CIERRA TUS OJOS
Por: Carlos Ardila.
Cierra tus ojos, no te enfoques solo en tu propia razón, ciérralos a tu percepción personal del mundo, a aquella concepción de lo humanamente verdadero, inteligente o apropiado, si al acercarte a Dios, encuentras que todo ello, no compagina con la verdad que Él te enseña.
No es ciega la fe, ni irracional, es el corazón de quien se acerca a Dios, es sensible y abierta la mente de aquel que se sabe y se reconoce insuficiente ante Él y desea conocerle.
El mundo te dice hoy que son normales y aceptables las conductas censurables (Cp. Isaías 5:20), que la sociedad ha evolucionado, que la Biblia es obsoleta, anticuada, y que el cristianismo, para sobrevivir, ha de ser adaptable a las exigencias del progreso humano.
Cerrar tus ojos, para abrirte a la visión divina, iluminará tu mente, haciéndote ver la vida por medio de sus ojos, con la claridad plena de quien nos ha creado a todos, incluso, a quienes se han diseñado su propia mirada acerca del mundo y de todo cuanto acontece en este, lejos de la visión de Él, quien todo lo sabe.
Sea Dios la luz de tus ojos, ve el mundo de acuerdo a su clara visión y no hallarás tropiezo en tu camino.
La Palabra de Dios nos dice:
«Tu ojo es como una lámpara que da luz a tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo está enfermo, tu cuerpo está lleno de oscuridad. Asegúrate de que la luz que crees tener no sea en realidad oscuridad. Si estás lleno de luz, sin rincones oscuros, entonces toda tu vida será radiante, como si un reflector te llenara con su luz» (Lucas 11:34-36).
«Tu palabra es una lámpara que guía mis pies
y una luz para mi camino» (Salmos 119:105).
Oremos:
Maravilloso Dios, nos acercamos hoy a tu presencia, y cerramos nuestros ojos para verte y contemplarte en la hermosura de tu santidad, nos negamos a vivir en la oscuridad, a mirar a través del prisma de maligno, ilumina nuestras mentes, deseamos verlo todo por medio de tus claros ojos, sé una luz en nuestro camino, no nos dejes tropezar, ayúdanos a vivir de acuerdo a tu voluntad, para ir un día al ambiente puro y luminoso de tu perfecta morada, en el dulce nombre del Señor Jesús, amén.