Por:
Carlos Ardila
Según
leemos en el evangelio del apóstol Juan, al pasar por un cierto lugar de
Jerusalén cercano al templo Jesús vio a un hombre ciego desde su nacimiento al
que decidió sanar esta vez procediendo de una manera particular muy diferente a
las demás cubriendo sus ojos con el lodo que Él mismo había formado y enviándole
a lavarse en el estanque de Siloé, instrucción que obedecida por el invidente
resultó en su completa sanidad (Cp. Juan 9:6,7).
Ahora,
¿por qué sanó el Maestro a este hombre de este modo en vez de haberlo hecho
cómo en otras tantas sanidades que obró tan solo a través de su
Palabra?
¿En el
anhelo de recibir respuesta del Señor a tus muchas oraciones esperas que Él
actúe de la forma que tú mismo crees será la indicada?, ¿imaginas, casi
visionas la manera en la cual Él procederá de acuerdo a tus planes?; sin
embargo, aunque podría suceder como tú lo has pensado, quizá el Señor lo haga
de una manera diferente (Cp. Efesios 3:20,21).
Sea que
Dios actué en nuestro favor de acuerdo al cómo nosotros mismos lo pensamos o
que decida hacerlo a su modo, siempre su accionar estará condicionado a nuestra
obediencia a sus instrucciones (Cp. I de Juan 3:21,22; Proverbios 28:9; Isaías
59:1,2).
De la
forma en la cual el invidente desde su nacimiento obedeció a la sencilla
instrucción del Maestro siendo en consecuencia sanado, ¿sigues tú sus
instrucciones al efecto de ser por Él bendecido?
Mediante
esta sanidad el Señor nos da a entender que siempre está dispuesto a bendecir a
quienes creemos en Él y decidimos obedecerle haciendo lo que nos dice que
hagamos (Cp. Juan 9:6,35-38).
Recuerda,
no basta con creer, orar y esperar para ser bendecidos por nuestro Dios, sino que además es preciso conjugar el verbo obedecer al relacionarnos con Él, por
tanto: cree en el Señor, obedécele, órale fervientemente y solo entonces podrás
esperar los mejores resultados.