Por:
Carlos Ardila
“Decía además: Así es
el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y
se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo.
Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después
grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la
hoz, porque la siega ha llegado” (Cp. Marcos 4:26-29).
A través de esta
corta parábola, el Maestro ilustró el crecimiento tan providencial como
misterioso del reino de Dios (Cp. Marcos 9:1; Lucas 17:21; Colosenses 1:13,14;
Éxodo 19:5,6; I de Pedro 2:9,10).
Si bien quien labra la
tierra y esparce la semilla sobre ella, ignora tal vez de qué manera se
realizará el proceso de transformación que se operará en su interior, este sabe
con certeza que al cabo de algunos días esta germinará, razón en virtud de la
cual él la siembra sabiendo que transcurrido algún tiempo y de acuerdo a los
procesos naturales preestablecidos por Dios recogerá los frutos de su labor.
Contando con la
participación de sus hijos, quienes como sembradores esparcimos la simiente de
su Palabra (Cp. I de Pedro 1:23; Santiago 1:18) implantándola en los corazones
humanos, Dios hará germinar cada semilla que hayamos depositado en tierra
fértil (Cp. Lucas 8: 4-15).
Por medio de esta
hermosa figura, el Señor nos hace saber que el crecimiento de su reino se da fruto
de la acción de su Palabra, la cual nos corresponde sembrar (Cp. Hebreos 4:12; I
de Corintios 3:6-9), conscientes de ello, esforzada y diligentemente hemos de
esparcirla (Cp. Mateo 9:37,38) seguros de que ella ha de producir sus frutos.
El éxito de nuestra labor en
la evangelización depende de Dios (Cp. Salmos 127:1) quien nos hace partícipes
del gozo de la salvación (Cp.
Lucas 15:7). Ahora, ¿estás tú decidida y
confiadamente sembrando la semilla de la Palabra de Dios en los corazones
humanos a tu alrededor? Anímate a ser tú también un sembrador para el Señor (I
de Corintios 15:58).