Por:
Carlos Ardila
¿Y si
tuviese veinte años menos? ¿Si hoy fuese ayer? ¿Si naciere una vez más? ¡Si
pudiese volver el tiempo atrás! Haría todo aquello que deje de hacer,
enmendaría mis errores y aprovecharía todas y cada una de las oportunidades que
desperdicié, son pensamientos que quizás hayas tenido presentes en tu mente;
sin embargo, bien nos es sabida la imposibilidad de dar marcha atrás en el
tiempo.
Las
etapas trascurridas al ser contadas tanto en el reloj como en el calendario del
ciclo de nuestro vivir no volverán a ser ya más (Cp. Hechos 17:26),
el ayer no existe ahora, solo se vive una vez (Cp. Hebreos 9:27),
viajamos en el tiempo día a día de nuestras vidas sin poder retrocederlo ni
adelantarlo, avanzamos en este de manera gradual, segundo a segundo, minuto a
minuto de nuestros días, semanas, meses y años…
En el
tiempo presente y de cara al futuro por gracia de Dios, nos queda hoy el vivir,
no considerando los días transcurridos como perdidos, sino como la etapa
superada de nuestras vidas que nos ha proporcionado la experiencia para la
vivencia del ciclo que nos resta conscientes de la necesidad de recibir y de
asumir el perdón que de nuestros errores pasados nos ha concedido el Señor (Cp.
II de Corintios 5:17), en lugar de permanecer en la amargura y en la culpa del
fracaso y de la derrota temporal (Cp. Salmos 145:14; Proverbios 24:16).
Si bien
no podemos volver el tiempo atrás, sean el segundo presente y el siguiente… de
nuestros minutos, horas, semanas, meses y años usados no en el lamento del no
haber hecho lo que hemos debido, sino en el aprovechamiento consciente de las
cada vez nuevas oportunidades de superación que el Señor nos concede (Cp.
Salmos 90:12; II de Corintios 6:2; Efesios 5:16).