánchez, le preguntó a la aspirante al cargo de su asistente personal, ¿qué hay de la vida de tu abuela, la Sra. María Patricia Fernández Gómez? Ella falleció hace muchos años, Dr., respondió la candidata; discúlpeme, ¿cómo es que usted sabe el nombre de mi abuela? Tu nombre y el de ella, han estado grabados en mi memoria y han rondado mis recuerdos durante los últimos treinta años, respondió el Dr., y le dijo, no hay nada que debas agregar, seguramente, serás la mejor asistente personal que podré conseguir; a propósito, jamás he tomado un mejor café, ni he degustado una más deliciosa torta que la que tú y tu abuela, me brindaron el día que ustedes me compraron aquella enciclopedia y la Santa Biblia, libros, que al pasar al baño, note que ya tenían similares en su biblioteca.
La Palabra de Dios nos dice:
«Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos. Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos el bien a todos, en especial a los de la familia de la fe» (Gálatas 6:9,10).
Oremos:
Bendito Padre celestial, te damos gracias por tu amor, y por aquellos a quienes por la bondad de su corazón, tú has utilizado para bendecirnos, y por quienes, quizás sin saberlo, o habérselo propuesto, y solo siendo generosos sin esperar nada a cambio, han sido canales de bendición para nuestras vidas; amado Dios, por medio de las acciones desinteresadas que te pedimos nos movilices a llevar a cabo, bendice a otras personas más, en el nombre de Jesús, amén.