Carlos Ardila
¡Ya lo han visto! ¡Las Escrituras lo habían
pronosticado! ¡Antes el terremoto en Haití y ahora el de Chile!, son
las señales de los tiempos, ¡el fin se acerca!, para el 21 de diciembre del año
2012 a las 10:17 horas se invertirán los polos magnéticos de la tierra, se
alinearán Marte, Plutón, el Sol, Mercurio y Venus… y entonces será el fin…
¿Ya lo
has oído o leído antes? Seguramente te resultarán familiares las expresiones anteriores, pues bien, son estas y otras más las especulaciones religiosas
históricas acerca del seguro fin de la existencia de nuestro planeta; sin
embargo, si bien el colapso de nuestro cosmos ha sido ya predicho en las
Sagradas Escrituras (Cp. II de Pedro 3:10-12), en su pronóstico la Palabra de
Dios no ha fijado el tiempo exacto en el cual habrá de sucederse este hecho.
Aunque ya
en el pasado alineaciones planetarias similares a la anunciada para este año
han tenido lugar, es ahora al acercarse la fecha anunciada muy grande la
expectativa en torno al colapso de nuestro mundo, pero ¿realmente
será este el fin? No, dicen algunos meneando la cabeza, pero ¿y si
lo fuera se preguntan otros muchos? Hace tan solo unos días estábamos a la
espera televisada de la llegada de un tsunami a sucederse en las islas de
Hawái, ¡qué terrible suspenso!, ¡estar a la espera de la devastación!,
se veían rostros inquietos, sobresaltados por la presión ante el riesgo
inminente de perder sus bienes e inclusive quizás sus propias vidas.
Así como
está nuestro universo en riesgo constante de siniestro, lo están también
nuestras vidas espirituales, puesto que Satanás nuestro enemigo a través de las
tentaciones nos golpea de manera sorpresiva e insistente, del modo en el cual
las edificaciones sismo resistentes están diseñadas para poder soportar la
fuerza del embate de la naturaleza, deberían estar en capacidad de resistir el
impacto de los ataques del Diablo nuestras vidas espirituales apoyadas sobre la
roca (Cp. Lucas 6:46-49).
Si nos
preocupamos cada quien de nosotros por el resguardo de nuestras vidas físicas y
la de nuestros bienes materiales ante la más leve amenaza de perderlos, ¡más
aún debería ocuparnos la preservación de nuestras almas!
¿Qué harías tú
si supieras que el presente es el último día de tu vida?, ¿lo desperdiciarías o
buscarías hacer de él el mejor de tu existencia?, ¡el fin se
acerca!, sí, cada día este se encuentra aún más cerca; naturalmente,
no podemos precisar ni el día ni la hora de su ocurrencia; sin embargo, bien
debemos vivir cada uno de nuestros días como si fuera el último de nuestras
vidas.
Aprovechando
al máximo nuestros días sobre la faz tierra, hagamos de cada uno de ellos el
mejor intento por superarnos espiritual y materialmente y sirvámosle a Dios de
todo corazón (Cp. I de Tesalonicenses 4:16-17).