Por:
Carlos Ardila
¿Cómo
podría creer en un Dios al que no puedo ver ni palpar? ¡Si no puedo verlo,
palparlo o descifrarlo, en definitiva, Él no puede existir!
El hombre,
por tendencia natural, indaga e investiga acerca de las cosas en la intención
legítima de poderlas comprender, ha sido fruto del ejercicio racional y del
intelecto e iniciativa visionaria de algunos individuos que la humanidad ha
logrado avances extraordinarios que en materia de ciencia y tecnología han
hecho de su vida un algo mucho más cómodo.
Es así
que sueños, producto de la imaginación e inventiva de algunos pensadores,
llegaron a hacerse realidad, proporcionando a la humanidad mejores condiciones
para el desarrollo de su vida, y grandes verdades antes cuestionadas llegaron a
ser posteriormente demostradas, siendo un hecho que aún la ciencia nos deparará
más extraordinarias sorpresas (Cp. Daniel 12:3,4); sin embargo, ¿le es dado al
hombre el poder entenderlo todo?
“Todo lo hizo
hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que
alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta
el fin” (Cp. Eclesiastés 3:11).
Ahora,
¿es todo ejercicio intelectual humano científico? Refiriéndose a una falsa
doctrina fue el apóstol Pablo quien inspirado le recomendó al joven evangelista
Timoteo: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas
pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la
cual, profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén”
(Cp. I de Timoteo 6:20,21).
Son
muchas las interrogantes a las que al hombre ha conseguido ofrecer respuesta;
no obstante, son muchas más las que aún no logra responder y otras muchas más
las que jamás podrá resolver.
En cuanto
al conocimiento acerca de Dios, una y la más grande de las limitantes del saber
teológico, que desde luego lo es también para la ciencia, es la finitud e
insuficiencia de la mente del hombre creado; ignorando sus limitaciones, algunos
hombres al no poder descifrar y contener plenamente a Dios en sus mentes
limitadas, haciendo uso de una más que arrogante imaginación y en el intento de
explicar el origen del universo y de la vida sobre este, han formulado teorías
absurdas a la vez que estadísticamente imposibles.
Es la
materia transformada la causa en la cual es afirmado por algunos, se ha
originado el universo con su vida; sin embargo, quiénes así lo creen aún no nos
informan acerca de la causa que produjo la materia que fuera luego
transformada; no existen efectos sin sus causas, es Dios el agente causante del
efecto de su creación en la cual Él claramente nos es evidente (Cp. Salmos
19:1-6). El no poder ver físicamente al ser espiritual que es Dios (Cp. Juan
4:24), el no entender a plenitud al Señor, en lugar de movernos a la
incredulidad y a la negación de su existencia, debiera hacernos reflexionar
acerca de nuestra pequeñez reconociendo su poder.
Sin ser
previo a la causa, no puede siempre el efecto explicar por sí mismo, a la causa
en la cual él ha sido originado, el hombre puede explicar algunos efectos
conociendo de manera previa sus causas; sin embargo, Dios supera a la ciencia a
la que ha precedido a la vez que ampliamente rebasa los límites de la capacidad
mental humana de la cual Él es el causante, al meditar acerca de la grandeza de
Dios y citando al profeta Isaías y a Job, el apóstol Pablo expresó: “¡Oh
profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién
entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él
primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son
todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Cp. Romanos 11:
33-36; Isaías 40:13; Job 41:11).
Somos
efectos causados por Dios, que aunque magníficamente diseñados y dotados por
Él, humildemente debemos reconocer nuestras limitaciones, insuficiencia,
finitud y pequeñez; un día dejaremos de estar limitados por el espacio, el
tiempo y la materia e iremos a vivir en una dimensión espiritual superior con
el Señor (Cp. Filipenses 3:20,21), quizás entonces podamos apreciar y entender
mejor la majestuosa grandeza de nuestro Creador (Cp. I de Juan 3:2,3), entre
tanto, sensatamente reconozcamos y exaltemos a nuestro hacedor (Cp.
Deuteronomio 29:29; Job cap. 38).