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martes, 24 de septiembre de 2024

PUERTAS / DEVOCIONAL

 

PUERTAS

 Por: Carlos Ardila.

 

 

 «Escribe esta carta al ángel de la iglesia de Filadelfia.

 

Este es el mensaje de aquel que es santo y verdadero,

  el que tiene la llave de David.

Lo que él abre, nadie puede cerrar;

  y lo que él cierra, nadie puede abrir:[c]» (Apocalipsis 3:7).

 

 

En su mensaje a la iglesia de Cristo en Filadelfia, el Señor Jesús, el santo y verdadero Dios, se refirió a sí mismo como al que posee una llave, con la que Él abre y cierra puertas según su voluntad.

 

 

Deseas hacer algo muy importante para ti, y no hallas la manera de llevarlo a cabo?, ¿anhelas que se te abra una puerta?, ¿tener una oportunidad? Dios puede abrirte esa puerta, Él puede brindarte esa oportunidad, ¿qué necesitas hacer para que Él haga uso de su poder para ayudarte? Tan solo que tengas toda tu confianza puesta en Él.

 

 

No siempre se trata de ti y de tus habilidades personales, para quienes creemos en Dios, y confiamos en Él, el factor fe que nos hace vivir en dependencia de Él, es fundamental para poder hacer lo que anhelamos, déjame ponerte un ejemplo personal, solo a manera de testimonio, y sin el ánimo de exaltarme.

 

 

A lo largo de mi vida laboral secular y de mi modesto ministerio, he sido muy bendecido por el Señor, ¿por ser el mejor asesor financiero?, ¿debido a haber sido el más extraordinario agente comercial? Absoluta y categóricamente ¡no! ¿Por ser el siervo mejor preparado?, ¿el servidor más dotado con los dones que nos concede Dios? ¡Pero por supuesto que no!

 

 

Fue Dios, cuando nadie creía en mí, quien me abrió una puerta de oportunidad laboral, y sin que fuera yo el mejor perfilado para mi profesión, ni el más idóneo para ocupar el puesto en el que me desempeñaba, quien prosperó mis esfuerzos, fue el Señor quien me abrió puertas para el ministerio, aquellas que no le abrió hasta hoy a muchos hermanos más competentes y fieles que yo.

 

 

Sabes, no se trata solo de nuestras capacidades, que desde luego, provienen de Dios, ni siquiera de nuestros más fervientes deseos, sino del amor y de la misericordia de Dios, quien, debido a nuestra fe, nos abre puertas, sin que realmente lo merezcamos; en gratitud, ¡glorifiquemos su nombre por ello!

 

 

La Palabra de Dios nos dice:

 

 

«Por lo tanto, es Dios quien decide tener misericordia. No depende de nuestro deseo ni de nuestro esfuerzo» (Romanos 9:16).

 

 

Oremos:

 

 

Bendito Padre celestial, tuyos son el poder y la gloria, tú, que todo lo sabes, que todo puedes, tú que conoces, nuestros más íntimos pensamientos, y nuestros más grandes anhelos de superación personal y de servicio a ti, ábrenos las puertas que por nosotros mismos no hemos podido abrir. En el precioso nombre de Jesús, amén.