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lunes, 7 de octubre de 2019

LAS BUENAS Y LAS MALAS DECISIONES


Por:
Carlos Ardila


     Al hacer decisiones cada quién de nosotros debemos pensar en la serie de consecuencias en las que estas podrían derivar, afectándonos de manera positiva o negativa e incluso en los efectos de las mismas sobre otras personas más.

     Ahora, hacer en vez de tomar decisiones es lo que a cada uno de nosotros nos corresponde, puesto que en realidad estas no están puestas en anaqueles como prefabricadas por alguien más, sino que nos compete concebirlas y elaborarlas, analizando objetivamente nuestras propias situaciones personales.

     Siendo que en general todos los humanos somos seres eminentemente emocionales, algunas de nuestras emociones negativas tales como son la ira, la tristeza, la decepción y frustración, entre otras más, no debieran gobernarnos e impulsarnos a la hora de decidir sobre uno u otro asunto, puesto que ellas perturbando y nublando nuestro juicio por precipitud nos podrían llevar al error que luego tendríamos que lamentar sin quizás poderlo enmendar.

     En el anterior orden de ideas, antes de actuar de manera imprudente nos convendría considerar: ¿es esta la mejor decisión que puedo hacer ante Dios? (Cp. Jeremías 10:23), ¿he pensado bien este asunto o me estaré precipitando? (Cp. I de Samuel 13:13), ¿he pensado en otros posibles caminos a seguir? (Cp. Proverbios 14:12), ¿he buscado o no sabios consejos? (Cp. Proverbios 11:14), ¿de qué manera podría mi decisión afectar a los demás a mi alrededor? (Cp. II de Crónicas 21:1-30), ¿le he entregado esta cuestión al Señor? (Cp. Proverbios 16:3).

     Al decidir sobre un asunto verdaderamente trascendente, examinemos responsable y detenidamente todos sus pros y sus contras y sin permitir que nuestras emociones negativas nos confundan, en toda serenidad y equilibrio mental y espiritual, busquemos en oración la dirección de nuestro Dios.