Por:
Carlos Ardila
Llegadas
las más bajas temperaturas del invierno argentino, hacemos uso de los diversos
medios de calefacción de los que podemos disponer en nuestros hogares a la vez
que nos vestimos con prendas apropiadas para la temporada a fin de conservar el
confort de nuestra calidez corporal y evitar desde luego el resfrió y los demás
problemas de salud que el frío nos podría ocasionar.
¿Qué
sería de nuestras vidas espirituales sin sentir en ellas el calor del amor del
Señor, quien nos llena del confort de su consuelo y fortalece nuestro
ser?
“Y se
decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos
hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras”? (Cp. Lucas 24:32).
A través de las
Sagradas Escrituras nuestro Dios nos da a conocer su voluntad y nos instruye en
su camino, son ellas el medio a través del cual su Santo Espíritu lleva a cabo
la obra de nuestra santificación (Cp. I de Pedro 2:2) y en contacto
con ellas se enciende, se aviva y arde el fuego de nuestro amor hacia Él.
El
apóstol Pablo le escribió al joven evangelista Timoteo en los siguientes
términos: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está
en ti por la imposición de mis manos” (Cp. II de Timoteo 1:6).
El fuego
de su amor no debía jamás apagarse, él debería, por lo tanto, imprimir mayor
fuerza a la acción de su servicio, como el fuego crece al arrojársele aún más
material combustible, su comunión con el Señor crecería más y más en tanto
conociera mejor su Palabra y ejercitara más y más sus sentidos espirituales a
través de un más dedicado ministerio.
Como
ardía el corazón de los discípulos en el camino de Emaús, cuando el Señor
resucitado les hablaba y les exponía las Sagradas Escrituras, arda aún más y
más nuestro corazón y se acreciente nuestra fe a través del conocimiento de
Dios por medio de su Palabra, leámosla más, meditemos aún más en ella y vivamos
de acuerdo a los principios éticos y morales que ella nos inculca.
“Y dije:
No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no
obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis
huesos; traté de sufrirlo, y no pude” (Cp. Jeremías
20:9).
No te
apagues, que arda siempre en ti y en mí el fuego del poder de la Palabra de
Dios de un modo tal que ella nos fortalezca, haciéndonos cada día más fieles a
Él (Cp. I de Timoteo 3:14-17).