Por:
Carlos Ardila
“Nadab y
Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su
incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual
pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que
él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová, y los
quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dijo Moisés a Aarón:
Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me
santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y
Aarón calló” (Cp. Levítico 10:1-3).
¿Se
agrada el Señor de todo cuánto hacemos en la intención de servirle? Desde luego
que sí, pero por supuesto que no, ¿cómo es esto? Absolutamente, sí, cuando lo que
hagamos sea de acuerdo a su voluntad, y enfáticamente no cuando aquello que
llevemos a cabo esté basado en nuestros propios pareceres u opiniones y en contra vía de las instrucciones que hemos recibido de Él, mismas que fielmente
debemos obedecer.
¿Qué fue
lo que sucedió al ofrecer Nadad y Abiú incienso a Dios en la forma en la cual
lo narrara Moisés? Ellos de su iniciativa personal decidieron
hacer algo contrario a las instrucciones divinas, a este desobediente proceder
Moisés se refirió como a un fuego extraño que Él no había ordenado, actitud en
virtud de la que fueron severamente castigados.
Varias
pudieron haber sido las razones que motivaron la disciplina de Dios sobre Nadab
y Abiú, los dos hijos mayores del Sacerdote Aarón (Cp. Éxodo 24:1),
probablemente el fuego no haya sido tomado del altar de acuerdo a la
establecido en el ritual (Cp. Levítico 16:12) o que el incienso no se hubiera
preparado haciendo uso de las especies aromáticas estipuladas e incluso pudo
haber sucedido que lo ofrecieran fuera del horario indicado (Cp. Éxodo 30:7-9),
cualquiera hayas la cuestión, lo cierto del caso es que ambos actuaron violando
sus instrucciones y haciendo algo que Él nos les había ordenado.
Al tratar
de agradar al Señor debemos siempre proceder de acuerdo a las instrucciones que
acerca de su voluntad nos provee su Palabra, evidentemente muchas personas bien
intencionadas quieren servir a Dios ignorando sus instrucciones, ante tal
ignorancia ellas razonan: ¿Y cómo podría ser molesto lo que hacemos para Dios,
si nuestro único fin es honrarlo, se fijará Él en esos pequeños detalles, es Él
legalista? Esa sí que habría sido una buena pregunta para Nadab y Abiú, en
cuanto a su respuesta no sabemos; sin embargo, bien clara fue la de Dios quien
no es legalista sino soberano.
Hagamos
siempre todo de acuerdo a la voluntad del Señor, conozcámosla bien y
sujetémonos a ella en lugar de intentar hacer que esta se adapte a nosotros y a
nuestros modos y pareceres personales (Cp. Colosenses 3:17; I de Pedro 4:10,11;
Juan 14:15).